ABC (Galicia)

LA EPIDEMIA SILENCIOSA QUE ESTÁ DAÑANDO EL HÍGADO DE LOS JÓVENES

Los malos hábitos dietéticos, la falta de actividad física y el consumo de alcohol han contribuid­o al aumento notable de los casos de hígado graso. Su incidencia se ha duplicado desde 1990 y los expertos piden a Sanidad un Plan Nacional de Salud Hepática

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David tenía solo 30 años y la vida ‘típica’ de un joven de su edad cuando, tras un análisis rutinario, en el que las transamina­sas salieron altas, y una ecografía, le llegó el diagnóstic­o. Un trabajo sedentario, una dieta no excesivame­nte equilibrad­a, pero tampoco nefasta, y un consumo de alcohol moderado. No tenía sobrepeso ni obesidad, según su índice de masa corporal (IMC), aunque sí un poco de grasa acumulada en la barriga. No entendía muy bien cómo siendo tan joven podía tener ya una patología así. Pero la realidad es que David no es ningún bicho raro. Esa vida ‘típica’, con hábitos nocivos que hemos normalizad­o, es la que está estropeand­o el hígado a cada vez más personas, y cada vez más jóvenes. Una epidemia silenciosa que ya afecta a entre un 25 y un 30% de la población: el hígado graso, que se define como la presencia de más de un 5% de grasa en este órgano. «Se prevé un aumento de su incidencia en los próximos años. Además, su prevalenci­a está aumentando en la población infantil, de forma que entre un 30 y un 80% de la población pediátrica con exceso de peso tiene hígado graso», alerta la doctora Marta Casado, presidenta de la Fundación Española del Aparato Digestivo (FEAD).

Afecta a más de diez millones de españoles, de los cuales cerca de dos millones presentarí­an inflamació­n del hígado y, de ellos, 400.0000 tendrían ya una cirrosis hepática. «Los factores que influyen en su aparición y también en que evolucione hacia fibrosis están relacionad­os con la dieta, el ejercicio físico, la genética y la microbiota. Estos cuatro factores acompañan a la enfermedad y todo su recorrido. Son causa y solución. A la gente que nace con una carga genética desfavorab­le, si hace dieta y ejercicio, la naturaleza le premia con una mejor respuesta. Digamos que tienen peores cartas, pero, si juegan bien, acaban ganando. Y al revés, las personas con una carga genética favorable, si comen mal, pueden terminar desarrolla­ndo enfermedad», destaca el doctor Manuel Romero, presidente de la Asociación Española para el Estudio del Hígado (AEEH).

El hígado es el gran olvidado. Le hacemos trabajar a destajo, sobre todo los fines de semana, cuando son más habituales los excesos con la comida y la bebida. Tampoco juega a su favor que no dé síntomas cuando empieza a estar cansado, y si aparecen es porque ya estamos en un estadio más grave de la enfermedad. Es un gran centro de operacione­s en nuestro cuerpo sin el que no podemos vivir. Y es importante prevenir su desgaste, difícil de revertir, porque también afecta a otros órganos del cuerpo. «Si el paciente ya tiene fibrosis, se destapa la caja de los truenos. Dependiend­o del estadio, puede haber tres grandes complicaci­ones: enfermedad hepática (cirrosis, cáncer de hígado), enfermedad cardiovasc­ular (infarto, ictus) y aumento del riesgo de cáncer de mama, páncreas y colon», señala el doctor Romero.

El hígado es el gran desintoxic­ador de nuestro organismo. Participa activament­e en el proceso de depurar nuestra sangre, ayudando a eliminar las toxinas y grasas acumuladas para garantizar un organismo más saludable. Hábitos tan socialment­e aceptados como una dieta desequilib­rada, donde estén muy presentes los ultraproce­sados, las bebidas azucaradas, las grasas saturadas o trans y el alcohol; una vida sedentaria, con poca o nula actividad física diaria; y una microbiota alterada aumentan el riesgo de padecer hígado graso y de que progrese a fibrosis/inflamació­n primero y a cirrosis e incluso cáncer hepático después. Por contra, seguir una dieta mediterrán­ea, llevar una vida activa, realizar ejercicio físico, y limitar el consumo del alcohol ejercen un efecto protector.

«La cirrosis hepática es una enfermedad en la que el hígado puede empezar a dejar de funcionar, dando lugar a complicaci­ones que pueden poner en peligro la vida del paciente si no se realiza un trasplante hepático. Además, es un importante factor de riesgo para el desarrollo de cáncer de hígado», advierte la doctora Marta Casado. De hecho, se estima que el riesgo de padecer cáncer de hígado en pacientes con hígado graso es hasta tres veces mayor.

La relación de causalidad entre obesidad e hígado graso es bidireccio­nal y de retroalime­ntación: aunque el hígado graso es más consecuenc­ia que causa de la obesidad, los pacientes que presentan hígado graso de inicio tienen mayor riesgo de desarrolla­r obesidad, hipertensi­ón o diabetes.

UNA DETECCIÓN PRECOZ COMPLICADA

SE CONSIDERA SILENCIOSA PORQUE EL HÍGADO NO DA SÍNTOMAS MOLESTOS AL PACIENTE AL PRINCIPIO DE LA ENFERMEDAD

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