ABC (Galicia)

Félix Bolaños, el hermeneuta

Es preferible la amable mentira si viene de los nuestros a una incómoda verdad

- DIEGO S. GARROCHO

N Oes fácil que una mentira del Gobierno sea noticia. Son tantas las ocasiones en las que desde el Ejecutivo, con su presidente a la cabeza, se ha faltado a la verdad, que lo noticiable hubiera sido que Sánchez o alguno de sus ministros se hubieran reconcilia­do con el decir veraz. Sin embargo, con el dictamen de la Comisión de Venecia se ha dado un paso más. No es que mientan: es que están dispuestos a impugnar una realidad contrastab­le para cualquiera que tenga la competenci­a lectora de un alumno de bachillera­to. Ya ocurrió cuando intenciona­damente se filtró el primer borrador y se instó a la prensa a interpreta­r que el dictamen avalaba la tramitació­n de la amnistía. Y volvió a ocurrir el viernes cuando ya con la versión definitiva del texto se intentó persistir en una interpreta­ción del documento evidenteme­nte retorcida.

Las palabras se fijan por escrito cuando se quiere asegurar un significad­o mínimo y acotado. Por eso se escriben los contratos y las constituci­ones, para dejar constancia material de un significad­o basal que quede a salvo de la arbitraria voluntad de las personas. Los textos en clave jurídica o política no pueden ser objeto de una interpreta­ción infinita, y por más que Paul Valéry negara la existencia de un verdadero sentido para la palabra literaria, cualquier lector que acceda al dictamen de la Comisión podrá comprobar su diagnóstic­o crítico con la de la ley de amnistía.

Lo terrible no sólo fue la hermenéuti­ca falaz del ministro, sino que existieran medios capaces de brindar apoyo a la desnortada interpreta­ción. Hubo de todo, desde quien apeló al «espíritu de la amnistía», que tanto recuerda al ‘sensus spirituali­s’ de la hermenéuti­ca sacra, a quienes optaron por subrayar un conflicto de interpreta­ciones entre el PSOE y el PP, para ocultar así el ‘sensus litteralis’ del dictamen. Todo con tal de no asumir que el texto dice lo que dice. Entre la ciencia y el terraplani­smo, ya saben: lo que hay, es un conflicto de interpreta­ciones.

Hagan caso a Umberto Eco y asuman siempre como posibilida­d el que los textos signifique­n, sencillame­nte, lo que expresan en su sentido más obvio. Aunque, seamos francos, Bolaños no intentó engañar a nadie, lo que hizo fue pasar lista en voz alta para comprobar quién está dispuesto a impugnar la prístina claridad que arroja una letra escrita que no le conviene. Y allá que fueron algunos, a demostrar una fidelidad casi pornográfi­ca. Por encima de los hechos si hace falta, porque siempre es preferible la amable mentira si viene de los nuestros a una incómoda verdad. Pero el informe es claro, y como reza el viejo adagio, ‘in claris non fit interpreta­tio’. Si pueden, léanlo con sus propios ojos y recuerden lo que dijeron unos y lo que dijeron otros.

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