ABC (Galicia)

La persiana veneciana

Cualquier dictamen sobre la amnistía queda invalidado si obvia su índole de tarifa política en una transacció­n ilegítima

- IGNACIO CAMACHO

CUANDO un texto –jurídico, político o de la naturaleza que sea– puede interpreta­rse de manera que agrade a facciones o tendencias absolutame­nte opuestas es que ha sido pensado y redactado para complacerl­as. Y eso es exactament­e lo que ocurre con el dictamen sobre la amnistía elaborado por la Comisión de Venecia: que viene a ser lo que en términos populares se conoce como un ‘bienqueda’. Y no porque su contenido carezca de argumentos puestos en razón o porque observe la ecuánime independen­cia que cabe exigir al arbitraje de una institució­n europea, sino porque ignora a propósito el fundamento real de la polémica al analizar la textualida­d de la ley sin entrar en su motivación verdadera. Es decir, que sobrevuela el aspecto nuclear de la cuestión para eludir un pronunciam­iento sobre el fondo del problema.

Se entiende que la discusión sobre el encaje constituci­onal de la norma es un asunto de derecho interno que queda fuera del perímetro de un peritaje de esta clase. Partiendo de esa premisa, las objeciones formuladas al proyecto son irrefutabl­es, pero versan sobre su letra pequeña, la que se refiere al alcance de la impunidad –término que por descontado queda al margen–, a la indefinici­ón de los ámbitos materiales y temporales, a la ausencia de mayoría parlamenta­ria reforzada o a las responsabi­lidades del poder judicial a la hora de controlar la aplicación individual de los criterios generales. Lo que falta es la letra grande, la causa esencial que da origen y lugar al debate.

Cualquier juicio sobre la amnistía queda invalidado si no tiene en cuenta su punto de partida, su carácter de moneda de cambio en una compravent­a de franquicia­s recíprocas. Investidur­a por votos, inviolabil­idad por apoyo, ése es el degradante ‘quid pro quo’ que la Comisión olvida junto con las reiteradas negativas anteriores del Gobierno sanchista. El estado de necesidad admitido por el propio presidente anula el resto de argumentac­iones justificat­ivas para dejar patente un descarnado contrato de ayudas a medida. Y la existencia, también obviada, de una negociació­n previa con los beneficiar­ios para sacarlos del radio de acción de la justicia convierte la operación en una transacció­n ilegítima, un flagrante tráfico de favores, un palmario acto de corrupción política.

Como nada de eso figura en la farragosa proposició­n aprobada en el Congreso, los comisionad­os se han hecho los suecos y han repartido considerac­iones literalmen­te a diestro y siniestro, aceptando incluso la farfolla gubernativ­a sobre la reconcilia­ción y demás silogismos chatarrero­s. Para compensar, han añadido alegacione­s jurídicas que satisfagan a la oposición y dejen a todos contentos. El espinoso expediente queda cubierto con un informe aséptico que corre sobre el punto esencial del caso, el de la desviación de poder, una persiana de silencio. Una persiana veneciana, por supuesto.

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