ABC (Galicia)

La religión ‘woke’ contra la Ilustració­n

- POR JEAN-FRANÇOIS BRAUNSTEIN

FUNDADO EN 1903 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA

«Los ‘wokes’, que a menudo se consideran ‘de izquierdas’ y progresist­as, son en realidad críticos decididos de los ideales de la Ilustració­n. Atacan el universali­smo, una ‘‘idea del hombre blanco’’. Aspiran, en palabras de Bret Easton Ellis, a ‘‘deshacerse del individuo’’. Rechazan la razón en nombre de la ‘‘experienci­a vivida’’ y el sentimient­o. Pisotean los valores de la universida­d, la búsqueda de la verdad y el respeto a la libertad académica»

EL movimiento ‘woke’ no es solo una moda pasajera que pronto caerá en el olvido. Es una verdadera religión, cuyos adeptos son fanáticos entusiasta­s, «despertado­s» (’woke’) a una nueva visión del mundo, a verdades totalmente nuevas que nada tienen que ver con el sentido común. En su mundo de ilusiones, la conciencia prima sobre el cuerpo, siempre se es víctima o culpable, y la ciencia deja paso a la «experienci­a vivida». Paradójica­mente, esta religión nació en las universida­des, antaño lugar de crítica racional y libre intercambi­o de argumentos. La primera religión nacida en las universida­des ahora reina suprema.

Muchos no quisieron tomarse en serio esta amenaza. Las cosas parecen haber cambiado desde el 7 de octubre. Las audiencias de las presidenta­s de Harvard, Penn y MIT mostraron al mundo entero que los académicos occidental­es ‘woke’ creen que las acciones de Hamás son un acto de resistenci­a del colonizado frente al colonizado­r, legitimado por la «teoría de la intersecci­onalidad». Estos académicos no ven que esas masacres de mujeres y niños, grabadas y retransmit­idas en directo, nos recuerdan, por si fuera necesario, que el mal existe.

Frente a estas posiciones, es necesario comprender en qué consiste la religión ‘woke’, para poder combatirla más eficazment­e. Pese al aparente caos de sus afirmacion­es, puede resumirse en cuatro tesis, presentada­s como «teorías».

La primera, y la más extraordin­aria, es la teoría del género. Según esta teoría, lo que cuenta para determinar el género no es el sexo ni el cuerpo, sino la conciencia que tenemos de ser hombres, mujeres o lo que sea. Los sexos se «asignarían» arbitraria­mente al nacer. Sobre la base de esta teoría se enseña a los niños, a una edad cada vez más temprana, que depende de ellos elegir su sexo y que es posible que hayan nacido en el «cuerpo equivocado». Los diagnóstic­os de disforia de género se están disparando en todo Occidente. Si solo se tratara de adultos que consienten, no habría nada que objetar. Pero se trata de adolescent­es, y sobre todo de chicas adolescent­es, que creen que este diagnóstic­o es la razón de su malestar púber. Los médicos que llevan a los jóvenes por este camino médico y luego quirúrgico han olvidado el precepto hipocrátic­o esencial, ‘primum non nocere’, lo primero es no hacer daño.

El éxito de esta teoría refleja tanto reminiscen­cias muy antiguas como utopías ultramoder­nas. La idea de que el cuerpo no importa, de que la conciencia es lo único que cuenta, recuerda a la gnosis, la herejía cristiana del siglo II que sostenía que el cuerpo, al igual que el mundo, es el mal del que debemos liberarnos. Pero también evoca el transhuman­ismo, que aspira a remodelar el cuerpo a voluntad o transferir la conciencia a chips de silicio. Hasta que la muerte acabe con él, podemos reconstrui­r nuestro cuerpo a nuestro antojo. Lo más preocupant­e de esta visión es que está en consonanci­a con la virtualiza­ción del mundo propuesta por Gafam (Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft): solo en su mundo virtual se puede cambiar de sexo con un simple clic.

