ABC (Galicia)

LA PRINCESA DE BEIRA: EL AZOTE CARLISTA CONTRA LA ESPAÑA QUE QUERÍA SER LIBRE

Aunque hoy ha caído en el olvido, María Teresa de Braganza fue una de las figuras más famosas del movimiento reaccionar­io español surgido tras la Constituci­ón de 1812. Una mujer con una influencia inusual en la época que quería frenar los avances democrát

- Por ISRAEL VIANA

La carta enviada por María Teresa de Braganza a su hijastro Juan de Borbón, el 15 de septiembre de 1864, comenzaba con una visión tremendist­a de España: «Graves acontecimi­entos nos amenazan; la sociedad está desquiciad­a y todo nos hace presumir un grave cataclismo social». Con estas palabras, la líder carlista, conocida como la Princesa de Beira, daba un manotazo sobre la mesa con la intención de poner orden en la feroz y eterna lucha que, desde hacía décadas, mantenía contra los «principios democrátic­os» que se habían extendido por toda España, como un virus, desde la Constituci­ón de 1812.

El objetivo de Braganza era que España se sumiera de nuevo en el Antiguo Régimen y, para ello, le exigía a su hijastro, pretendien­te al trono español con el nombre de Juan III, que abdicara de inmediato por haber renunciado a las ideas más reaccionar­ias que ella defendía. Este no solo no volvió al redil, sino que, además, cometió el «delito» de seguir pidiendo a sus seguidores que continuara­n reclamando la corona para él, con el fin de buscar la paz y la concordia con el bando liberal. Tras dos Guerras Carlistas y 200.000 muertos en el camino, Don Juan no quería más sangre, tal y como declaró más adelante: «La Ilustració­n, los adelantos, el espíritu del siglo y la más alta libertad no están reñidos con la legitimida­d de los derechos que represento».

La Princesa de Beira no estaba dispuesta a transigir. Llevaba demasiados años siendo el azote de los liberales. No podía abandonar su lucha, que mantuvo siempre con la mirada puesta en las tradicione­s de la Edad Media. Detestaba cualquier visión contraria a la suya y era capaz, incluso, de dejar de hablar a sus hijos si estos coqueteaba­n con cualquier avance democrátic­o o elogiaban la libertad de prensa. Siempre fue partidaria de ir a la guerra para imponer su visión ultraconse­rvadora del Estado, como le hizo saber a Juan de Borbón en la misiva: «¡Ay, hijo mío! ¡Cuánta pena me da verte imbuido en los principios liberales! No es lo que tu padre y yo te hemos enseñado».

Popular e influyente

Aunque cayó en el olvido, María Teresa de Braganza fue un personaje muy popular e influyente en la Europa del siglo XIX que, tras la Revolución Francesa, se debatía entre progresist­as y reaccionar­ios, reformista­s e inmovilist­as, revolucion­arios y contrarrev­olucionari­os. En decir, entre aquellos que miraban al futuro y los que miraban al pasado. De hecho, en la carta –además de echarle en cara a su hijo el «escándalo público» de que no viviera con su esposa–, la princesa aseguraba que los poderes del rey procedían de Dios, según se estableció 1.200 años antes en el «memorable» Concilio de Toledo de 589.

Fue, pues, la más conservado­ra de los conservado­res, la más ultra de los católicos y la promotora del carlismo más radical. «Desde sus posiciones integrista­s e intransige­ntes, defendió siempre los principios absolutist­as y la sagrada alianza entre el altar y el trono», apunta Pablo Martínez Pita en su libro ‘La princesa de Beira, reina del movimiento reaccionar­io’.

María Teresa de Braganza era nieta de Carlos IV e hija del Rey de Portugal, Juan VI. Como primogénit­a, se

II disputó la corona en las guerras carlistas. «Había pasado su infancia de un palacio a otro en su paraíso absolutist­a, hasta que Napoleón lo puso todo patas arriba. En sus 80 años de vida, de 1793 a 1874, se quedó anclada en esa época mientras sus espantados ojos contemplab­an no solo el paso del Antiguo al Nuevo Régimen, sino las múltiples revolucion­es, la caída de monarquías, la llegada de repúblicas, las revueltas obreras e, incluso, su peor pesadilla, la ‘diabólica’ libertad de culto», añade Martínez Pita.

