Hablar de dinero
Ahora quiere dejar la delincuencia, por lo menos la obvia
CUANDO la conversación va por fin sobre dinero se vuelve mucho más sincera. Es una sinceridad tan cristalina que a veces ofende a quien la plantea y busca subterfugios para abordarla en otros términos. Es lo que hace Cataluña, la región en permanente adolescencia. Llamar la atención y más dinero. Pere Aragonès pide un nuevo sistema de financiación. Puigdemont explicará hoy en una aparición grandilocuente y hortera que quiere presentarse para llevar a Cataluña a un paso de la independencia. Es el pujolismo de siempre, la tensión hasta que España recuerda de quién es la cuerda.
El independentismo entró en 2017 en la fase del tirón de bolso, era el chico al que habían echado de la escuela por sus continuas faltas de respeto a los maestros y las pésimas notas. Ahora quiere dejar la delincuencia, por lo menos la obvia, retomar los estudios y hacer como Pujol, que era un pieza que falsificaba carnés para entrar a la discoteca, tenía comprados a tres o cuatro compañeros que le hacían los deberes, pero sacaba buenas notas, organizaba concursos de debate y caía bien a los maestros.
Puigdemont tratará hoy de alimentar el mito y de rebajar el propósito, como hizo siempre Pujol, que en sus intervenciones en Cataluña era realista y contenía a los eufóricos, y en Madrid elevaba el tono para dar miedo y conseguir más transferencias, más dinero y que permitieran a sus hijos hacer sus negocios sin que Hacienda ni la Policía les siguieran los pasos. Puigdemont, como siempre el catalanismo político, responde al exceso de azúcar y a la falta de dignidad. Que medio país –y algo más de la mitad– esté indignado con Pedro Sánchez, no digo que sin motivo, no debería llevarnos a convertir a un cobarde redicho y petulante en un héroe de nada. Parece mentira que en el resto de España se le haya comprado la épica mucho más que en Cataluña, donde nunca ha ganado unas elecciones al Parlament y la última vez quedó tercero.
La amnistía ha sido un error pero España ha ganado brillantemente en Cataluña. Rajoy aplicó la mínima fuerza necesaria para derrotar a los independentistas, que de todas maneras no iban en serio, porque no lo son, como explica en su sentencia el juez Marchena. Pedro Sánchez los dejó sin relato con los indultos y drenó una inflamación social que no era dramática pero resultaba incómoda. En la sensación de derrota con la amnistía hay más rabia contra Sánchez que con la suerte que corra un charlatán de Gerona.
Si hablamos de dinero, que siempre es lo más sincero, Sánchez no es presidente ni por méritos propios ni porque diera un golpe de Estado, sino porque la derecha perdió unas elecciones por ser marginal en Cataluña, a la que no sabe dirigirse ni tiene ninguna idea para gobernarla. El problema de la independencia de Cataluña no es la propia independencia sino que España sin Cataluña no es España. El día que el PP entienda esto nos daremos cuenta de que la mitad de nuestros problemas realmente no existen.