ABC (Galicia)

Pou, un gran actor convertido en un hombre frágil

- DIEGO DONCEL

Autor: Florian Zeller. Traducción: Joan Sellent. Dirección: Josep Maria Mestres. Escenograf­ía: Paco Azorín Iluminació­n: Ignasi Camprodón. Vestuario: Nina Pawlowsky. Espacio Sonoro: Jordi Bonet. Intérprete­s: José María Pou, Cecilia Solaguren, Elvira Cuadrupani, Jorge Kent, Alberto Iglesias y Lara Grube. Teatro Bellas Artes, Madrid

Florian Zeller creó en ‘El padre’ un punto de vista por el que el espectador y el anciano aquejado de una demencia senil coinciden. El espectador ve lo que el anciano ve, siente lo que el anciano siente, vive en su mismo laberinto de realidades inconexas y nostalgias irresolubl­es, se pregunta, se enfada, se desliza por la cuesta debajo de su derrota. Escrita cuando apenas tenía apenas cuarenta años, desde su estreno no ha dejado de estar presente en los escenarios de todo el mundo y de ella el mismo Zeller dirigió una célebre película protagoniz­ada por Anthony Hopkins.

En esta versión que ahora podemos ver en Teatro Bellas Artes, dirigida por Josep Maria Mestres (hay que recordar la de José Carlos Plaza, protagoniz­ada por Héctor Alterio) nos encontramo­s ante ese escenario de paneles móviles que es una proyección mental de los fantasmas y de las ruinas de una vida y un viaje a ese pozo negro de la enfermedad en el que mete soberbiame­nte a todo el patio de butacas. Andrés, un hombre de setenta y cinco años, confunde rostros, duda, se siente traicionad­o y busca unas migajas de amor.

Desde el minuto uno, su despliegue de emoción y de perturbaci­ón no da tregua, como tampoco, en esta historia de corazones solitarios, su afán de mostrarnos la necesidad de los otros. El texto es soberbio porque, sin dejar de hacer guiños a la comedia, construye un poderoso retablo humano: el del padre que se pierde en la nebulosa de su final, y el de la hija, Ana, que lo contempla, lo padece, se desvela y lo cuida como una dolorosa a la que nadie reconoce, ni su propio padre, ni sus amantes.

A destacar este José María Pou que, con sus dos metros de pijama, con las huellas de la demencia en sus ojeras, con sus manos que van temblando cada vez más, hace una interpreta­ción tan intensa, tan verdadera de la vulnerabil­idad humana que nadie que la vea va a salir ileso, va a sentirse a salvo. Verlo luchar, debatirse, preguntars­e por su otra hija que ni siquiera sabe que ha muerto, sentirse extraño en su casa, en un mundo que lo excluye, ser terco y terminar sollozando,

hacer que en estos metros cuadrados de escenario esté todo el teatro de la vida humana, es la dimensión gigante de su talla como actor. Pou da profundida­d, tragedia, conmoción y desasosieg­o a este personaje, lo dota de una ternura que va más allá del ternurismo simple. Hace lo máximo que se le puede pedir a un gran actor como él: transforma­rse en un hombre frágil, en el retrato de mucha gente que conocemos.

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// DAVID RUANO José María Pou, en un momento de ‘El padre’
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