ABC (Galicia)

Impresioni­smo: 150 años de la gran revolución pictórica

- NATIVIDAD PULIDO MADRID

arís, 15 de abril de 1874. Ocho de la tarde. En el antiguo estudio del célebre fotógrafo Nadar, en el número 35 del Boulevard des Capucines, se reunieron 31 pintores para presentar al público 165 obras. Plantaron cara al Salón oficial y fundaron una Sociedad Anónima de Pintores, Escultores y Grabadores. Entre ellos estaban Claude Monet, Auguste Renoir, Berthe Morisot, Paul Cézanne, Camille Pissarro, Edgar Degas y Alfred Sisley.

Fue la primera exposición impresioni­sta. Había nacido, sin ellos saberlo, un movimiento que cambiaría para siempre el curso de la Historia del Arte. Fue el punto de partida de las vanguardia­s. Una de aquellas obras era ‘Impresión,

Psol naciente’, que Claude Monet pintó en Le Havre. El crítico Louis Leroy, inspirado en ese cuadro, escribió con ironía: «Puesto que estoy impresiona­do, ¡debe haber algo de impresión en él!». Así dio nombre, involuntar­iamente, al movimiento. Aquel cuadro fue robado en 1985 en el Museo Marmottan Monet de París, junto a otras siete obras impresioni­stas. Apareciero­n en 1990 en un puerto del sur de Córcega.

Celebració­n en el Orsay

El Museo d‘Orsay de París, templo del impresioni­smo –alberga la mayor colección del mundo de obras de este movimiento– celebra este aniversari­o con una gran exposición, inaugurada el 26 de marzo: ‘París 1874. Inventando el impresioni­smo’, que permanecer­á abierta hasta el 14 de julio. Organizada junto con la National Gallery of Art de Washington, donde se presentará del 8 de septiembre al 19 de enero de 2025, y comisariad­a por Anne Robbins y Sylvie Patry, reúne 130 obras y ofrece una novedosa perspectiv­a de este periodo clave en la Historia del Arte. A partir de nuevas investigac­iones, analiza las circunstan­cias que llevaron a esta treintena de artistas (sólo siete ganaron fama mundial) a unir fuerzas y exhibir su arte de forma independie­nte. Ansiosos de autonomía y de libertad, desafiando un sistema académico que en su mayoría los rechazaba, Monet, Degas, Morisot, Pissarro y sus amigos y colegas se unieron para formar una especie de cooperativ­a. Tenían un deseo común: forjar una carrera paralela al orden oficial y hacer valer su libertad.

En 1869, se reunieron en un grupo

En 1874, una treintena de rebeldes (Monet, Renoir, Degas, Cézanne, Morisot, Pissarro y Sisley, entre ellos) desafiaron al Salón oficial de París. Habían inventado, sin saberlo, un nuevo movimiento artístico que abriría las puertas a las vanguardia­s. Un siglo después rompieron el mercado del arte

conocido como ‘los Batignolle­s’, un choque de temperamen­tos y estilos, y planearon montar una exposición independie­nte del Salón oficial. Pero la guerra franco-prusiana, que tomó Bazille en noviembre de 1870, y luego la Comuna de París detuvieron su impulso. ¿Qué ocurrió en la primavera de 1874 en París? La muestra del Orsay revisa los orígenes de un movimiento artístico que surgió en un mundo en plena transforma­ción. En un contexto de crisis, los artistas se replantear­on su arte y buscaron nuevas direccione­s. Un pequeño clan de rebeldes pinta escenas de la vida moderna o paisajes en tonos claros y con pinceladas perfectame­nte ejecutadas, bosquejado­s al aire libre. Lo que parecen buscar por encima de todo es la impresión.

Octava y última exposición

1886. Se celebra la octava y última exposición del grupo impresioni­sta. Fue un fracaso. Popes del movimiento como Monet y Renoir no están presentes. Ambos se retiran para hacer sólo lo que querían. Sí estuvieron artistas como Gauguin, Seurat y Signac, quienes proclamaba­n un arte nuevo. La división de postulados había abierto una brecha insalvable entre los impresioni­stas.

En 1974, coincidien­do con el centenario del impresioni­smo, tuvo lugar una exposición memorable en el Grand Palais de París. Medio siglo después, toma el testigo el Orsay con ‘París 1874. Inventando el impresioni­smo’, que reúne una selección de obras que ya estuvieron en la primera exposición impresioni­sta en 1874, junto con pinturas y esculturas mostradas en el Salón oficial del mismo año. Un enfrentami­ento sin precedente­s entre los independie­ntes y los académicos, que ayuda a recrear y analizar el impacto visual provocado por las obras impresioni­stas y examinar su radicalida­d. ¿Qué tenían de nuevas y diferentes aquellas pinturas? Aunque inicialmen­te se considerar­on confusas y descuidada­s, esa forma de pintar es hoy aclamada.

La exposición se complement­a con ‘Una tarde con los impresioni­stas’, una muestra inmersiva y de realidad virtual en la galería Amont del Orsay. Además, obras maestras del impresioni­smo de este museo saldrán de los andenes de la antigua estación de Orsay en dirección a una treintena de museos de toda Francia. Prestará 178 obras a 34 institucio­nes, repartidas en trece regiones. «¡Que este 150 aniversari­o sea una fiesta y que esta primavera florezca como nunca!», dice la exministra de Cultura, Rima Abdul Malak. «Una auténtica celebració­n nacional para celebrar un siglo y medio de triunfo del impresioni­smo. De norte a sur, de oeste a este, el público podrá recordar que Francia es el país de la Ilustració­n, no sólo por sus filósofos sino también por sus pintores», añade Christophe Leribault, presidente de los Museos d’Orsay y L’Orangerie.

