IMAGINEROS DEL SIGLO XXI: EN ESPAÑA AÚN SE HACEN SANTOS
«No somos ni dinosaurios ni los últimos de Filipinas», cuentan los Salzillo contemporáneos, que exportan la exitosa escultura sacra patria a cualquier rincón del planeta
Si tienes inquietudes artísticas, entras en el mundo escultura y eres andaluz no es tan extraordinario que el destino te coloque en el mundo de la imaginería. Sí, en un taller para hacer santos. Y sí, en pleno siglo XXI. «No somos los últimos de Filipinas. Cuando la gente pasa por el estudio espera ver un dinosaurio esculpiendo cristos y vírgenes. Pero yo soy casi de los mayores», cuenta el jienense Antonio José Martínez, de 52 años, que lleva más de veinte años afincado en la capital, aunque su escuela ha sido la andaluza, una de las más poderosas, junto a la levantina y la castellana. Al contrario de lo que se pueda pensar, afirma, la temática religiosa no está ni mucho menos agotada. Incluso, puntualiza Martínez, hay cada vez más demanda. Cofradías, iglesias, monasterios y hasta particulares siguen buscando figuras para embellecer sus templos, altares o pasos. Si un escultor contemporáneo tiene que producir su obra y venderla después en ferias, estos Salzillo contemporáneos tienen encargos incluso a dos años vista, admite: «La imaginería tradicional no se ha perdido en España. En otros países ya no se hace escultura sacra con la fuerza y calidad con la que se hace aquí. Ni en Francia, ni en Alemania ni en Italia. Allí ya no hay ningún Miguel Ángel».
Su taller, situado en el límite del Madrid de los Austrias, es fascinante incluso para un ateo. Y eso, explica, que está semivacío, pues ya ha entregado todos los encargos previos a la Semana Santa, su semana grande, cuando ya solo queda que el público se conmueva con su trabajo, que si no fuera por la lluvia se habría podido ver en Jaén, Toledo y León. Es precisamente en el parador de esta última ciudad donde tiene expuesta la Dolorosa que más fama le ha dado.
Aunque la entrada de su estudio está custodiada por un cuerpo a tamaño real de un Cristo crucificado a medio rematar, destaca incluso más un gran busto de madera ya terminado que descansa sobre la mesa de trabajo del escultor. «Mira qué cabeza de santo tan maravillosa. Me llamaron las monjas del Convento de las Mercedarias para que le hiciera un cuerpo de candelero, para vestirla, porque encontraron el busto guardado en un armario. En cuanto lo vi me di cuenta de que era de Salvador Carmona. Mira qué tonsura, qué movimiento de barba. Es increíble, aún puedes encontrar cosas de primer nivel olvidadas», muestra Martínez con ilusión.
Las estanterías están abarrotadas de pequeños bustos y tallas de barro, moldes previos que se hacen de las figuras que posteriormente tallará en madera, en su caso de cedro. Nunca, por cierto, directamente de un tronco macizo, pues con el tiempo se abriría y estropearía la figura, sino de un bloque de listones. El proceso es siempre el mismo: diseño, molde, escultura y policromado. De todo ello se encarga el mismo artista.
En una de las paredes laterales de la única gran estancia del taller, sobre un pequeño escritorio, se acumulan representaciones clásicas de santos, dibujos de la anatomía humana y fotografías de decenas de caras, tanto de actores como de familiares. Todo sirve de inspiración para rematar un gesto, o una barba. A veces incluso usan modelos reales, aunque el problema actualmente, bromea Martínez, es que son demasiado atléticos, «y no podemos hacer un Cristo cachas». «Las imágenes religiosas, sobre todo Cristo y la Virgen, siempre las idealizamos un poco. Indudablemente cuando creas estás reflejando tu visión y tu
y claro que hay libertad, pero si es temática religiosa hay que tener claro siempre que las imágenes son para la devoción, si no despiertan la devoción en el que la contempla no pueden servir para nada. Pueden ser un ornamento, pero el fin básico es que sirvan para la oración», aclara el maestro escultor.
Hasta en el Vaticano
José Antonio Navarro Arteaga también cree que las imágenes deben inspirar cierto misticismo, un «pellizco», como se diría en su Sevilla natal, donde tiene desde hace más de treinta años su propio taller. También es importante, señala, que la figura encaje en la idiosincrasia de la hermandad a la que va destinada y con las esculturas históricas a las que va a acompañar. «Aquí en Sevilla siempre esculpimos bajo unos cánones, somos reacios a ver cosas muy distintas o muy novedosas o demasiado contemporáneas», admite. «Al final una buena imagen es una conjunción perfecta de maestría, dominio de los materiales y un punto sentimental».
Bajo esta máxima, sus obras han llegado muy lejos: Filipinas, Estados Unidos, Rusia... Navarro Arteaga tiene incluso una figura en los Jardines Vaticanos, una imagen de Santa María de la Antigua, patrona de Panamá. «Esto es una satisfacción y un orgullo para el arte de nuestro país, pero después reconozco que las piezas de las que me siento más orgulloso son las más cercanas», como de aquella que hizo para la Hermandad de las Cigarreras de su Sevilla natal.
Las nuevas tecnologías han permitido que sus obras se conozcan en medio mundo y, aunque Navarro Arteaga se declare defensor de la vieja escuela, algunos de sus colegas recurren ya a avances digitales como el escaneo y la impresión 3D, para agilizar el modelaje. «A mí me gusta ver y sentir la materia en las manos, con la inteligencia hay mucho corta y pega. Como nosotros somos más antiguos intentamos buscar el purismo o lo esencial de este arte», admite.
Aunque pueda parecer a priori que la sociedad española es cada vez menos religiosa, para los imagineros este arte está «más vivo que nunca», y no lo dice únicamente porque tengan que trabajar varios encargos (y no precisamente pequeños, sino santos a escala real e incluso más grandes) a la vez. «La gente hoy profesa la religión de una forma diferente. Puede haber cientos de jóvenes que no tienen ni idea de teología pero allí están, viendo procesionar un paso con sus imágenes. Los tiempos son otros, pero no quiere decir que por ello haya menos personas a las que esto les llame», plantea Navarro Arteaga, que asegura que en Andalucía no tienen problemas ni de cantera ni de talento.
También hay algunas imagineras trabajando, unas pocas herederas artísticas de La Roldana, aunque en el oficio predominen los hombres. «Es muy duro, en la escultura hay que mover muchos elementos con un gran volumen», señala Navarro Arteaga, que puntualiza que lo difícil no es solo llegar, sino también mantenerse.
Donde no tienen tantos discípulos es en la escuela castellana, reconoce Miguel Ángel Tapia, uno de los veteranos del oficio que pervive en Valladolid. En este mundo, reconoce su colega sevillano, también hay modas y, hoy en día, hablando de arte sacro y Semana Santa, también Castilla y León mira hacia el sur.
Faltaría, asegura Tapia, un itinepersonalidad rario formativo que permita a los alumnos que estudian Bellas Artes en la meseta especializarse en imaginería. Él lleva viviendo de este arte más de treinta años, desde que abrió su taller, con un nombre tan comercial como Aquí se hacen santos, en
«HAY QUE TENER SIEMPRE CLARO QUE EL FIN DE ESTAS IMÁGENES ES LA DEVOCIÓN»