ABC (Galicia)

«Hoy no se podría hacer ‘Macarena’ porque los piropos están prohibidos»

▶ Los del Río celebran los 30 años de la popular canción con una serie documental

- LUCÍA CABANELAS BARCELONA

Ley Seca, los estragos de la II Guerra Mundial o la lucha por los Derechos Civiles, con la protagonis­ta librando también sus propias batallas contra la industria discográfi­ca, los promotores de conciertos y la prensa, siempre manteniend­o la fascinante elegancia y determinac­ión que la llevó a colaborar con los mejores y a grabar algunos de los discos más importante­s del siglo XX. Y todo, con un final de cuento. Escribe Tick que al funeral privado que se celebró tras su muerte asistieron Gladys Knight, Quincy Jones, Stevie Wonder, Dionne Warwick, Nancy Wilson y la actriz Virginia Wicks, que le relató esta anécdota a la autora: «El momento culminante fue la actuación de Ketter Bets. Fue muy emocionant­e y él habló brevemente. Tocó un solo de bajo en ‘Poor Butterfly’, y de repente, cuando dejó de tocar, un pájaro comenzó a cantar y a cantar, y fue absolutame­nte hermoso. No sólo lo sentí yo, sino también otras personas que estaban allí y que querían a Ella».

Se llaman Antonio Romero Monge y Rafael Ruiz Perdigones, pero para todo el mundo, e incluso para ellos, ya son casi solo Los del Río. La suya es la historia de un éxito, uno tan grande que llegó a todas partes, a lo más alto, pero sin olvidar nunca de dónde salió, de Sevilla, ni cómo, juntos. «Siempre hay algún roce, pero nosotros creemos que ha sido más fuerte el trabajo. Y un trabajo de 60 años no se puede tirar por la borda por una discusión, por algo que no estemos de acuerdo. Y si no lo estamos, somos racionales. Pero que ha habido peloteo eso no lo quita nadie, ni en los matrimonio­s que se acuestan juntos todos los días», dice Antonio, que toma la palabra porque a Rafael, durante la entrevista, se le estropea el audífono. Así que apunta de vez en cuando, sonríe y asiente cuando habla su otra mitad.

De que se entienden no cabe duda. Claro que la fórmula del dúo, si no es mágica, sí ha demostrado ser infalible. ‘Macarena’ fue un éxito viral antes de que existieran las redes sociales, también número uno en ‘Billboard’ y la única canción española que ha sonado en el cotizado (y caro) descanso de la Super Bowl. Hizo que Hillary y Bill Clinton la bailaran durante una campaña –aunque, aseguran, «mezclar la política con la música sería la ruina del mundo»–. Con apenas cuatro notas, la ‘Macarena’ despertó las envidias de las

Spice Girls y a punto estuvo de unir a Antonio y Rafael con «Miguel» Jackson. «Quiso grabar con nosotros pero murió, no le dio tiempo», dicen. Treinta años después de su lanzamient­o, sigue siendo un fenómeno, un himno del planeta y, ahora, una serie documental, que estrena hoy Movistar Plus+, dirigida por Alejandro Marzoa. «El gran poder de la ‘Macarena’ es haber puesto a bailar al mundo», dicen Los del Río.

Figuras internacio­nales

Si Marilyn Monroe le cantó ‘Happy Birthday’ a Kennedy, Los del Río se arrogaron la versión castiza para animar el último aniversari­o del Rey Juan Carlos. Pero, de todos los hitos de ‘Macarena’, «lo más grande» que han tenido delante, confiesan, fueron «Juan Pablo II y la madre Teresa de Calcuta». Y eso que en Líbano la considerab­an una «canción satánica», porque la gente «se ponía como loca» en las discotecas. Cuenta Antonio que se arrancó a cantarle una sevillana al Papa en un «balconcill­o de la ermita» del Rocío. Cuando le volvieron a ver en El Vaticano, se acordaba de ellos. «Nos agarraba con las manos y decía: ‘Rocío, Rocío, Rocío’», recuerda, devoto, el artista.

Como todo gran éxito, el ‘hit’ musical viene con sus sombras. Ha sido acusada de plagio y a su vez ha sido plagiada varias veces. En Canadá, por ejemplo, la versión conocida es la de Pedro Castaño, que se hacía llamar Los del Mar, aunque «¡solo era uno!», ríe el binomio. Los del Río, a los que la fama les pilló maduros, ya con 40 años, se lo toman con filosofía: «El orgullo mayor del mundo es que todo el mundo está copiando cosas de ‘Macarena’. Si la ‘Macarena’ la agarra alguien y se la ha hecho suya y han ido haciendo gala por el mundo, nos satisface, porque si le ha hecho falta y le hemos podido ayudar con eso, ¡viva la ‘Macarena’!».

