Un «basta ya» contra el racismo
▶ Los casos de Getafe y Sestao movilizan a clubes y jugadores, hartos de la impunidad de los agresores
El sábado futbolístico en España dejó heridas profundas en varios de sus protagonistas. Llamaron la atención dos de ellos. De un lado, Quique Sánchez Flores, entrenador del Sevilla, al que se le pudo ver con el rostro desencajado en las entrañas del Coliseum de Getafe después de sacar adelante una dura rueda de prensa. Allí, el técnico defendió sus orígenes con el corazón encogido después de que su jugador argentino Marcos Acuña fuese tildado de «mono» y a él mismo le gritasen «gitano» desde el graderío del que un día fue su hogar. «Me parece aberrante. Parte del público se cree que puede ir a un estadio a decir lo que quiera», expresó.
Poco después, en el estadio Las Llanas de Sestao, el guardameta del Rayo Majadahonda Cheick Sarr se aguantaba las lágrimas en el vestuario, con la cabeza entre las piernas, mientras sus compañeros intentaban sin éxito insuflarle un poco de ánimo. Había sido expulsado por encararse y forcejear con un aficionado del equipo local instantes después de recibir un gol que había derivado en insultos de «puto mono» y «negro de mierda». Sus compañeros le acompañaron fuera del terreno de juego y tomaron la decisión de no seguir jugando.
No hace ni una semana que, a instancias de la Federación Española, se celebró un España-Brasil cuyo fin último era reforzar el compromiso contra la violencia y el racismo en el fútbol. «Una misma piel», decía su lema. A la vista está que el mensaje sigue sin calar. Aquel encuentro tuvo como actor principal a Vinicius. Su insistente lucha en los últimos meses para erradicar esos comportamientos en los campos de fútbol había servido, en cierta manera, de asidero para organizarlo. El sábado por la noche, después de los incidentes, fueron muchos los que buscaron la reacción del delantero del Real Madrid. Y la encontraron: «Este fin de semana, ni siquiera jugaré. Pero tuvimos tres casos despreciables de racismo en España. Todo mi apoyo a Acuña y al entrenador Quique Flores, del Sevilla. A Sarr y al Rayo Majadahonda, que su valentía inspire a los demás. Los racistas deben ser expuestos y los partidos no pueden continuar con ellos en la grada. Solo tendremos victoria cuando los racistas salgan de los estadios directo a la cárcel, lugar que se merecen». Vinicius ya amagó con marcharse la temporada pasada del campo de Mestalla por los insultos recibidos, algo que en su día sí hicieron futbolistas como Roberto Carlos y Kevin-Prince Boateng.
La Comisión Estatal contra la Violencia, el Racismo, la Xenofobia y la Intolerancia en el Deporte, dependiente del Consejo Superior de Deportes, lleva un registro de todos los incidentes producidos en los espectáculos deportivos desde 2002. También de sus causas. Los actos racistas y xenófobos se incluyeron por primera vez en el informe de la temporada 2004-2005. Desde entonces las propuestas de sanciones anuales no han pasado nunca de la treintena, muy lejos de otros conceptos como «agresión o insulto a policías o vigilantes de seguridad» o «promoción o participación en altercados», que superan holgadamente el centenar. Nunca se había llegado a la vía penal hasta el año pasado, en la que se abrió juicio oral contra un aficionado del Espanyol por insultar a Iñaki Williams.
Ese mismo 2005, en marzo, la Federación Española de Fútbol (RFEF), la Liga y la Asociación de Futbolistas Españoles (AFE) firmaron el Protocolo contra el racismo en el fútbol, donde quedan recogidas las medidas a tomar en caso de que se detecten conductas racistas, xenófobas o intolerantes.
Siguiendo ese protocolo, el árbitro Iglesias Villanueva detuvo el Getafe-Sevilla por espacio de dos minutos y medio para que por megafonía se advirtiese a los aficionados. De haber proseguido los insultos, y previa deliberación con los capitanes y la Policía, el colegiado podría haber decidido la suspensión del partido.
