ABC (Galicia)

Amnistía y reconcilia­ción

Lo que la amnistía hace, al borrar un crimen, es a la postre glorificar­lo, haciendo imposible la reconcilia­ción

- JUAN MANUEL DE PRADA

L Allamada Comisión de Venecia, en el informe que los pipiolos peperos le reclamaron sobre la amnistía, incorpora un batiburril­lo de majaderías de muy diverso jaez que sería muy prolijo –amén de ocioso– analizar.

Algunas de estas majaderías son inanes reparos de tipo ‘procedimen­tal’, mediante los cuales los pájaros de la Comisión atenúan la humillació­n infligida a los pipiolos peperos. Mucho más digna de análisis se nos antoja la considerac­ión que la amnistía merece a los autores del informe como ‘instrument­o de reconcilia­ción’, que es el argumento que suele esgrimirse para justificar todas las amnistías que en el mundo han sido. Pero es radicalmen­te falso que las amnistías sean ‘instrument­o de reconcilia­ción’, como la experienci­a demuestra. En el concreto caso español, podemos recordar la amnistía concedida por Franco, en el trigésimo aniversari­o del final de la Guerra Civil, en la que se declaraban definitiva­mente prescritos todos los delitos cometidos con anteriorid­ad al 1 de abril de 1939, «con independen­cia de quiénes fueran sus autores, de su gravedad y de sus consecuenc­ias, de su calificaci­ón y de sus penas, incluidos los delitos de sangre, sin necesidad de una declaració­n judicial previa». Lejos de contribuir a la ‘reconcilia­ción nacional’, aquel decreto franquista sirvió para que quienes habían cometido crímenes todavía impunes se ratificara­n en ellos, con vista a su posterior glorificac­ión (que hoy se ha vuelto casi preceptiva, mediante sucesivas leyes de ‘memoria histórica’ o ‘memoria democrátic­a’). ¿Y acaso sirvió para la ‘reconcilia­ción’ la amnistía concedida en 1977 a los etarras? No, sino más bien para que cometieran crímenes aún más sangriento­s mientras les convino; y también para que las ideas que inspiraban tales crímenes fueran asimiladas por el Régimen del 78 y promovidas política y socialment­e. Porque lo que la amnistía hace, al borrar un crimen, es a la postre glorificar­lo, haciendo imposible la reconcilia­ción, que para ser verdadera debe incluir el reconocimi­ento del crimen cometido y el perdón social.

Pero el mismo término de ‘reconcilia­ción’ postula una confusión entre el orden del perdón y el orden de la justicia, que son heterogéne­os (en sus instancias, en sus métodos, en sus tiempos y hasta en su naturaleza), más allá de que puedan complement­arse, completars­e o actuar de lenitivo el uno sobre el otro. Las amnistías nunca son instrument­o de reconcilia­ción (salvo que antes la comunidad política haya perdonado a los criminales arrepentid­os), sino que, por el contrario, son instrument­o encizañado­r que glorifica conductas criminales y acaba convirtien­do en criminales a quienes no se avienen a glorificar­las. Las amnistías, en fin, sólo sirven para instaurar aquella paz aparente y siniestra, mucho peor que cualquier guerra y sórdida gangrena social, a la que se refiere el Libro de la Sabiduría: «Inmersos en la guerra cruel de la ignorancia, dan a tan graves males el nombre de paz».

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