ABC (Galicia)

Cómo superar los 85 años y seguir en el escenario

- JULIO BRAVO MADRID

l teatro continúa dándome la vida». Lo decía Nuria Espert apenas veinticuat­ro horas antes de subirse a las tablas del Teatro Español para estrenar en Madrid la obra ‘La isla del aire’, de Alejandro Palomas, y con la que sigue de gira. «Cuando entro en escena se me pasa todo; puedo haber tenido cualquier problema entre cajas, pero en el escenario no me pasa nada», asegura Lola Herrera, que en un rato estará en el Teatro Reina Victoria de Madrid para ofrecer una nueva función de ‘Adictos’, la obra que ha escrito su hijo Daniel Dicenta Herrera junto a Juanma Gómez. «Mientras pueda seguir jugando a esto, no pienso retirarme», añade José Sacristán, mientras espera que llegue la hora de empezar una nueva función de ‘La colección’, de Juan Mayorga, que se representa en el Teatro de La Abadía de Madrid. «Lo dejaré cuando no pueda aprenderme los papeles», completa María Galiana, días después de estrenar ‘La reina de la belleza de Leenane’, de Martin McDonagh.

«Fuera del escenario es una mujer de 88 años, pero cuando lo pisa rejuvenece por lo menos diez años», se admira Juan Echanove, que ha dirigido a María Galiana en la obra de McDonagh. No son casos aislados. Aurora Redondo, el nombre que se le viene a la cabeza a cualquier aficionado al teatro cuando se habla de longevidad en escena, cumplió 94 años en las tablas del Teatro Goya de Barcelona, donde interpreta­ba la obra de Miguel Mihura ‘Melocotón en almíbar’. Julia Gutiérrez Caba estrenó con 87 años ‘Cartas de amor’, de A. R. Gurney; su entonces compañero de reparto, Miguel Rellán, está de gira, con 80 años, con la obra ‘Retorno al hogar’, de Pinter. Julieta Serrano tenía 85 años cuando intervino en el estreno de la ópera de Miquel Ortega ‘La

«Ecasa de Bernarda Alba’, basada en la obra de Lorca. Josep Maria Flotats estrenó ‘París 1940’, de Louis Jouvet, con 82 años, la misma edad con la que José Luis Gómez se subió al escenario para interpreta­r ‘Romeo y Julieta despiertan’, de E. L. Petschinka. Hay más ejemplos de actores octogenari­os en activo: María Luisa Merlo, Emilio Gutiérrez Caba...

Envejecimi­ento cerebral

Mario Riverol Fernández, neurólogo de la Clínica Universida­d de Navarra, lo explica: «Es natural que personas que han mantenido durante años un trabajo intelectua­l como los actores, acostumbra­dos a tener que memorizar textos, tengan un mejor envejecimi­ento cerebral. Ocurre igual, por ejemplo, con los profesores universita­rios. El cerebro, digamos, aguanta mejor el envite; sigue funcionand­o mejor a edades avanzadas y se logra que enfermedad­es como el alzhéimer se manifieste­n más tarde». «No sé si el oficio de actor puede influir en llegar a dichas edades –continúa el doctor Riverol Fernández–; creo más bien que es una cuestión de nuestra sociedad. Llegar a los 80 o los 90 era antes excepciona­l, ahora es más habitual, tenemos un envejecimi­ento más saludable».

«Los actores mayores tienen una capacidad de entrega extraordin­aria, envidiable –continúa Echanove–. Trabajar con María, por ejemplo, es una fascinació­n diaria. Cuando tú crees que ellos van, en realidad vuelven. Hay veces que al llegar a casa después de un ensayo me sentía fatal porque creía que la había apretado mucho. Tienes tendencia a sobreprote­gerla; claro que hay que tener en cuenta su edad, que son un material sensible, y que tienes que acortar los tiempos para no cansarlos, pero... Te dan sopas con honda. Hay en ellos un compromiso de amor al teatro inigualabl­e».

La explicació­n puede estar en una anécdota que relata Nuria Espert. «Estando en una ocasión en Inglaterra, fui a ver a Plácido Domingo, que actuaba en una ópera; le visité en su camerino, y me contó que de allí viajaba a Los Ángeles. ‘¿Qué te hace llevar este ritmo tan alocado?’, no te hace falta, le dije. ‘La pasión’, me contestó. Y es eso lo que nos mueve, la pasión». Es esa pasión la que le hace exclamar con un rotundo y expresivo «¡¡Noooo!!» cuan

Nuria Espert, María Galiana, Lola Herrera y José Sacristán: un póker de ases de nuestra escena, coinciden en distintas funciones estos días. ¿Qué les lleva a seguir en las tablas? ¿Qué les ofrece el teatro para continuar activos?

continúa dándome la vida». Tanto, que ya tiene en las manos el texto de su próximo proyecto, una obra de Wajdi Mouawad, el autor del que ya interpretó su mayor éxito, ‘Incendios’.

La pasión no es suficiente. Para conseguir cumplir setenta y cinco años de carrera con solo dos funciones suspendida­s hay que tener un cuerpo privilegia­do y para tenerlo así hay que cuidarlo. «Has de llevar una vida determinad­a –sigue Nuria–. Hay muchos oficios que exigen vidas diferentes. Pero el teatro –aunque lo desmienten muy buenos actores que no están dispuestos a pagarlo– exige un precio: disciplina, horarios, saber decir que no…»

Salud de hierro

Lola Herrera conviene con Nuria Espert que la primera condición para estar a su edad sobre un escenario es la salud. «Los genes son la mejor herencia que puedes recibir. Si tienes salud, tienes energía para subirte al escenario». En él, dice, las enfermedad­es y los problemas desaparece­n. «Mi suegro, Manuel Dicenta, llegó a actuar con una peritoniti­s y una ambulancia en la puerta del teatro para llevarle al hospital cuando acabara la función. Yo he trabajado embarazada de ocho meses y a los quince días de haber dado a luz; el día que murió mi madre, dejé el velatorio para ir al teatro a hacer la función, que fue un momento de liberación, y al terminar volví para estar con ella. Hace poco tuve una caída y todavía me duele; pero un pinchazo y a trabajar. Yo entiendo así mi profesión; sé que es algo salvaje, y habrá quien no lo comprenda».

«Claro que hay una parte dura –sigue–: los horarios, los viajes, dormir en hoteles. Es una profesión un poco loca y absorbente, que te impide tener una vida ‘normal’, pero... estar en el escenario gratifica, ¡vaya si gratifica! Tengo mucha suerte de poder dedicarme a esto, me produce mucho placer. Es una profesión maravillos­a que me sigue dando muchos alicientes». Para José Sacristán –«¡¡Pepe siempre ha sido el más joven de todos nosotros!!», exclama alborozado Juan Echanove al escuchar su nombre–, el mayor aliciente de subirse a un escenario sigue siendo la posibilida­d de jugar, «de continuar jugando y que los espectador­es se crean que soy el que no soy. Jugar como cuando era un crío y me creía un pirata, un gánster, un mosquetero... La profunda seriedad del juego. Jugar con todas las cargas de responsabi­lidad. Leí una entrevista a Luis Landero en la que citaba a Nietzsche: “Nada hay más serio que el niño cuando juega”, una frase que yo no conocía. Todos los esfuerzos, los sacrificio­s, son para poder practicar ese juego».

Los ajos de Chinchón, bromea el actor, son el secreto de su longevidad en el escenario y en los platós de cine y televisión, que son, acota, un lugar de

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JAVIER NAVAL
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DAVID RUANO

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