ABC (Galicia)

«El puritanism­o es una forma de cursilería»

▶ La autora publica ‘Ensayo general’, un mosaico de recuerdos y opiniones de aroma hedonista y nostálgico

- BRUNO PARDO PORTO MADRID

Milena Busquets (Barcelona, 1972) cree, como Michi Panero, que en esta vida se puede ser de todo menos un coñazo. Acaba de publicar ‘Ensayo general’ (Anagrama), un mosaico de opiniones y recuerdos: los veranos en Cadaqués, la elegancia de los héroes, la falta de amor, el exceso de amor, su madre, sus hijos, el tormento de escribir, el placer de fumar de madrugada después de muchos años... ¿Y hemos dicho amor? Sí, amor, sexo, deseo. Aquí hemos venido a disfrutar.

—¿Escribir es sufrir?

—Escribir es muy complicado. Es complicado cuando tienes talento, es complicado cuando no tienes talento, es complicado cuando tienes algo que decir y es imposible cuando no tienes nada que decir.

—Asegura que una mala novela y una buena novela exigen el mismo esfuerzo: mucho. —Un libro es como una historia de amor, realmente. A un libro has de entregarle absolutame­nte todo sin saber lo que te va a devolver. No hay garantías de nada. Solo hay una intuición muy leve de lo que puede ocurrir. O sea, que nunca sabes.

—Ha vuelto a escribir sobre su madre, Esther Tusquets. Es la pieza más larga del libro. Y empieza en el psiquiatra.

—[Ríe] Es la historia del nunca acabar. Hay escritores que cogen un tema y una vez que terminan el libro ese tema está resuelto. Yo soy todo lo contrario: arrastro y revisito mis temas. No tengo la sensación de haber resuelto nada nunca: con ningún libro, con ningún artículo, con ninguna pieza. Pensaba que no volvería a escribir sobre mi madre y aquí estoy.

—Su madre no quería que se dedicara a esto.

—Yo preferiría ser abogada. No escogí la escritura. El mundo editorial me ha hecho muy desgraciad­a. Cuando tenía veinte años iba a los cócteles del premio Herralde y volvía a casa y vomitaba de los nervios de estar allí... Este es un mundo muy narcisista, competitiv­o, difícil. Además, la figura de mi madre siempre está muy presente. Es muy difícil descabezar a alguien así. —Le cito: «Tal vez en la vida no sea todo blanco o negro, pero en el amor sí». ¿Sigue amando como en la adolescenc­ia?

—Mi opinión sobre el amor no ha cambiado desde los ocho o diez años, desde la primera vez me enamoraré de un niño de mi clase. Lo que estoy dispuesta a dar, lo que le pido, es lo mismo. Y de alguna forma esta inmadurez me mantiene despierta. En algunas cosas he aceptado compromiso­s, he aceptado mis limitacion­es, las limitacion­es de la vida, pero en el amor no. Aunque la mayoría de las personas a partir de los cuarenta años se protegen muchísimo y convierten el amor en otra cosa. —¿En qué?

—Hay gente que decide tener un amante de seis a ocho los jueves. Esto se hacía mucho en los setenta y ochenta. Pero incluso esta gente llega un día en que caen en la chifladura y se les desmonta la vida. Yo veo que el amor y el deseo son inevitable­s. Lo veo por la calle, paseando al perro. Nos interesamo­s mucho los unos por los otros. Estamos dispuestos a ver qué hay en el otro. Es la única manera de vivir. Si no ese interés lo acabas destinando al poder, que es una mediocrida­d. O a tu obra.

—¿Hay que elegir entre la literatura y la vida?

—Es genial lo que hizo Proust. Estuvo teniendo una vida social frenética hasta los treinta y cinco, que es cuando enfermó. Y hasta ese momento había escrito poquísimo. Yo creo que si no hubiese estado tan enfermo no hubiese escrito nunca ‘La búsqueda del tiempo perdido’ [deja un silencio]. Prefiero la gente que se dedica a la vida a la gente que se dedica a la literatura. —Otra cita: «La cursilería es una forma de puritanism­o».

—Y el puritanism­o es una forma de cursilería [ríe]. La cursilería no es grave, el problema es cuando salta al terreno de lo moral y se pretende convertir el mundo en un jardín de infancia. Estoy muy en contra de cualquier tipo de puritanism­o. Me parece muy peligroso en la izquierda, en la derecha y en la literatura. Todo lo que sea decirle a los otros cómo deben vivir y cómo deben querer me parece muy dañino. Y es muy difícil no hacerlo. Cuando escribes, en cuanto te despistas, se te escapa.

—En uno de los capítulos carga contra los artistas que dan lecciones de bondad y civismo.

—Porque son mayoría. Y es una cosa muy nueva esto de que un creador, un artista, una persona que inventa tenga que estar del lado de las monjas y de los buenos y de la santurrone­ría. La preocupaci­ón máxima es no decir nada que pueda molestar a alguien. Este miedo a molestar es lo más bajo… El otro día dudaba si usar la palabra coñazo en un texto de mi blog y estuve a punto de cambiarlo por rollo. Pero es que hemos llegado al punto de que escribir coñazo es casi un acto político. Y lo dejé, claro. Porque la lengua debería ser un terreno de libertad absoluta, de juego absoluto. En esto soy anarquista. —También carga contra la cruzada antitabaco al aire libre.

—Es que hay alguien que quiere decidir que al aire libre, en el mundo, en el planeta Tierra, donde estamos los humanos y los animales, los elefantes y los leones, las palmeras, no puedes fumar porque si pasa alguna cretina le puede molestar. Me parece tan bestia. Además, ¿qué se piensan? ¿Que van a vivir eternament­e? [Y se ríe]. Me molestan mucho estas tonterías. Es una forma de olvidar nuestra propia mortalidad. —¿Se respeta poco el placer ajeno? —No se respetan los vicios de los demás. Y rige esta nueva creencia de que deberíamos ser todos virtuosos. ¿Pero esto de dónde sale? Si Dios ya nos expulsó del paraíso. Y nos expulsó precisamen­te porque queríamos disfrutar del placer. Es cursi y puritano: no somos seres virtuosos. Lo mejor de los hombres ha salido de lo oscuro. Además, las que se quejan y los que se quejan ya sabes quiénes son. No será Kate Moss, no. Son los mismos que leen libros de autoayuda. Pero bueno, yo creo que los jóvenes acabarán con esto.

Amor

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