El Papa Francisco lava los pies sólo a mujeres, doce reclusas de una cárcel femenina de Roma
▶ «Todos cometemos errores, pero el Señor nunca deja de perdona», afirmó en los oficios del Jueves Santo
Por primera vez, durante los oficios del Jueves Santo el Papa ha lavado los pies sólo a mujeres. Lo hizo en la cárcel femenina de Rebibbia, en Roma, ante 360 reclusas y un puñado de policías. Más allá del gesto religioso, parecía que Francisco estaba recordando ante estas prisioneras la dignidad innata de cada persona, que ni siquiera los delitos por los que cumplen condena les pueden arrebatar. Francisco recordó a estas mujeres que «todos cometemos pequeños o grandes errores, cada uno tiene su historia, pero el Señor siempre nos espera con los brazos abiertos y nunca deja de perdonar».
En sus once años de pontificado, jamás habían recibido al Papa Francisco con tantos besos como este Jueves Santo en esta prisión de Roma. Al filo de las cuatro de la tarde, el Papa recorría en silla de ruedas palmo a palmo el patio de la prisión romana, para pasar junto a unas doscientas detenidas que extendían sus manos para tocarle y le besaban las manos y la sotana blanca, conmovidas por su decisión de celebrar allí la primera ceremonia del Triduo Pascual. Incluso los gendarmes que acompañaban al Papa pedían a los policías de la prisión que dejaran acercarse a las prisioneras, que les regalaran este pequeño gesto de libertad.
Ese patio asomaba a un pabellón preparado para la ceremonia. En vez de la vidriera de Bernini de la basílica de San Pedro, en esta misa del Papa el retablo consistía en un crucifijo no demasiado grande y unos toldos marrones que recubrían los muros de ladrillo rojo de la prisión y las ventanas cuadradas de las celdas. Tampoco esta vez cantaba el coro de voces blancas de la Capilla Sixtina, sino uno de mujeres condenadas a penas de cárcel que se secaban las lágrimas
Francisco ha redactado personalmente las catorce meditaciones que se leerán la noche de hoy durante el viacrucis en el Coliseo de Roma. El último Pontífice que las redactó fue Juan Pablo II, en ocasión del Jubileo del año 2000. Joseph Ratzinger escribió el viacrucis de la Semana Santa de 2005, cuando todavía era cardenal.
Mientras que otros años el conmovidas por la presencia de Francisco, junto a voluntarias y voluntarios de la diócesis de Roma que las acompañan cada domingo.
Bajo los toldos había sitio para unas treinta personas. El resto, han seguido la ceremonia al exterior. Las cámaras del Vaticano han evitado mostrar sus rostros para proteger su privacidad, pero sí que les enfocaron las manos, por ejemplo, la de una mujer policía que tomaba con cariño la de una prisionera.
Francisco hizo la homilía sin papeles y la pronunció con voz fuerte, optimista y decidida. Les explicó el gesto del lavado de los pies de Jesús a los apóstoles, «que nos ayuda a comprender lo que ya había dicho, ‘No he venido a ser visto para servir’, y nos enseña texto ha seguido una temática específica ligada a la situación de sus autores, como el de unos estudiantes en 2018, el de 2019 sobre el tráfico de personas, o el de 2022 sobre la familia, este año abarcará muchas cuestiones. Según el Vaticano, se titula «En oración con Jesús por el camino de la Cruz», y «estará centrado en lo que Jesús vive en ese momento». el camino del servicio». También evocó «el otro episodio triste» del Jueves Santo, la desesperación de Judas, «que se pierde porque no es capaz de llevar adelante el amor y su egoísmo le lleva a esta cosa fea». Repitiendo la misma idea con la que empezó su pontificado, subrayó que «Jesús lo perdona todo y perdona siempre. Sólo pide que le pidamos perdón». «Una vez oí a una abuelita del pueblo decir que Jesús nunca se cansa de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de pedirle perdón», insistió.
A continuación, doce presas subieron a una tarima dispuesta en alto para que el Papa, que iba en silla de ruedas, les lavara los pies una a una. Con extrema delicadeza, a cada una de ellas, el Papa les tomaba el pie con ambas manos, derramaba agua encima, lo secaba con una toalla blanca y lo besaba. A continuación, las miró a los ojos unos instantes y les sonreía con ternura.
El altar de Bernini de la basílica de San Pedro fue sustituido por un pequeño crucifijo y un toldo marrón en el patio de la prisión
Alta intensidad
Fue una ceremonia de alta intensidad en un lugar empapado de dolor. Durante la misa, en la «oración de los fieles», una de las presas rezaba delicadamente por «nuestras compañeras más frágiles, que en la cárcel han perdido la vida»; otra se le acercó con su hijo Jairo, el único niño que vive en la prisión, a quien el Papa regaló un kínder sorpresa gigante. Francisco se detuvo sin prisa a hablar con una mujer de origen africano que entre lágrimas le explicaba que atraviesa un periodo muy duro.
«Su visita ha sido como un rayo de sol para cada una de las personas que viven aquí, pues calienta sus corazones y reaviva su esperanza de poder empezar de nuevo», le despedía la directora de la cárcel, Nadia Fontana. «Regrese, aunque sólo sea para un saludo. Nos esforzaremos para que siempre encuentre la ‘puerta abierta’ y para que con nosotras se sienta, como hoy nos ha permitido sentirnos a todas, ‘en casa’».
Más allá de la emoción de este Jueves Santo, la directora de la cárcel de Rebibbia había explicado a TV2000, el canal de la Conferencia Episcopal Italiana, que «la cárcel es un lugar de sufrimiento, porque obviamente no se es privado de la libertad con alegría». «Intentamos que sea una oportunidad para concluir estudios inacabados o nunca realizados, o para aprender un oficio. Darles los instrumentos para cuando salgan, para que no vuelvan a la cárcel y lleven una vida normal», añadió.
Es la octava vez que el Papa celebra la ceremonia del Jueves Santo en una cárcel. Desde que era arzobispo de Buenos Aires evitaba presidir esta ceremonia en la catedral y la trasladaba a un lugar ligado al dolor, la marginación y la soledad, para mostrar el significado profundo del lavatorio de pies.