El atajo mental del consenso
¿Quiénes se benefician más de nuestra tendencia a buscar el consenso: los que lo respetan o los que lo rompen?
La semana pasada falleció Daniel Kahneman, el psicólogo israelí que es el padre de la economía conductual y que recibió el Nobel por ello. Kahneman y su colega Amos Tversky describieron decenas de sesgos cognitivos que dificultan nuestro diagnóstico de la situación y de heurísticas, que es el nombre que dieron a los atajos mentales que utiliza el cerebro humano cuando juzga y toma decisiones rápidas. Derek Rucker, profesor de marketing de la Escuela de Negocios Kellogg, ha desarrollado una investigación donde ha descubierto que cuando se trata de convencer a los demás preferimos de manera abrumadora las estrategias de consenso en vez de aquellas que resultan excluyentes como el famoso dilema de las lentejas (o las tomas o las dejas).
Más de ocho de cada diez personas prefirió el consenso a la ciega adhesión. «Una y otra vez, la gente tiende a gravitar hacia tener más personas de su lado, a costa de tener personas que sean verdaderos creyentes», dice Rucker. Es más, la gente prefirió el consenso incluso cuando la opción extrema era evidentemente mejor. (Este último aserto es especialmente cierto en España, donde hace unos años la encuesta de valores de la Fundación BBVA demostró que éramos con diferencia el país europeo que más prefería que se cometiera una injusticia con la retribución de la gente más trabajadora y talentosa a cambio de igualarla con los menos dotados y flojos). Estos resultados han llevado a plantear que la preferencia por el consenso es una heurística (pensar rápido) y que sólo se debilita cuando la gente tiene que reflexionar más a fondo (pensar despacio) sobre lo que tiene entre manos.
¿Quiénes son los que se benefician de esta querencia