Paralelismos
Las comparaciones resultan odiosas. No obstante, cuando los vicios asociados al ejercicio del poder adquieren cariz universal, veo mi propia iniquidad reflejada en el otro. Soy colombiano, vivo en Elche, y entre más conozco a España más entiendo a Colombia. Tanto aquí como allá, la política deviene en espectáculo mediático cuyos protagonistas denuncian sin pudor las miserias de sus adversarios. Esto, la politiquería, se convierte en parentesco. Un político negligente merece censura; uno corrupto, el peso de la ley. Lamentablemente ninguno ve, la mayor de las veces, razones que le obliguen a dimitir. La demagogia puede garantizar continuidad. Sucede con frecuencia en el ámbito parlamentario. Indigna saber que cada ciudadano financia este escenario inaudito pagando impuestos. ¡Legislar debería ser responsabilidad sagrada estimándose el origen de sus honorarios! La función pública exige vocación de servicio, resistente a la egolatría e incapaz de prestar oídos sordos al reclamo del elector. La realidad deja mucho que desear. Desde su declaración de independencia, mi país sufre el impacto de pseudolegisladores cuya rancia tradición feudal imprime en su imaginario el derecho divino de gobernar. Hay circo, aunque escasean el pan y los debates fundamentales. ¡Aburre vivir en orfandad democrática!
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