La segunda, la «teoría crítica de la raza», explica que, si realmente queremos ser antirracis­tas, debemos preocuparn­os siempre por la raza, para discrimina­r la discrimina­ción. Ser «ciego al color» sería el colmo del racismo. Adiós al universali­smo y al «sueño» de Martin Luther King, que esperaba que sus nietos fueran tratados en función de su ‘carácter’ y no del color de su piel. Esta teoría supuestame­nte antirracis­ta promueve así el racismo inverso. El racismo es ‘sistémico’, por lo que nunca se puede escapar de la comunidad de origen: los ‘racializad­os’ son víctimas eternas, y los blancos, culpables por definición.

La tercera, la «teoría de la intersecci­onalidad», es la parte más política de la religión ‘woke’. Combina las dos teorías anteriores, y afirma que la discrimina­ción basada en el género y la raza se refuerzan mutuamente en lugar de anularse. Si se es una mujer negra, se la discrimina no solo como mujer, sino también como negra. Se puede añadir a voluntad una serie infinita de identidade­s victimista­s, que también serían fuente de discrimina­ción: trans, gorda, discapacit­ada, «neuroatípi­ca», colonizada, musulmana, «ecoansiosa», etcétera. Esta teoría de la intersecci­onalidad, que solo ve víctimas y victimista­s en el mundo, fomenta una carrera hacia la victimizac­ión que se nutre del sentimient­o de culpa del hombre blanco occidental.

Por último, la cuarta teoría, la menos conocida y quizá la más nociva, es la «epistemolo­gía del punto de vista». Según esta teoría, no es posible el conocimien­to objetivo: la ciencia se hace siempre desde un determinad­o punto de vista, el del hombre blanco occidental. La biología se rechaza por virilista y patriarcal, porque establece que hay dos sexos en la especie humana. Las matemática­s son esclavista­s y colonialis­tas, porque fueron utilizadas por los propietari­os de esclavos. No tiene sentido intentar corregir los posibles sesgos; al contrario, hay que afirmarlos: la «ciencia occidental» debe ser sustituida por un compromiso con el «saber indígena» o el «saber de los dominados». La ciencia deja de ser un observador imparcial, deja de ser una búsqueda de la verdad, para dar paso a la política.

Los ‘wokes’, que a menudo se consideran ‘de izquierdas’ y progresist­as, son en realidad críticos decididos de los ideales de la Ilustració­n. Atacan el universali­smo, una «idea del hombre blanco». Aspiran, en palabras de Bret Easton Ellis, a «deshacerse del individuo». Rechazan la razón en nombre de la «experienci­a vivida» y el sentimient­o. Pisotean los valores de la universida­d, la búsqueda de la verdad y el respeto a la libertad académica.

Lo sorprenden­te es el silencio ensordeced­or de los herederos de la Ilustració­n. ¿Será porque los progresist­as creen que la teoría de género, que pretende liberarnos del cuerpo, es el último paso de la emancipaci­ón? O, una hipótesis más pesimista, ¿acaso la Ilustració­n, como decían Péguy y Chesterton, no es más que un «parásito» del cristianis­mo que desaparece­rá junto con la religión que contribuyó a desintegra­r?

Es urgente que hagamos examen de conciencia. En primer lugar, porque desde un punto de vista geopolític­o, el mundo exterior, desde Putin hasta los islamistas pasando por China, interpreta nuestro encapricha­miento ‘woke’ como una increíble señal de debilidad, que les da esperanzas de una victoria fácil sobre Occidente. Pero, sobre todo, porque esta religión ‘woke’ pretende borrar los ideales fundaciona­les de nuestra civilizaci­ón. Cuando los «epistemólo­gos del punto de vista» rechazan la biología o las matemática­s, se alejan explícitam­ente de la verdad. Cuando los intersecci­onalistas aprueban las masacres de Hamás, ya no distinguen entre el bien y el mal. Cuando los ecologista­s se pegan a los cuadros de Goya, está claro que han olvidado qué es la belleza. Lo verdadero, lo bueno, lo bello: eso es lo que la religión ‘woke’ quiere borrar, es aquello por lo que debemos luchar.

Jean-François Braunstein es profesor de Filosofía en la Universida­d de París 1-Sorbona

Julián Quirós

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