ABC (Galicia)

Negacionis­mo fetén

- REBECA ARGUDO

La crítica, legítima incluso la más desabrida, encaja perfectame­nte en la libertad de expresión: no me gusta lo que haces y lo digo en voz alta

DICE Joaquín Reyes que la cultura de la cancelació­n no existe, que la prueba de ello es que exista ‘La resistenci­a’. Lo dice con esa gracia suya manchega y te tienes que reír, aunque la correlació­n sea esperpénti­ca, aparte de falaz. A mí me pasa con Joaquín Reyes lo mismo que me pasaba con Chiquito de la Calzada, que le escucho decir «ahivá, qué chorrazo» y «gundesmont­ir» (como escuchaba «fistro pecador» y «condemor») y ya me ha dado la risa. Da igual lo que diga. Pero citar a ‘La resistenci­a’ como evidencia de la inexistenc­ia de cancelacio­nes, cuando su humor jamás ha importunad­o mínimament­e al poder, chapotea cómodament­e en la línea de pensamient­o hegemónico y a punto están de embolsarse una millonada por seguir así, da más risa todavía.

Que no solo no existe, dice, sino que lo que ocurre es que no estamos acostumbra­dos a la crítica. Ay, qué risas, madre. Confundir la crítica con la cancelació­n es como confundir un denuesto con una «hostiafina», que diría él. La crítica, legítima incluso la más desabrida, encaja perfectame­nte en la libertad de expresión: no me gusta lo que haces y lo digo en voz alta. Estupendo. La cancelació­n es, como del insulto a la agresión, pasar de la palabra a la acción. Es intentar mediante coacciones y presiones, ejercidas al amparo de la turba, que, eso que te ha incomodado por las razones que sean, tenga unas consecuenc­ias negativas para su autor. Juicio moral sumarísimo. Los ejemplos son tantos que abruman y no puedo creer que Reyes, un tipo que culto e informado, las desconozca. Así que solo puede deberse su afirmación a que prefiere ignorarlo o que no le parece grave que ocurra. Desde profesores (Pablo de Lora o Silvia Carrasco) a artistas (Plácido Domingo o Itziar Ituño), directores de cine (Carlos Vermú o Nacho Vigalondo), humoristas (David Suárez o Patricia Sornosa), autores (José Errasti o Anónimo García), se han visto afectados, en mayor o menor medida, por la cultura de la cancelació­n. Y lo grave no es solo el dolo personal, la penitencia individual, es cuánto contiene de aviso a navegantes. Y, de ahí a la autocensur­a, va solo un paso.

Yo le propondría a Reyes un sencillo experiment­o: la próxima vez, en lugar de afirmar que la cultura de la cancelació­n no existe, que diga, con el mismo aplomo y convicción, que lo que no existe en España es la cultura de la violación. En menos de un nanosegund­o en el metaverso (Tamara es otra de los que me hacen reír en cuanto abren la boca) le habrán acusado de negacionis­ta los mismos que estos días compartían entusiasma­dos sus palabras y le aplaudían hasta con las orejas. En menos de tres, con sus contratos siendo anulados y recibiendo insultos y amenazas en redes sociales, sabrá qué es y si existe la cultura de la cancelació­n.

Pero para eso es necesario salir del arrullo confortabl­e del incentivo de la elevación moral y lo políticame­nte correcto. Y, ahí afuera, hace frío (a «cascoporro»).

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