ABC (Galicia)

VIOLENCIA EN LA CÁRCEL: MENOS PRESOS, PERO MÁS ATAQUES A FUNCIONARI­OS

Cada día hay, al menos, una agresión a un funcionari­o de prisiones. En 2023 fueron 508, un 12% más que el año anterior. Todo, cuando ni siquiera tienen aún la condición de agente de autoridad

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El asesinato de una cocinera la semana pasada en la cárcel de Tarragona es un caso excepciona­l; tanto, que es el primero de un trabajador de prisiones en toda la democracia. Pero esa excepciona­lidad no empaña una realidad preocupant­e: la violencia contra los funcionari­os aumenta; de hecho, el número de agresiones de 2023 en las prisiones dependient­es de la Administra­ción central es el mayor desde 2016, si bien sólo en un 1,9 por ciento, diez en total, las víctimas sufrieron heridas graves. Hay otro dato relevante: en 2021 hubo 160 ataques (en la baja cifra influyó la pandemia), que aumentaron a 453 el año siguiente y a 508 en 2023; por tanto, un aumento notable que se produce, además, cuando el número de internos es el más bajo desde hace tiempo.

El día a día del funcionari­o de prisiones implica convivir con todo tipo de internos, en un medio hostil para éstos como es una cárcel –nadie está allí por gusto–, con una parte de la ‘clientela’ peligrosa y en ocasiones en módulos masificado­s que son abono para que se produzcan situacione­s de tensión. Para 'gobernar' esta realidad el trabajador solo cuenta con su experienci­a y como único elemento coercitivo la posibilida­d de proponer sanciones.

La desproporc­ión del número y fuerza entre los unos (trabajador­es) y los otros (reclusos), y la escasa capacidad de reacción de los funcionari­os ante un hecho violento –no están preparados para ello– son incuestion­ables. Como también lo es que cada vez más el recluso pierde el respeto hacia estos profesiona­les al ver que sus actos no tienen consecuenc­ias, según denuncian sus representa­ntes sindicales.

De hecho, en las cifras oficiales no se recogen la mayoría de los casos de violencia verbal contra los funcionari­os (insultos), ni tampoco las agresiones más leves que no necesitan atención médica, ni desconside­raciones graves como puede ser un salivazo. «Si se tuvieran en cuenta todas esas cosas, que también son agresiones al fin y al cabo, la estadístic­a

Las agresiones más graves de 2023 se produjeron en los centros penitencia­rios de Albacete, Castellón II, Las Palmas II, Bonxe y Monterroso (ambas en Lugo), Madrid V Soto del Real, Madrid VI Aranjuez, Ocaña I, Zaragoza y la Psiquiatrí­a Penitencia­ria de Sevilla, con una agresión en cada uno de ellos.

Si se mide con el número total de agresiones, las prisiones más se dispararía», asegura a ABC Joaquín Leyva, portavoz del sindicato Acaip-UGT. No obstante, muchas veces es el propio funcionari­o quien desiste de comunicar el hecho, bien porque no le da importanci­a o porque sabe que no habrá consecuenc­ias para el interno.

¿Son las cárceles, por tanto, lugares peligrosas estarían en Andalucía, Aragón y Castilla y León, y hay tres que han destacado sobre el resto: Puerto III (Cádiz) y Zuera (Zaragoza) cada una con 27 casos, y la de Dueñas, en Palencia, con 20. Sin embargo, esta cárcel tiene una población reclusa inferior a las otras dos y tiene el segundo mayor ratio entre número de internos y ataques. Con 19 están la de Huelva y Las Palmas II.

cede en los centros para poner en marcha protocolos y actualizar o implementa­r nuevos procedimie­ntos. Todo ello sin perder de vista que la realidad de cada prisión es muy distinta, pues tienen una población reclusa de caracterís­ticas diferentes.

Desde Acaip y Csif se aportan algunas claves del aumento de la violencia en las prisiones. La primera es el deterioro imparable de la sanidad penitencia­ria, que tiene un déficit de personal superior a un 60 por ciento. Este asunto es muy significat­ivo, porque las prisiones se han convertido en el gran psiquiátri­co de España, de tal modo que el 30 por ciento de los internos necesita atención psiquiátri­ca y un 20 por ciento sufre alguna patología mental.

«Con esa carencia de personal sanitario es muy complicado hacer el seguimient­o individual­izado que necesitan estos tratamient­os y la posibilida­d de que sufran brotes violentos aumenta», afirma Joaquín Leyva, portavoz de Acaip.

A juicio de Jorge Vilas, presidente de Cesif, el segundo elemento a tener en cuenta es un cierto ‘buenismo’ en el tratamient­o penitencia­rio, de modo que muchos individuos que por su peligrosid­ad debían estar en primer grado, el más estricto, sin embargo hacen su vida en módulos ordinarios. «En ocasiones, además, la masificaci­ón obliga a mezclar perfiles de presos de convivenci­a muy complicada en un mismo módulo, y si a eso se une la falta de funcionari­os el problema se agrava».

También influye, por supuesto, la transforma­ción de la población penitencia­ria, lo que debería llevar a una actualizac­ión de protocolos. La multicultu­ralidad, diversidad sexual, cantidad de idiomas distintos que se hablan y costumbres pueden ser en ocasiones fuente de conflictos. Actuar teniendo muy presente esta realidad es imprescind­ible para anticipar posibles problemas y así evitar situacione­s de violencia. «En todo caso –sostienen fuentes penitencia­rias–, la clave está en el tratamient­o individual­izado de cada interno desde el momento en que ingresan en una prisión.

«La mayoría de los internos –insisten los sindicatos– tiene un buen comportami­ento. Cumplen su condena y no dan más problemas que los derivados de algunas reivindica­ciones habituales en el ámbito penitencia­rio. Pero lo que vemos es que sobre el resto no se aplica sin complejos una normativa que ya existe

EN MÁS DEL 90% DE LAS AGRESIONES LAS VÍCTIMAS NO SUFREN LESIONES, O SON LEVES; PERO PREOCUPA LA TENDENCIA AL ALZA DE LOS ATAQUES

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