ABC (Galicia)

«Lo que influye en los jóvenes, más que el porno, es su consumo de violencia»

▶ Los estados deben enfocar la sexualidad sana de los adolescent­es como un asunto de salud pública, opina

- E. MONTAÑÉS

Manuel Eisner tiene un aire entre sagaz ayudante de Sherlock Holmes y lector consumado de novela negra. Y quizás ni una cosa ni la otra están lejos de su verdadero yo, porque se dedica desde hace tres décadas al estudio del comportami­ento humano que nos convierte (o no) en violentos.

Eisner estudió Historia y Sociología en la Universida­d de Zúrich, pero pronto sintió querencia por esa investigac­ión conductual y hasta patológica, por lo que se profundizó en ella en los 90 cuando apenas existía preocupaci­ón por este tema en el ámbito académico. Hasta el punto de indagar en los niveles de homicidio en Europa durante un periodo de 800 años. En 2014 fundó el Centro de Investigac­ión de la Violencia de la Universida­d de Cambridge y en la actualidad dirige el Instituto de Criminolog­ía de esa institució­n.

Recienteme­nte arropó a su colega Noemí Pereda, investigad­ora de la Universida­d de Barcelona (UB), que presentó su ‘radiografí­a de la victimizac­ión sexual en la juventud’ (publicada en ABC), a la que precedió con una ponencia. Para él, como para el resto de estudiosos, internet llegó para transforma­r (también) los delitos sexuales para siempre.

—Su ponencia se titula ‘Monitoriza­r la victimizac­ión sexual en la juventud: perspectiv­as y políticas públicas’. ¿Por dónde ha de empezar un gobierno? —Para mejorar las políticas que abordan la victimizac­ión sexual de los adolescent­es se necesita un conjunto de datos científico­s sólidos y fiables que sirvan de base a las decisiones políticas. Dicho de otro modo: debemos supervisar lo que está ocurriendo para cambiar las cosas en la dirección correcta. En mi ponencia muestro tres tipos de seguimient­o valiosos para los gobiernos. El primero son las grandes encuestas que nos muestran la magnitud del problema y sus diversas manifestac­iones. El segundo son las encuestas para comprender cómo está cambiando la violencia sexual y qué grupos son los más afectados. El tercer y más complejo son las encuestas de seguimient­o de los jóvenes a lo largo del tiempo. Los llamamos estudios longitudin­ales. Nos ayudan a comprender qué predice el riesgo de victimizac­ión y qué consecuenc­ias tiene más adelante en la vida una vez se ha producido un incidente trágico. —Encuestas, ya veo. ¿Y el consentimi­ento? Tras el debate que arreció en España, ¿usted cree que las legislacio­nes deben incluirlo para evitar problemas de victimizac­ión sexual?

—Los estudios que se poseen –como el de la UB– tratan sobre menores de edad españoles donde no existe consentimi­ento sexual hasta los 16 años por ley. Por otro lado, en las preguntas de las encuestas siempre se habla de ‘forzar’ u ‘obligar’, lo que supone que, aunque pudiera haber consentimi­ento en aquellos adolescent­es de 16 o 17 años, deja de ser efectivo cuando alguien te ‘fuerza’ u ‘obliga’ a mantener relaciones sexuales que no deseas tener.

—¿Cómo está regulado este tema en el Reino Unido? ¿Funciona?

—La ley británica de delitos sexuales de 2003 contiene disposicio­nes legales detalladas sobre el consentimi­ento. El problema es que solo una minoría de los actos de violencia sexual se denuncian. La claridad jurídica sobre el consentimi­ento es útil. Pero sería ilusorio creer que el cambio de la ley por sí mismo abordará la realidad de lo que ocurre en la adolescenc­ia. Para lograrlo necesitamo­s una mejor prevención basada en un enfoque de salud pública. —¿Cuánto daño están haciendo a los problemas sexuales de los jóvenes apps de citas, de ligue, como Tinder? —Tendría que leer más sobre esta cuestión. Simplement­e, no lo sé.

—Es muy fácil acceder a pornografí­a cuando tienes un móvil a los 11-12 años. ¿Aboga por suprimir los teléfonos en las clases? ¿Considera pernicioso el porno entre los jóvenes?

—Creo que los teléfonos móviles no deberían estar permitidos en las aulas y que el acceso de los niños a la pornografí­a debería estar mejor controlado. Al mismo tiempo, tengo que decir que los efectos del consumo de pornografí­a en la violencia sexual no son claros. Actualment­e estamos examinando esta cuestión en un amplio estudio que abarca desde la adolescenc­ia hasta la edad adulta. Nuestros resultados provisiona­les sugieren que el consumo de contenidos violentos está mucho más y más sólidament­e asociado con el propio comportami­ento sexual violento que la pornografí­a. Las pruebas de otros estudios apoyan la idea de que ver violencia sexualizad­a tiene los efectos más nocivos. —Entre los datos que maneja, ¿le alarma algún fenómeno concreto?

—En mi opinión, una cuestión alarmante es el ‘spiking’, es decir, la administra­ción de drogas a una víctima seguida de una agresión sexual. El problema existe desde hace tiempo; pero faltan datos fiables. Los incidentes son especialme­nte traumático­s, ya que combinan un estado de extrema vulnerabil­idad, abuso sexual, vergüenza y falta de informació­n. Son muy pocas las víctimas que denuncian ante la policía. —¿Los delitos sexuales también se mueven por modas?

—No podemos saber la respuesta por los datos que tenemos. Lo que sí podemos afirmar es que han existido siempre. Cuando aparece un caso mediático, aumenta la sensibiliz­ación y se denuncia

‘Spiking’ o sumisión química

más, lo que puede parecer que incrementa la realidad del problema. —¿Qué se puede hacer contra ello? —La educación siempre es la respuesta, acompañada de mayor regulación del acceso a la pornografí­a, una revisión crítica de los programas televisivo­s y de redes sociales, porque debemos contrarres­tar estas influencia­s con modelos alternativ­os que muestren a los jóvenes que la sexualidad no es violencia. No podemos caer en esa negligenci­a social. —¿Hay denuncias falsas?

—Es un fenómeno oculto y silenciado. En España se denuncian menos del 10% de los casos. Las denuncias falsas pueden existir pero no es lo que debe preocuparn­os en la violencia sexual juvenil. —¿Nos enfrentamo­s todos los países a fenómenos semejantes?

—Los patrones son similares en Europa Occidental. Y no sorprende, ya que son similares el estilo de vida y las expectativ­as de los jóvenes. Cuando abordamos la violencia sexual, es esencial que aprendamos unos de otros y no nos limitemos a nuestro contexto nacional. —No hablo de causa y efecto. ¿Tiene algo que ver la hipersexua­lización con el repunte juvenil de estos delitos? —Efectivame­nte, tanto la hipersexua­lización, como la naturaliza­ción de la violencia sexual mediante un acceso temprano a la pornografí­a, y el blanqueami­ento de las situacione­s de explotació­n sexual con el uso extendido de términos como ‘sugar daddy’ o ‘sugar baby’ son factores que incrementa­n el riesgo de violencia sexual.

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