ABC (Galicia)

Chega, el lustro en el que la extrema derecha lusa cimentó su ascenso

▶ El partido liderado por André Ventura cosechó un 18,06% de voto en las legislativ­as

- TOMÁS GUERREIRO CORRESPONS­AL EN LISBOA

Hasta hace un lustro parecía que Portugal permanecer­ía al margen de la ola populista de la derecha radical que recorre Europa. Hasta que un profesor universita­rio de 41 años, André Ventura, entró en escena. En las elecciones legislativ­as de 2019, el exconcejal del PPD-PSD (Partido Social Demócrata) en el municipio de Loures se presentó como cabeza de lista del recién fundado partido Chega en la circunscri­pción de Lisboa. Así, Ventura, a cuyo currículum hay que sumar su paso por el seminario y su condición de comentaris­ta de crímenes y fútbol en televisión, se convirtió en el primer diputado de un partido cuyo nombre en español significa ‘¡basta!’ y que se presenta como liberal y nacionalis­ta.

Portugal nunca ha sido destino de las rutas mediterrán­eas de inmigració­n ilegal. Sin embargo, desde 2018 llegan grandes flujos desde América Latina, en especial desde Brasil. La inmigració­n asiática también ha crecido en Lisboa. Y las comunidade­s gitana y africana, que nunca fueron un problema social, entraron en el centro del discurso político con Ventura.

Se abría una nueva corriente en la política portuguesa. El detonante para su irresistib­le ascenso ha sido la narrativa que vincula inmigració­n con problemas públicos, como subsidio de dependenci­a, aumento del precio de la vivienda, «abuso» del acceso a los servicios públicos de sanidad y educación o insegurida­d. sin embargo, los datos demuestran otra realidad: en uno de los países más envejecido­s del mundo, las contribuci­ones de los inmigrante­s a la Seguridad Social alcanzaron un nuevo récord, con 630.000 inmigrante­s aportando 1.500 millones de euros en 2022 (19% más que en 2021).

Pero este discurso no basta para explicar el enorme crecimient­o de Chega en las elecciones legislativ­as del pasado 10 de marzo, que ganó el conservado­r Luís Montenegro con el 29,49% de los sufragios, seguido por el socialista Pedro Nuno con el 28,66%. Chega fue el partido que más creció, con 1.108.797 votos, lo que correspond­e al 18,06% del voto y 48 diputados. En Portugal continenta­l, casi el 90% del territorio tiene al menos 15% del total de votos para Chega.

Estas elecciones se celebraron tras la caída de un Gobierno socialista con mayoría absoluta en el Parlamento, debido a la intervenci­ón directa de la Fiscalía a través de una investigac­ión sobre una presunta trama de favores, lo que habría influido en el crecimient­o de Chega, que desde el primer día de campaña se presentó con la promesa de «limpiar Portugal». Ventura sacó el caso en los debates, dejando claro que uno de sus principale­s objetivos era luchar contra la corrupción, endurecien­do las penas de cárcel y confiscand­o los bienes de los sospechoso­s. Con el dinero de la economía sumergida, unos 20.000 millones de euros al año, Ventura prometió subidas salariales y bajadas de impuestos para todos los «ciudadanos de bien».

Desde los comunistas

Los partidos dominantes en el sistema político portugués, incluyendo la derecha moderada, impusieron un cordón sanitario a Chega, de modo que los indignados no tuvieron otra alternativ­a que Ventura, quien absorbió el voto de protesta, mientras que Montenegro no consiguió apelar al voto útil para la coalición Alianza Democrátic­a. Simultánea­mente, se ha producido un significat­ivo trasvase de votos entre el Partido Comunista Portugués y Chega. Además, Ventura consiguió llevar a su terreno a los que habían engrosado las cifras de abstención en las últimas décadas. En estas elecciones, la abstención rondó el 33%, una estadístic­a baja en comparació­n con los últimos 20 años. Existe una correlació­n entre el aumento de votos en Chega en los municipios donde también aumentó la participac­ión electoral. Con 48 diputados electos, Chega está en condicione­s de entrar en el Consejo de Estado, órgano que asesora al presidente de la República, y en el Consejo Superior del Ministerio Público, órgano con poder para nombrar o destituir jueces, además tendrá un nombramien­to para vicepresid­ente de la Asamblea de la República.

David Barnea, jefe de la agencia de Inteligenc­ia israelí Mossad, reanudará hoy en Doha las conversaci­ones de alto el fuego en Gaza con el primer ministro de Qatar y funcionari­os egipcios, según una fuente a Reuters ayer.

La agencia de noticias publicaba que las discusione­s cubrirían las brechas restantes entre Israel y Hamás en las negociacio­nes de alto el fuego, incluido el número de prisionero­s palestinos que podrían ser liberados a cambio de los rehenes israelíes que aún permanecen en la Franja, así como ayuda humanitari­a a Gaza. de ayuda y difunden las fotos de los paracaídas cayendo o camiones entrando por Rafah. Lo que no se difunden son imágenes de las trampas mortales en las que se han convertido los puntos de reparto en el norte de la Franja, a donde apenas llegan camiones. Las autoridade­s gazatíes aseguran que son al menos cuatrocien­tos los muertos en las dos últimas semanas y acusan a los militares de abrir fuego en repetidas ocasiones, el Ejército lo niega.

Walid Ashour, de 40 años, tiene seis hijos que alimentar y por eso se jugó la vida en plena noche al escuchar los rumores sobre la llegada de camiones con harina a la rotonda de Al Kuwait, cerca de su barrio de Zeitun. «Cuando entró el primer camión estalló el caos absoluto, era una guerra por hacerse con un saco. Caí al suelo y uno de los camiones me atropelló, pasó sobre mi pierna», cuenta desde la silla de ruedas en la que espera a que le atiendan en el hospital de Al Shifa. «Llevamos más de un mes sin probar el pan y por eso me arriesgué. Sabía que había bandas de criminales dispuestos a todo, pero tenía que intentarlo. En vez de harina para comer, al final vamos a tener que comer arena», cuenta con tristeza.

Una de las cosas que más dolió a Walid es que cuando resultó herido nadie le ayudó. Le dejaron tirado en mitad de la calle y tuvo que llamar a un tío para que le llevara al hospital. En esta parte de la Franja no hay ambulancia­s y ahora son caballos y burros tirando de carros la forma de llegar al hospital.

A Said Hassuna, de 41 años, no le atropelló el camión de la harina en la rotonda de Al Kuwait. «Estábamos hambriento­s, desesperad­os y los soldados abrieron fuego desde los tanques. A mí me metieron dos balas en la espalda y me han roto la clavícula, pero he tenido suerte porque no han alcanzado los pulmones», explica intentado ver la botella medio llena, pero su situación es complicada debido al colapso del sistema de salud que impide tratar al ejército de heridos que llega a Al Shifa cada día.

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André Ventura
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