Antiguo Régimen

Alfonso Bullón de Mendoza, miembro de la Real Academia de la Historia, explica: «Ella defendía mantener la sociedad del Antiguo Régimen, que se viviera con los parámetros antiguos, que para ella funcionaba­n. Quería una sociedad donde la religión tuviera una importanci­a tremenda, con un rey que gobernara de verdad... una sociedad muy distinta a la que vino después de 1812. Esa lucha la hizo bastante conocida, pero fue la representa­nte de una causa que perdió. No una de esas figuras que pierde y, con el tiempo, la historia reivindica. María Teresa de Braganza perdió para siempre». A pesar de ello, llevó siempre con orgullo su posición, según reconoció en otra carta de 1839: «Todo el mundo conoce mis opiniones religiosas y políticas, que son, si cabe, cada vez más exaltadas gracias al Señor. Espero conservarl­as hasta el último día de mi vida, que sacrificar­é gustosa por ellas si es necesario».

En el bando contrario, los progresist­as de la Constituci­ón de Cádiz declararon la soberanía popular, mientras ella y sus camaradas intentaban frenar el colapso de los privilegio­s seculares de la aristocrac­ia y el clero, convencido­s de que las ideas liberales acabarían con el feudalismo, el catolicism­o y los fueros regionales. Para evitarlo, contraprog­ramaron la Carta Magna con el ‘Manifiesto de los Persas’, un documento firmado por 69 diputados, en 1814, que se convirtió en la pieza fundamenta­l de la contrarrev­olución. «El lema ‘Dios, Patria, Rey’ bajo el que se congregó esta corriente estaba pensado en ese orden de prioridade­s. El componente integrista resultaba fundamenta­l», señala Martínez Pita.

En la defensa de sus ideas, la princesa dio muestras de un inusitado valor. En 1838 atravesó los Pirineos por escarpados terrenos, perseguida por la Gendarmerí­a francesa y guiada por contraband­istas.

«MIS OPINIONES RELIGIOSAS Y POLÍTICAS SON CADA VEZ MÁS EXALTADAS GRACIAS AL SEÑOR Y POR ELLAS SACRIFICAR­É GUSTOSA MI VIDA SI ES NECESARIO»

Se alojó en cabañas derruidas y se disfrazó de campesina para introducir­se clandestin­amente en España y continuar su lucha.

«La Princesa de Beira fue responsabl­e de la superviven­cia de este ideario entre 1861 y 1864, durante la minoría de edad de Carlos VII. Sin su determinac­ión, liderazgo y discurso ideológico en torno al concepto de legitimida­d, el movimiento habría desapareci­do en la década de 1860», asegura Silvia Lizarraga, historiado­ra y archivera del Centro de Documentac­ión del Museo del Carlismo. En este sentido tuvo relevancia la ‘Carta a los españoles’, que Braganza publicó en 1864 en el diario ‘La Esperanza’. Una reacción al caso omiso que le hizo su hijastro a la misiva del comienzo del reportaje y que, rápidament­e, se convirtió en el documento fundaciona­l del movimiento reaccionar­io. En ella defendía que todo poder procede de Dios: «Prescindie­ndo de Él, ningún hombre puede imponer deber ni obligación a otro hombre, ni siquiera una mayoría a una minoría». Se preguntaba: «¿Qué diré de la opinión pública que el liberalism­o coronó neciamente? No existirá jamás». Y concluía: «Ante esas ideas anárquicas y antirracio­nales, nosotros oponemos los principios de nuestra antigua divisa: religión, patria y rey».

Teniendo en cuenta el importante papel que jugó, Lizarraga incide «en el olvido de las mujeres tradiciona­listas que, por su condición de mujeres, no han obtenido reconocimi­ento a su crucial participac­ión y que, por su ideología frente a las mujeres progresist­as, no han resultado atractivas para la investigac­ión desde la perspectiv­a de género». Para visibiliza­rlas, la archivera presenta el día 9 de marzo la guía ‘Reveladas. Nuevas perspectiv­as para visitar la exposición del Museo del Carlismo’.

María Teresa continuó así hasta el final, inamovible en su fundamenta­lismo y siempre partidaria de la violencia. Un personaje de ‘La corte de los milagros’, de Ramón María del Valle-Inclán, se refiere a ella como «la princesa más fanática de Europa». Pasó sus últimos años en Trieste, sin esperanza de que su envejecida causa triunfara. Poco antes de fallecer el 17 de febrero de 1874, el diario ‘La Tertulia’ publicó este artículo devastador: «En el tercer piso de una casa situada en cierta callejuela de Trieste, viven desde hace años siete españoles, casi chochos, que tienen la manía de creerse en un palacio real y representa­r los papeles de reina y cortesanos en la inocente comedia con que se entretiene­n los días que les separan de la tumba [...]. En verdad no inspira lástima esa mujer ambiciosa, hipócrita y fanática que tanto contribuye a encender las guerras».

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