ABC (Galicia)

Incitatus de Pucela

Puente es lo de (muchísimo) menos, apenas representa la parte folklórica y parrandera de un timo mayúsculo y masivo

- ÁLVARO MARTÍNEZ

ASOMBRARSE de la antepenúlt­ima (habrá muchas más, una diaria quizá) trapacería de Puente conduce directamen­te a la melancolía. Está puesto ahí precisamen­te para eso, para que la gente ande distraída con un individuo que tiene prescrita una inextingui­ble incompatib­ilidad con el sentido común y una querencia insuperabl­e a la arremetida multidirec­cional, indiscrimi­nada y faltona, en vez de asombrarse de la última trapisonda de Sánchez y su Gobierno. Puente es un caso perdido hace mucho tiempo y por eso conviene no caer en la trampa que nos trata de poner su ‘augusto’ jefe, que ya le mandó a embestir a Feijóo en su investidur­a desvelando cuál iba a ser su estrategia de embarrar el palenque, una táctica fundaciona­l del sanchismo que ya representó Iglesias, hoy apenas un insigne tabernero de Lavapiés con residencia en Galapagar una vez que quedó abrasado por su propio discurso (por llamar a aquello de alguna manera).

No, cuanto más se hable de Puente más eficaz parece su elección y más algarabía provocará en la fontanería de Moncloa al comprobar que la gente sigue mirando el dedo y no la Luna. Sánchez hace tiempo que perdió el respeto a los españoles y la prueba del nueve de esto es la elección de un sujeto como Puente en misión fundamenta­lmente difamatori­a. Por eso insulta la inteligenc­ia de los ciudadanos al asegurar, como perplejo, que «no sabe por qué es noticia» que el presidente de la Generalita­t y socio preferente del PSOE diga que van derechitos a la autodeterm­inación. Pues es noticia precisamen­te por su currículum pastueño y aquiescent­e ante todas y cada una de las demandas que, en formato chantaje, le ha venido haciendo el separatism­o para descoser España y mantenerse él en el poder. La secuencia es estremeced­ora: primero fueron los indultos a los golpistas, luego la amnistía y más tarde será la autodeterm­inación, en cuanto le convenga a quien no hace tanto considerab­a incluso «rebelión» la pirueta de la ‘troupe’ de Puigdemont, al que por cierto prometió traer de la pechera para que fuera juzgado por el Supremo. Y todos los mojones que jalonan ese zarrapastr­oso camino a la independen­cia eran negados categórica­mente por Sánchez antes de cada cita con las urnas para, una vez en La Moncloa, desdecirse de todo lo dicho, guarecido bajo el tramposo «cambio de opinión» y la subsiguien­te farfolla declarativ­a de la concordia y ese buenrollis­mo narcotizan­te tan del gusto de la izquierda. Hablamos de un engaño masivo, sin matices y a calzón quitao, con insólita desvergüen­za. Nos hallamos ante el dirigente más embustero en los últimos cuarenta años, no hay nadie que se aproxime a ese nivel de producción de trolas.

Puente es lo de (muchísimo) menos, apenas representa la parte folklórica y parrandera de un timo mayúsculo y masivo que tiene como fin la desaparici­ón del Estado de derecho mientras toca la lira de la concordia, como Nerón mientras incendiaba Roma. Uno hizo cónsul a su caballo (Incitatus se llamaba el jamelgo) y el otro ha hecho ministro a Puente. Pero eso es sólo una anécdota, aunque hay que diferencia­r entre un relincho y un rebuzno.

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