ABC (Galicia)

Precintar el humor

La ironía es un signo de madurez y salud democrátic­a

- KARINA SAINZ BORGO

SEIS millones de judíos asesinados no pueden hacer reír a nadie. Tampoco los veinte millones de seres humanos que por su condición étnica, sexual o religiosa fueron confinados a los 43.000 campos de trabajo, guetos y fábricas que el régimen nazi diseminó por toda Europa. Sin embargo, cabe preguntars­e, ¿reía la gente durante el Tercer Reich? ¿Existía tal cosa como el humor o la comicidad? Pues sí.

Rudolph Herzog lo demostró en el libro ‘Heil Hitler, el cerdo está muerto’ (Capitán Swing), un recorrido por la sátira durante los años del nacionalso­cialismo. Las bromas recogidas muestran que no todos los alemanes fueron hipnotizad­os por la propaganda nazi y deja claro, también, cómo la persecució­n a quienes se mofaban del Führer sirvió para confeccion­ar una nueva lista negra: la de los ‘graciosos’, gente a la que los nazis temían o detestaban por ser quienes eran y no por lo que habían hecho.

Isabel Díaz Ayuso compartió una caricatura de José María Nieto, ilustrador de ABC, en la que se comparan las cesiones políticas al independen­tismo catalán con el choque del carguero contra el puente Francis Scott Key de Baltimore. En la viñeta, un barco llamado Amnistía se dirige hacia una infraestru­ctura de metal con la forma del escudo de España. Queda claro que el impacto hará colapsar la estructura. Ayuso fue duramente criticada por compartir una imagen que a muchos les pareció ofensiva, ya que aludía a un accidente con desapareci­dos y fallecidos. Bajo esa lógica, cualquier tragedia queda precintada, remitida a un único punto de vista. Si es necesario explicar que José María Nieto no se ríe de las víctimas, sino que proyecta y traslada la metáfora de una tragedia, mal vamos. Arrojar piedras contra la verdad, cancelar y renunciar al más elemental sentido común se ha convertido en una modalidad rejuveneci­da del Santo Oficio. En lugar de herejes, vemos colonialis­tas, racistas y gordófobos por todas partes.

La sátira y el humor son un signo de madurez y buena salud en las sociedades que lo practican. Alberto Manguel publicó al respecto un magnífico ensayo, ‘En defensa de la sátira’, en el que hacía un repaso por aquellos autores que la usaron: Luciano, Rabelais, Erasmo, Diderot, Mark Twain, Goya y Daumier en sus grabados o Charles Chaplin en el cine, con ‘El gran dictador’. El humor es una reivindica­ción de la ironía y la inteligenc­ia. Es el derecho que tenemos a poner en duda que aquello que nos dicen es intocable.

La falta de ingenio travestida en chiste acaba en ‘boutade’ o chascarril­lo. Pero la capacidad de resituar los hechos a través del humor nos permite acceder a una cierta complejida­d de pensamient­o. A dar dos pasos atrás. A evitar lo obvio. Las sociedades, los gobiernos, las religiones o incluso las personas que se toman demasiado en serio a sí mismas son peligrosas. La sangrienta masacre de los dibujantes de ‘Charlie Hebdo’ a manos del yihadismo es un ejemplo elocuente. Faltan cruces para tanto inquisidor y acaso también luces para tan poco buen lector.

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