Para Los del Río, que nunca han «disfrutado de la envidia», todos los autores que se dedican a escribir música saben que «en algún apunte se puede parecer». Y van más allá: «El flamenco es lo más importante que hay en la música. Ni el blues ni el jazz entran por bulería ni la bulería entra por el blues y el jazz. Un rock and roll de Elvis Presley viene de una rumba nuestra». Y canta Antonio al son del rey del rock, que murió antes de poder bailar ‘Macarena’: «Rock de la cárcel para bailar el rock, todo el mundo a bailar, todo el mundo en la prisión...». Y aclara: «No te puedes imaginar las cosas que nos han robado en el extranjero y cogido de la música nuestra».

Optimistas, no solo no les pesan los logros pasados sino que anticipan, mínimo, otras tres décadas de éxitos. Aunque son consciente­s de que los tiempos cambian y también, mal que les pese, los valores. «Hoy en día no se podría hacer ‘Macarena’ porque parece que están prohibidos los piropos. No se podría poner tan alto el nombre de una mujer», se quejan, y alaban: «Lo máximo que respetamos y lo que más amamos del mundo es a vosotras, a las mujeres. Mi madre me parió a mí. La madre de Rafael le parió a él», dicen, como queriendo demostrar que, a pesar de la sintonía entre ambos, no son la misma persona. «Si no nos hubiesen parido dos mujeres no estaríamos aquí. Y gracias a vosotras tenemos la gran oportunida­d de estar aquí y de disfrutar de vosotras. Porque sin vosotras la vida no es vida».

Pese a todo, Los del Río, que empezaron como animadores de la ‘jet set’ y siguieron ajetreando al pueblo, no quieren que la fiesta termine. «El que se retira se va para allá, para el barrio de Los Callares», dice Antonio. Y añade Rafael, asintiendo: «Quien se jubila está muerto». Pues eso: «Aaaaay».

Me gusta hoy, por encima o por debajo del luto de Whitney, hacer una celebració­n del talento

Whitney, con la pureza del demonio

Se nos ha ido febrero sin dar un énfasis para Whitney Houston, que murió ese mismo mes, en el 2012, por sobredosis. Durante muchos años, todo vivió en ella demacrado: el éxito, el fracaso, el talento que era talentazo. Está entre los naipes mejores de la arrastrada vida, Whitney, y yo creo que hace un triunvirat­o de oro con Madonna y con Michael Jackson en los firmamento­s del pop; pero a estos se les dejó, aplaudidam­ente incluso, que fueran ángeles del mal, y a Whitney no. Vivió bajo la obligación de ser pura, o perfecta, como su voz insomne. Hasta los afroameric­anos la censuraron en algún momento, porque «no era suficiente­mente negra». Sí fue sobradamen­te rica, en medio de una familia que frecuentab­a todos los venenos. Y al final llegó a declarar: «Yo soy el demonio».

Tiene algo de tópico decir que se ha ido para ya no irse nunca, pero hay que decirlo. La eternidad nos la ha devuelto. No quiero extenderme haciendo ahora la glosa de su belleza silvana, o de su voz de metal en pie, pero sí quisiera certificar un momento que, con ella, levantamos la noticia del talento a la copa de una primavera alegre de visionario­s del trinque, chulos del euro, políticos de merendero y otras mediocrida­des, con corbata o sin corbata. El talento es noticia muy pocas veces, salvo que vayas y te mueras, preferible­mente en Hollywood. El recordator­io de la necrológic­a de Whitney es para mí el auge del natalicio del talento, porque no todos los días se muere una chica con don de oro, como ésta. Vamos viendo que la temporada salvaje aúpa a los políticos como estrellas no sólo del telediario.

De modo que me gusta hoy, por encima o por debajo del luto de Whitney, hacer una celebració­n del talento. O sea, el milagro antes que un ministro, la voz antes que un portavoz, señor o señorita. Te pones una canción de Whitney, y parece que se apaña algo la vida. Ya sé que una canción dura un relámpago, y no sirve de mucho, pero sin música, a ver cómo íbamos a ser ricos por un momento los pobres. Después, que vengan los burócratas a cantarnos las inclemenci­as.

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