La valentía de los cobardes
Lo conveniente es pasar la frontera por carretera o bien una parada ligera, en la que el Cobarde Prófugo podría ir escondido en el maletero
DESDE que escuché al Cobarde Prófugo amenazar, desde Bélgica, con que volvería a España para comprobar si había coraje para detenerlo y meterlo en la cárcel, me acordé de una frase, atribuida a Esopo, que recuerda: «Es fácil ser valiente, desde una distancia segura».
La distancia entre Barcelona y Bruselas supera los 1.300 kilómetros y, aunque hay autopistas, con un buen automóvil se tardan más de doce horas en llevar a cabo el recorrido. Sí, claro, existe el avión, pero el espectáculo de la detención en el control de pasaportes de un aeropuerto carece de cámaras, focos, periodistas, e incluso curiosidad entre los que aguardan pasar la aduana, la mayoría de ellos procedentes de otros países, donde Puigdemont es tan conocido como el popular presentador de una televisión autonómica española.
Lo conveniente para el espectáculo es pasar la frontera por carretera –si se trata de un automóvil de la UE, sólo habrá que disminuir un poco la velocidad– o bien una parada ligera, en la que el Cobarde Prófugo, como ya tiene experiencia, podría ir escondido en el maletero. Eso sí, una vez pasado el control, se puede llegar a Barcelona, avisar a los medios de comunicación para que se reúnan en la plaza de Sant Jaume y, una vez organizado el teatro, aparecer tras el aviso de un presentador que anunciaría la presencia del Cobarde Prófugo.
Dudo que eso sea así. Estoy convencido de que el Cobarde Prófugo se presentará a las elecciones, pero sin salir muy lejos de Bruselas, porque una persona de sus características no creo que se arriesgue a entrar en la cárcel, sin saber cuánto tiempo. Sus características son que, una vez declarada la independencia de Cataluña, durante ocho segundo, y tras la conmoción organizada, a sus amigos, sus compañeros, a sus colegas, que habían estado en la misma trinchera que él, les dijo, como despedida, la frase de la traición –«Y, mañana, nos vemos en el despacho»– mientras ya tenía ultimado el plan de huida en el maletero de un automóvil. No se trata de un cobarde compulsivo, una especie de acción por el efecto del irresistible miedo, sino un cobarde calculador, que sabía que con esas palabras les infundía confianza, y no iban a pensar que lo que les aguardaba era un juicio justo y la cárcel.
Los cobardes no son ejemplo de riesgo, y los cobardes calculadores como él, mucho menos. Habrá pantallas, mensajes de plasma, abundantes vídeos, y entrevistas telefónicas, claro que sí, pero atravesar la frontera, sin la inconstitucional amnistía atada y bien atada, y exponerse a un proceso que su abogado –por muy experto que sea en defender terroristas– no sabe lo que puede durar, no lo va a hacer. Los cobardes nunca se sacrificaron por su patria: viven de ella. Como el Cobarde Prófugo.