ABC (Galicia)

He visto a Curro Romero

- POR ALBERTO GARCÍA REYES

FUNDADO EN 1903 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA

«De limpios mueren también los toreros. Porque el miedo se lo lleva todo.

El miedo deja en los huesos. Purifica. Por eso es tan importante la reivindica­ción de la inmensa valentía de Curro. Por su exposición al toro cuando le salía uno con el que arrebujars­e, y por su exposición al público, que a sabiendas de sus ‘espantás’ salía de su casa pertrechad­o con rollos de papel higiénico. ‘Yo prefería irritar que aburrir’. Ese es otro de sus lemas. ‘El miedo te afloja todas las membranas’»

CURRO quitó los sobres en Pamplona. Citó en su habitación del hotel a los críticos más influyente­s, los célebres sobrecoged­ores, y les dijo: «Ya no voy a repartir más porque lo poquito que me queda después de jugarme la vida es para mi familia, que está muy justita, así que ponerme lo que me tengáis que poner». Romero les aclaró una cosa más: «No preocuparo­s, que no voy a contarle lo que he hecho a ninguno de mis compañeros». Su apoderado, Pepito Camará, hijo del famoso don José, le reprochó el exceso de valentía, pero tuvo que callarse tras su explicació­n: «Mira, Joselito, de lo de ayer ponen los telegramas: ‘Curro Romero, bronca y gran bronca...’. Hombre, si trincaba el tío, digo yo que por lo menos podía haber quitado lo de gran…».

El único de los grandes que no estaba en aquella habitación era Cañabate, el crítico de ABC. Cuando le pregunté al Faraón por qué, su respuesta fue para mí un orgullo: «Porque Cañabate no era de esos, era muy puro, ni siquiera hablaba con los toreros. Tenía mucha clase. Su manera de darte fuerte cuando habías estado mal era despachart­e en un renglón».

ABC ha entregado a don Francisco Romero López su Premio Taurino y es de justicia, en ese contexto, proclamar que este periódico nunca participó en aquella subasta de titulares y que Romero ha dado tanto a la historia de la tauromaqui­a como a la del periodismo. Y viceversa. Ha construido una alianza indestruct­ible entre los dos grandes valores que aúna este premio: el arte y la verdad. Cañabate encabezó una crónica de una tarde de apoteosis currista con una estocada: «Hoy he visto a Curro Romero». Al día siguiente se presentó otra terna y el gran crítico de esta Casa tituló: «Volvemos a la normalidad». Hay que huir de lo normal para describir al Faraón. Su cuerpo ya le castiga. Le duelen los pies, ahora lleva un bastón y hace unos años dejó de teñirse el pelo. Pero jamás envejecerá. Sentenció Belmonte que se torea bien cuando uno se olvida de que tiene cuerpo. Qué más da lo que el tiempo hace con el cuerpo de un torero.

Su abuela fue anticuaria. No es casualidad. En su familia se sabe desde hace mucho que la única manera de vivir por encima del tiempo es el arte. Un día, hablando de las almohadill­as mientras nos arrimábamo­s una olla de garbanzos, me suelta de sopetón:

—¿A ti te gusta la Piedad de Miguel Ángel? —¿No me va a gustar, Curro, a quién no?

—Es emocionant­e, ¿verdad? Para mí es una de las grandes obras maestras de la historia.

En ese momento me tenía desconcert­ado, no imaginaba por dónde quería tirar, así que intenté que mi silencio fuese más largo aún que los suyos.

—Mira, yo contemplo la Piedad y me harto de llorar, por aquí, por allá, cuánta belleza. Pero, ¿tú sabes cuántas piedras echó para atrás Miguel Ángel en su taller hasta que dio con esa obra? ¿A que no? Pues esa es mi tragedia, que todo el mundo ha visto las piedras que yo he tenido que echar para atrás en las plazas hasta dar con la mía.

Curro repite sin descanso: «Si yo engañase a la gente, no me quedaría dormido luego». Por eso durmió tan tranquilo la noche del 25 al 26 de mayo de 1967 en los calabozos de la Dirección General de Seguridad después de haberse dejado ir un manso de Cortijoliv­a a los corrales en Las Ventas. Unas horas después, la tarde de ese 26 de mayo, viernes, su abogado consiguió la liberación y el Faraón hizo su paseíllo, un ritual de 53 pasos y medio, con Diego Puerta y Paco Camino. Le cortó dos orejas a los Benítez Cubero. Fue una de sus siete puertas grandes. «Así es el toreo, eres el peor y en el siguiente toro eres el mejor», resopla. Pero es tan honesto, tan íntegro, que en una de esas siete, la del 24 de mayo del 73, se negó a salir a hombros. Había hecho lo mismo en Sevilla con toros de Martín Berrocal en 1972. ¿Por qué, maestro?, le pregunté alrededor de otra olla. «Porque no me lo merecía, salí de la plaza corriendo, no estuve para tres orejas». Se acabaron las explicacio­nes.

Si Sevilla es la cuna de su inmensa profundida­d, Madrid es la capital de su honradez y de su humildad. Se fue a vivir al Wellington sin tener ni un duro. Necesitaba aparentar categoría para ganarse mejores carteles. Apostó. Y durante un largo tiempo vivió en una habitación acompañado por su mono Jaime. En serio. Esa fue su única compañía hasta que pudo traerse también a su familia a un piso de la calle Ferrocarri­l. Como para repartir sobres estaba. El mono, por cierto, era muy friolero y no pudo aguantar tantas bañeras. Podría decirse que murió de limpio.

De limpios mueren también los toreros. Porque el miedo se lo lleva todo. El miedo deja en los huesos. Purifica. Por eso es tan importante la reivindica­ción de la inmensa valentía de Curro. Por su exposición al toro cuando le salía uno con el que arrebujars­e, y por su exposición al público, que a sabiendas de sus ‘espantás’ salía de su casa pertrechad­o con rollos de papel higiénico. «Yo prefería irritar que aburrir». Ese es otro de sus lemas. «El miedo te afloja todas las membranas».

Sus faenas eran de 20 muletazos y a por la espada. Otra de sus grandes lecciones ha sido que la lentitud no está reñida con la brevedad. Una tanda más y al callejón. Este Viernes Santo, trabajando otra vez la cuchara, habló del que saltó al ruedo de Las Ventas a empujarle cuando se negó a matar un toro. Volví a preguntarl­e cómo es posible que, armado como estaba con el descabello, sólo le mirase a los ojos. «El más valiente en una pelea es el que se va. El toreo consiste en vencer al instinto. Creo que ese día fue el que supe que lo había vencido. Con todas las cosas que he hecho en mi vida, te confieso que esa es la única vez que me he dicho ole a mí mismo».

El que necesite un sobre para darle un ole a este hombre es más pobre de corazón que de bolsillo. Así que tras la entrega del Premio Taurino de ABC sólo puedo decir, en nombre de todos los críticos taurinos de la historia de este periódico, desde Corrochano a Zabala, desde Amorós a Rosario Pérez o Jesús Bayort, lo mismo que don Antonio Díaz-Cañabate: «Hoy hemos visto a Curro Romero, mañana volvemos a la normalidad».

Alberto García Reyes es director de ABC de Sevilla

Julián Quirós

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