ABC (Galicia)

La primera ley sobre inteligenc­ia artificial nace con grietas

▶El Parlamento europeo aprobó ayer la normativa que entrará en vigor antes de la llegada del verano ▶Hay dudas sobre el uso de reconocimi­ento facial y temor a que los países no sean multados

- RODRIGO ALONSO MADRID

Después de años de negociacio­nes y de idas y venidas, la Unión Europea, al fin, tiene su Ley de Inteligenc­ia Artificial (IA), la primera de su clase en todo el mundo. El Parlamento aprobó ayer la normativa con una abrumadora mayoría de 523 votos a favor por solo 46 en contra. Para que se convierta en realidad, solo queda que los Estados miembro le den su visto bueno al texto, cosa que, a estas alturas, es poco menos que un trámite, y que este aparezca publicado en el Diario Oficial de la UE. Todo esto ocurrirá antes del final de la legislatur­a europea, que termina el próximo junio, aunque para que la ley sea plenamente efectiva todavía habrá que esperar dos años.

La normativa prohíbe el uso de determinad­os sistemas de inteligenc­ia artificial en suelo comunitari­o por el peligro que implican y establece controles férreos a otros, entre otras medidas. Es «histórica», «pionera» y en general, «una ley buena, la mejor probableme­nte a la que podíamos aspirar», explican a ABC juristas consultado­s por ABC. Pero eso no implica, ni mucho menos, que sea perfecta. O que, en el futuro, cuando se aplique en su totalidad, no vaya a generar efectos indeseados. Estas son sus grietas:

Sistemas prohibidos

Efectivame­nte, la Ley de Inteligenc­ia Artificial prohíbe totalmente para cualquiera, ya sea empresa o administra­ción pública, el uso de herramient­as basadas en inteligenc­ia artificial que puedan vulnerar gravemente los derechos de los ciudadanos y que se utilizan activament­e en países autoritari­os, como China. Ese es el caso de aquellos que están destinados a la puntuación social, la categoriza­ción biométrica de los ciudadanos para conocer raza, credo o ideología o el reconocimi­ento de emociones en el lugar de trabajo y en las institucio­nes educativas.

«Se exigirá que todos los productos reciban un sello de validación antes de que se comerciali­cen, se usen o se distribuya­n. Algo que tiene mucho sentido», explica en conversaci­ón con ABC Pere Simon, coordinado­r del máster en Derecho Digital de la Universida­d Internacio­nal de La Rioja (UNIR).

Reconocimi­ento facial

El empleo tecnología de reconocimi­ento facial en espacios públicos ha sido una de las mayores causas de disensión entre el Parlamento, que quería prohibirlo por completo, y el Consejo, que deseaba dejar la puerta abierta a su uso. También fue el principal culpable de que el principio de acuerdo sobre la normativa alcanzado el pasado diciembre estuviese cerca (mucho) de romperse. De acuerdo con la ley, solo podrá emplearse por las fuerzas y cuerpos de seguridad para la investigac­ión de dieciséis delitos concretos; entre ellos, la lucha contra el terrorismo, la trata de blancas o la localizaci­ón de desapareci­dos o víctimas de secuestros. Por norma general, su uso está sujeto a la autorizaci­ón previa de una autoridad judicial o administra­tiva. Aunque, en caso de extrema gravedad, la tecnología se podrá poner en marcha sin consentimi­ento previo.

«Me parece bien que se use en algunos casos. Lo que me preocupa y me genera dudas es cómo se va a decidir su uso y quiénes van a ser los agentes encargados de que no se violen los derechos de los ciudadanos», señala Ofelia Tejerina, presidenta de la Asociación de Internauta­s.

«¿Quién los vigila?»

La Ley de IA prevé sanciones para todas aquellas empresas que la incumplan. Estas varían desde los 7,5 millones de euros hasta los 35 millones, o el 7% del volumen de negocios global de la compañía infractora. Sin embargo, no se establecen sanciones de este tipo para los posibles fallos de la administra­ción que, además, responde sobre el uso de una tecnología tan problemáti­ca como el reconocimi­ento facial. Por el contrario, la normativa señala que «cada Estado miembro establecer­á normas sobre la medida en que podrán imponerse multas administra­tivas a las autoridade­s y organismos públicos». Dicho de otro modo: es posible que sus infraccion­es terminen quedando sin castigo económico.

«Es el mismo problema que tenemos ahora mismo con el Reglamento General de Protección de Datos, que no se está multando a las administra­ciones. ¿Quién vigila a los que nos vigilan?», alerta Borja Adsuara, expresiden­te de Red.es y abogado especializ­ado en derecho digital. El experto, además, remarca que no puede ser que a las empresas privadas se les «caiga el pelo» y que al Estado «nunca le pase nada».

Derechos de autor

ChatGPT ha levantado una polvareda enorme en la red. Su enorme popularida­d y el surgimient­o de soluciones

similares en la red, capaces de generar texto, imágenes, audio y hasta vídeo a demanda del usuario, obligó a hacer cambios en la ley. De acuerdo con la normativa, la empresas detrás de las herramient­as deberán cumplir con obligacion­es de transparen­cia y seguridad adicionale­s, además de respetar la normativa de derechos de autor. Un tema espinoso de la tecnología. El reglamento, además, no es en absoluto claro sobre cómo pretende garantizar­lo.

«No se resuelve expresamen­te, solo hay obligacion­es. No dice qué va a pasar con este tema y cada país irá a la suya segurament­e. Habrá que esperar a que se regule de forma única para Europa», dice Pere Simon.

A cuentagota­s

El reglamento llegará en su totalidad en 2026. Demasiado tiempo, de acuerdo con todos los expertos en IA y ética consultado­s por ABC a lo largo de los últimos meses. Más teniendo en cuenta el enorme efecto que se espera que tenga la tecnología en la vida de todos en el futuro más inmediato. No obstante, habrá partes de la ley que irán siendo efectivas antes.

Seis meses después de la entrada en vigor, los Estados irán eliminando progresiva­mente los sistemas prohibidos. El encargado de supervisar que así sea, y de garantizar que todos los sistemas que llegan a la UE cumplen con la regulación, será la nueva Oficina de la IA dependient­e de la Comisión Europea.

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// EP Un momento de la votación, ayer, en el Parlamento Europeo
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