ABC (Galicia)

EL POLICÍA POETA QUE ESCRIBE CONTRA EL SUICIDIO

La muerte de un compañero empujó a Ángel Muñoz a escribir su dolor en ‘9mm’

- BRUNO PARDO PORTO MADRID

Ángel Muñoz (Madrid, 1977) lleva tatuada la llave de la vida en la mano izquierda, tal vez porque conoce bien la muerte. Pero es diestro. Se descubre el antebrazo y ahí está el dios egipcio de la escritura, Thot, como otro destino inevitable.

Cuando patrulla, cuenta, lleva en un bolsillo el boletín de denuncias y en el otro el cuaderno de los versos. «Mientras trabajo no tengo tiempo para sentarme a pensar, pero sí para cazar ideas al vuelo». «A veces me confundo y escribo una metáfora debajo de la identifica­ción de un sospechoso». «Si tienes sensibilid­ad, empatía, lo que ves en esto te toca mucho».

Ah, Ángel es policía local de la brigada de seguridad ciudadana de Móstoles. También es poeta. «Soy el raro del cuerpo», suelta, en una presentaci­ón recurrente, no ensayada pero sí memorizada. Hace mucho estudió Historia del Arte y después se sacó esta oposición buscando un sueldo «para pagar las deudas». Al final encontró un mundo intenso, duro, ancho. Y una cierta vocación tardía.

«Soy el único policía en mi familia», precisa.

A escribir llegó por amor –quince años, una chica, unos poemas que nunca leyó– y se quedó por el dolor. Ángel dice «soy pesimista» y luego sonríe. Pero él es un realista. Lo que pasa es que ha visto muchas cosas. Un hombre que amenaza clavarse un cuchillo en la calle Magnolia, una mujer tan sola que no se puede levantar del suelo de su casa, un trabajador despeñado desde una azotea, un sin techo defendiend­o sus pocas pertenenci­as, una joven con un bebé al borde de la asfixia en la puerta de un hospital, un paro cardíaco por sobredosis, un amigo y compañero disparándo­se en el pecho tras mandarle un mensaje a su madre y a su hermana en mitad de la madrugada: cuidad de mis hijas.

Se llamaba Ángel, también.

«La última imagen que tengo de él es de su último día, en comisaría, haciendo el pase de entrada. Estaba sentado, con los ojos de haberse pegado una panzada a llorar. El compañero con el que patrulló me contó que estuvo casi una hora en el baño llorando…» «Esa noche, al parecer, fue a recoger a las niñas a casa de sus padres, las recogió, volvió a casa, discutió con su mujer y, a mitad de la noche, escribió aquel mensaje…» «Por las cámaras de seguridad que tenemos en la comisaría sabemos que subió a la última planta, se metió en el armero, se levantó la camiseta…» «Al día siguiente, al entrar a trabajar, todavía estaba allí el cuerpo, tapado con una manta térmica…» «Recuerdo que no solté una puñetera lágrima hasta pasados dos meses. Luego ya sí. Y empecé a escribir».

Fueron tres días en los que apenas hizo algo más que cerrar poemas y leer ‘El romancero gitano’. «Nunca he sido tan fructífero», asegura. Era 2015. Desde entonces a 2023, que es cuando al fin publicó ‘9mm’ (La Garúa), fueron años de tomar y retomar el poemario hasta darle la forma definitiva, casi experiment­al: una primera parte en la que un policía patrulla una ciudad y recibe avisos de la radio, un trío de voces formado por el protagonis­ta, la víctima y el narrador en ‘off’; y una segunda en la que este policía decide quitarse la vida. «He dejado que las ganas / reposen en una esquina // haz con ellas lo que quieras», dice este, ya despidiénd­ose. «Me gustaba tanto / bañarme en el mar».

«He hablado mucho de esto con un psiquiatra que es amigo mío, que además es capitán del ejército, y él defiende que las personas se suicidan por tres causas: temas sentimenta­les, temas económicos o temas de salud. Y que no hay más. La diferencia es que en las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado tenemos acceso a armas de fuego, mientras que el resto de la ciudadanía afortunada­mente no», sigue Ángel, que vuelve a insistir que él es un pesimista de la escuela de Schopenhau­er y Cioran. De hecho, son los dos autores que abren el ‘9mm’. De Cioran toma esta certeza: «No son los males violentos los que nos marcan, sino los males sordos, los insistente­s, los tolerables, aquellos que forman parte de nuestra rutina y nos minan meticulosa­mente como el tiempo». Y de Schopenhau­er esta paradoja: «El suicida ama la vida; lo único que pasa es que no acepta las condicione­s en que se le ofrece». «Quizá en otro mundo / algo pueda reconstrui­rse», desea en uno de los últimos poemas.

Pesimista hipocondrí­aco

«Yo soy un pesimista hipocondrí­aco, siempre me pongo lo peor. Pienso que el dolor es de donde parte la esencia de toda escritura. Soy incapaz de escribir cuando emocionalm­ente me encuentro bien, cuando estoy feliz, cuando estoy tranquilo. Necesito estar jodido por algo, estar tocado. Me gusta ponerme música triste para escribir, hundirme en esa atmósfera pesada, que suene de fondo McEnroe o las ‘Gymnopédie­s’ de Erik Satie».

Así ha escrito cinco libros y va camino del sexto, en el que hablará otra vez del dolor. «He tratado de fingir durante tanto tiempo / que echo de menos / a aquel chiquito / que era capaz de hurgar en los enchufes / con los pies mojados / y quedarse quieto / sonriendo / a pesar de no entender nada».

«Siempre he escrito sobre el dolor y sé que hoy parece raro porque nos han intentado aislar en un mundo de dibujos animados, o peor, nos han intentado convencern­os de que el dolor es el camino para lograr una meta. ‘No pain no gain’ y esas historias. Pero el dolor existe y no tiene un motivo. Existe la gente que se suicida y existe gente que enferma y existe la gente que pierde su trabajo y existe la gente que no tiene trabajo y no llega a fin de mes». «Hay belleza en la vida, pero también dolor. Yo tengo cuarenta y siete años y ya me voy dando cuenta de que me queda lo peor. Mi madre se ha quedado ciega, mi padre está prácticame­nte impedido de la espalda… No puedo vivir sin pensar en todo esto. Será que mi trabajo me acerca a la parte más dura de la realidad».

LO QUE OCURRE CON EL SUICIDIO EN LA POLICÍA ES «QUE NOSOTROS TENEMOS ACCESO A ARMAS DE FUEGO Y EL RESTO DE LA CIUDADANÍA NO»

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