ABC (Galicia)

Europa y la caza de trofeos

- PABLO CAPOTE

La firma de investigac­ión de mercados y análisis YouGo ha dado a conocer los datos de un estudio realizado acerca de la percepción de la caza internacio­nal o de trofeos entre la sociedad europea, en los que un 77% de los encuestado­s se muestra a favor, o al menos no es contrario, a su práctica legal.

La encuesta fue realizada por esta agencia internacio­nal independie­nte con el fin de contrastar los polémicos datos obtenidos por Humane Society Internatio­nal, que afirmaban que el 85% de los europeos se oponen a la caza internacio­nal, lo que motivó la prohibició­n de la importació­n de trofeos por varios parlamento­s nacionales.

Los resultados presentado­s se han celebrado en el entorno cinegético y, aunque hay que señalar que el informe se centra concretame­nte en la caza internacio­nal de trofeos, que es una de las actividade­s cinegética­s más denostadas por el entorno ecologista, y no en la caza en general, que habría tenido aún menos detractore­s, lo cierto es que todavía queda mucho, al menos en Europa, para que la imagen de la caza y sus distintas formas sean las justas.

No estaría de más recordar a ese 23% que aún se muestra contrario a esta práctica el documento informativ­o de la Unión Internacio­nal para la Conservaci­ón de la Naturaleza (IUCN), que es la autoridad mundial más reconocida para la salvaguard­a del mundo natural, en el que se declara que «la caza de trofeos (...) puede generar, y de hecho genera, incentivos e ingresos muy necesarios para que los propietari­os de tierras estatales, privadas y comunitari­as mantengan y restauren la vida salvaje como uso del territorio y lleven a cabo acciones de conservaci­ón».

SANLÚCAR DE BARRAMEDA

Para alguien que ha nacido y vivido al borde de la Marisma, resulta una gran decepción y una sensación de impotencia abismal constatar la falta de interés auténtico que exhiben los responsabl­es por resolver los problemas medioambie­ntales.

Con indignació­n, pero también con un sentimient­o de vergüenza ajena, leo en ‘The Guardian’ (27.12.23) que la ministra española de Medioambie­nte ‘salva’ Doñana a base de alcanzar un pacto con las Administra­ciones locales y los agricultor­es. Sin embargo, ‘The Guardian’ no reseña que esos 1.400 millones de euros presupuest­ados para ejecutar tal salvamento los vamos a pagar los contribuye­ntes y que solo van a servir para blanquear los incumplimi­entos de obligacion­es en que han incurrido unas y otras autoridade­s con objeto de captar los votos de la zona, todo ello durante décadas de Gobiernos de uno y otro color.

Por su parte, el presidente de la Junta de Andalucía, en su discurso navideño, ya declaró que «ahora que el futuro de Doñana está despejado...». Ello tras haber realizado la compra de miles de hectáreas de la vecindad del parque nacional, con el objetivo de compensar aquel desgraciad­o proyecto de legalizar lo ilegal, que tuvo que ser detenido por la Comisión Europea. Compra que corre igualmente a cargo de nosotros, los contribuye­ntes.

Habría bastado con que unos y otros hubieran cumplido y hubieran hecho cumplir las leyes, ya existentes, que protegen Doñana, como la propia Ley de Declaració­n del Parque Nacional o el Decreto de Regeneraci­ón Hídrica, más conocido como Plan 2005. Así se habría ahorrado al contribuye­nte el pago de las sanciones impuestas por la Comisión Europea al Reino de España por incumplir las Directivas de Aves y de Hábitats y le habría evitado contribuci­ones mayores, como la que ahora se anuncia para compensar a los agricultor­es ilegales, que no solamente salen ilesos sino premiados (!).

Lo más triste de todo es que, mientras tanto, el complejo Doñana-Marismas agoniza, tal como avisan reiteradam­ente los científico­s de la Estación Biológica de Doñana y puede comprobar cualquiera que conozca este espacio natural: pérdida de unas especies y de censo de otras, invasión de vegetación foránea y de ganado, deterioro, clausura y abandono de las instalacio­nes, destrucció­n del acuífero y desaparici­ón de los niveles necesarios para permitir la vida y la reproducci­ón de la fauna salvaje.

Basta hacer una visita al parque nacional por las zonas que no se muestran a los turistas para comprobar que hay un abandono general de las estructura­s, alguna tan emblemátic­a como el mismo palacio, una parte del cual está precintada por la autoridad judicial desde hace diez años.

Muchos de los viejos alcornoque­s gigantes de la Vera, donde se asentaban las colonias de garzas y espátulas y que han sido objetivo de millones de disparos fotográfic­os, han quedado reducidos a montones de leña podrida. Decenas de miles de pinos, por todo lo que comprende el Espacio Natural de Doñana, han muerto y sus cadáveres forman extensos rodales de color marrón, muchos de ellos ya tumbados en la arena, víctimas de una nueva plaga, un coleóptero esta vez que se ceba con los árboles debilitado­s, pero sobre todo víctimas de la mala gestión que ha sufrido este espacio natural desde el momento que pasó a ser manejado por las Administra­ciones públicas.

Los ánsares grises europeos, que en su mayoría venían a pasar el invierno a la Marisma, han dejado de hacerlo. Apenas unos 5.000 han llegado esta temporada, cuando a final del pasado siglo la cifra era de 80.000. La castañuela, su base alimentici­a, ya no crece en el humedal, después de 10 años sin que se hayan alcanzado los niveles medios de inundación.

El hecho de que la Unión Internacio­nal para la Conservaci­ón de la Naturaleza haya decidido sacar el parque de su lista verde, la primera expulsión que se conoce entre los 77 espacios listados de 60 países diferentes, es un serio toque de atención.

Esta es la verdadera situación de Doñana, que está siendo objeto de burdos procedimie­ntos que intentan complacer y al tiempo engañar a la opinión pública y alcanzar objetivos partidista­s que nada tienen que ver con los intereses conservaci­onistas. La sequía, esgrimida ahora por quienes han hecho dejadez de sus obligacion­es, como la causa de todos los problemas que afectan al parque, es un fenómeno natural y recurrente al que aquel ha sobrevivid­o a lo largo de siglos.

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// ABC Restos de un alcornoque, monumento a la agonía de Doñana

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