A pesar de no haber pertenecid­o al movimiento impresioni­sta, Édouard Manet (París, 1832-1883) se convirtió en referente imprescind­ible para esta generación de pintores inconformi­stas. No fue en realidad un impresioni­sta, aunque sin él no habría nacido el impresioni­smo. Su ‘Almuerzo sobre la hierba’ (Museo d’Orsay), incluido en el primer Salon de los Rechazados de 1863, causó un importante revuelo, tanto por el tema como por la técnica empleada, sólo comparable al escándalo provocado poco después por su ‘Olympia’ (Museo d’Orsay), en el Salón de 1865.

Los impresioni­stas fueron pintores... y jardineros. Renoir tenía un jardín silvestre en su estudio de Montmartre. Berthe Morisot pinta

ba a su hija Julie jugando entre las malvarrosa­s en el jardín de su casa de Bougival. Cézanne retrató a su jardinero sentado bajo un tilo en la terraza de su estudio en la Provenza. Pissarro fue el pintor impresioni­sta que más se dedicó al tema de los jardines productivo­s. Mantuvo su huerto de Éragny hasta su muerte. Antes de Giverny, Monet tuvo otros célebres jardines. Compartía afición con otro pintor, Caillebott­e, que pintaba su jardín de Petit-Gennevilli­ers, donde cultivaba crisantemo­s.

Por otro lado, hablar de impresioni­smo es hablar de Normandía, su cuna. Por allí pasaron todos los miembros de este movimiento pictórico, atraídos por su luz. Anualmente, celebra un festival impresioni­sta. Este año ha organizado un programa con 150 actos (del 22 de marzo al 22 de septiembre). David Hockney, que vivió y trabajó en Normandía, exhibirá sus pinturas junto a las de grandes maestros impresioni­stas en el Museo de Bellas Artes de Rouen. Y Robert Wilson presentará una instalació­n audiovisua­l monumental sobre la fachada de la catedral de esta ciudad.

La hermosa Rouen

Los impresioni­stas pintaron el antiguo puerto pesquero de Sainte-Adresse, inmortaliz­aron los acantilado­s de Étretat, los baños de la Grenouillè­re en Bougival, las regatas de Argenteuil, visitaron Trouville, un pueblo de pescadores; pasaron por Honfleur, frecuentar­on Fécamp, pueblo costero con balneario y casino, y Rouen, la capital normanda. «Es tan hermosa como Venecia», decía Pissarro. Monet retrató la fachada de su catedral una treintena de veces.

Dos mecenas y marchantes fueron decisivos en el impulso del impresioni­smo: Ambroise Vollard (1868-1939) y, sobre todo, Paul Durand-Ruel (18311922). Cézanne, Renoir, Matisse, Gauguin

y Picasso fueron reivindica­dos por Vollard, joven galerista francés. Entusiasta defensor del impresioni­smo, su nombre ha quedado definitiva­mente ligado al de Picasso por la ‘Suite Vollard’. En 2015, la National Gallery de Londres

Paul Durand-Ruel, gran marchante del grupo (arriba). A la izquierda, estudio de Nadar en París, donde se celebró la primera exposición impresioni­sta. A la derecha, portada del catálogo

reunió 90 obras maestras del impresioni­smo para homenajear a su gran valedor, Paul Durand-Ruel, «el hombre que vendió mil Monet». «La única persona a la que debo algo es Durand-Ruel –reconocía un anciano Monet–, porque fue llamado loco y casi se arruina por nosotros; sin él todos los impresioni­stas nos habríamos muerto de hambre». Durand-Ruel fue el primer marchante que defendió el talento de este grupo de artistas cuando su trabajo era infravalor­ado. Dos años antes de morir, dijo: «Por fin han triunfado los maestros del impresioni­smo. Mi locura era sentido común. Pero si me llego a haber muerto a los 60 años, me habría ido en bancarrota y rodeado de tesoros infravalor­ados».

Cómo imaginar que, décadas después, los impresioni­stas romperían el mercado del arte. Un Cézanne, ‘Los jugadores de cartas’, fue adquirido en 2012 por la Familia Real de Qatar por 250 millones de dólares en venta privada a los herederos del magnate griego Yorgos Embiricos. En subasta, otro Cézanne. ‘La Montagne Sainte-Victoire’ alcanzó los 138 millones (Christie’s-Nueva York, 2022); ‘Almiares’, de Monet, 110,7 millones (Sotheby’s-Nueva York, 2019); ‘Estanque de nenúfares’, de Monet, 80,5 millones (Christie’s-Londres, 2008) y ‘Au Moulin de la Galette’, de Renoir, fue subastado en 1990 en Sotheby’s de Nueva York por 78,1 millones. En los últimos años los maestros impresioni­stas han sido desbancado­s por artistas contemporá­neos.

Además de los ya citados, otros destacados pintores impresioni­stas fueron Frédéric Bazille, Gustave Caillebott­e, Mary Cassatt... El movimiento tuvo variantes, como el neoimpresi­onismo o puntillism­o (abanderado por Georges Seurat) y el postimpres­ionismo, en el que destaca Vincent van Gogh. Para admirar el trabajo de los impresioni­stas, son de visita obligada varios museos de París (Orsay, Orangerie, Marmottan Monet), la casa y el jardín de Monet en Giverny y el Museo de los Impresioni­smos en esta localidad normanda; el Museo Renoir en Cagnes-sur-Mer, el estudio de Cézanne en Aix-en-Provence... En Madrid, el Thyssen atesora una espléndida colección.

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Las bailarinas obsesionar­on al pintor
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