En Sestao, los jugadores del Rayo Majadahonda no esperaron siquiera a que se ordenase el protocolo, tal y como reflejó el árbitro en el acta. Ahí, el colegiado Francisco García Riesgo, que no escuchó los insultos, reflejó también un intento de agresión por parte de Sarr hacia él una vez el guardameta había visto la cartulina roja. «En base al acta –asegura la RFEF–, se resolverán las cuestiones de índole disciplinaria». Es decir, la decisión de marcharse del campo, más el intento de agresión de Sarr, podrían derivar en la pérdida de puntos para el equipo madrileño (artículo 80 del Código Disciplinario de la RFEF) y en una sanción de entre cuatro y doce partidos para el portero (artículos 99 y 105). En ese sentido, el club majariego expresó en otro comunicado su «profunda preocupación con la falta de sensibilidad» mostrada al expulsar al jugador sin tener en cuenta las circunstancias. «Esto tiene que ser un punto de inflexión, basta ya», denunciaba en Cope el capitán del Rayo Majadahonda, Jorge Casado, presente como testigo en la denuncia presentada por su club ante la Ertaintza. Casado también criticó las presiones de la Primera RFEF para que regresaran al campo.
Hasta este sábado, el único partido suspendido por un motivo similar fue en diciembre de 2019, cuando el RayoAlbacete fue detenido por los insultos al delantero visitante Roman Zozulia, acusado de nazi por la afición vallecana. Se acabó de jugar a puerta cerrada.
Jorge Casado Capitán Rayo Majadahonda
«Hay que poner diques a esta lacra, hay mucho tonto escondido. Esto tiene que ser un punto de inflexión»
Tolerancia a la carta
No ha cambiado la propensión al insulto, lo que ha cambiado es la sensibilidad. Del que lo recibe y también del que asiste al bochorno en directo o con posterioridad. Pero el que agrede verbalmente permanece ahí en la grada (en menor número, eso sí, aunque pueda parecer lo contrario por la repercusión) con su poca gracia, su catadura moral, sus complejos, su cobardía y su convicción de impunidad. Lo que ha cambiado es la indiferencia y la vergüenza ajena, el desprecio generalizado (es verdad que a menudo populista, a veces ventajista, cínico en algunos casos) a esos sonidos desagradables. Y también las ganas (verdaderas o impostadas) de corregir un problema universal y centenario.
Ha cambiado básicamente la premisa original: ya no se acepta que el precio de una entrada dé derecho al improperio o la mofa; ni que el ejercicio de una profesión, por bien pagado que esté, obligue a soportar humillaciones. La discusión ahora es cómo se combate. Un desafío complicado que no debería pasar pese a lo que proponen algunas voces por convertir al inocente en policía (que sea el de la localidad de al lado el que denuncie) o en castigado compartido (que se cierre un estadio, que se quiten puntos, que se suspenda el fútbol). Hay medios de sobra para identificar energúmenos y herramientas suficientes para que paguen individualmente por ello. Tanto por la vía deportiva como por la judicial. Si se quiere y se decide que basta ya, se puede. Depende de la determinación.
Más peligroso es entrar en la clasificación del insulto, como se concede hoy, establecer grados o categorías, delimitar ofensas de Primera o Tercera división. Tolerancia cero contra el «chimpancé», «maricón» o «vete a fregar», pero tolerancia uno frente al «ea, ea, ea, Puerta se marea», al «Piqué, cabrón, Shakira tiene rabo» o al «ole, ole, ole, cornudo Simeone». No hay ingenio atenuante ni división que valga cuando de ofensas se trata. Es verdad que unas suenan peor que otras en terceros oídos, pero realmente su gravedad la marca individualmente la mala intención de quien las profiere o la susceptibilidad de quien las recibe, ya te llamen gordo o indio. Mejor perseguir y repudiar todos los adjetivos malsonantes que mirar hacia otro lado depende de quién o contra quién.
Lo que ha quedado confirmado este fin de semana con los sucesos de Getafe y Sestao es que ese mal antes consentido está extendido por todas las tribunas. Ocurre en cualquier campo, en todos. Y que no hay persecuciones contra un futbolista concreto, ni siquiera contra una raza. No es el color de piel lo que se embiste, aunque por el contenido del agravio lo parezca, sino el de la camiseta. La rivalidad del escudo es el único hilo conductor, coherente que no respetable, que mueve a esa gente. Y en muchos casos también a los que denuncian.
Porque al calor de la infamia, indefendible desde cualquier punto de vista, se mezclan por bufanda cosas que no tienen nada que ver. Una patada con balón en juego de un defensa rival, una tarjeta