Diez epitafios para la muerte de Kurt Cobain
rdió rápido Kurt Cobain (1967-1994), quemó el grunge todas sus naves y las cenizas del mesías del descontento, del profeta del ardor de estómago, acabaron desparramadas aquí y allá. Unas pocas bajo un sauce frente a la casa familiar; un puñado para que los monjes del monasterio budista de Namgyal en Ithaca, Nueva York, construyeran una pequeña escultura conmemorativa; y el resto en una urna que custodió Courtney Love hasta que, en 1999, su hija Frances esparció el contenido en el riachuelo McLane, en la ciudad de Olympia. Así que no hay lápida ni nicho que recuerde al último gran ¿héroe? del siglo XX, pero sí un puñado de frases lapidarias en entrevistas y diarios que, treinta años después de su muerte, ayudan a grabar en piedra unos cuantos epitafios.
Ael 3 de marzo en una hoja con membrete del hotel Excelsior. La CNN interrumpió su programación para anunciar su traspaso. Su madre le dio por muerto. Pero no lo estaba. No aún.
Inestable y contradictorio, Cobain siempre intentó relativizar y justificar su adicción a la heroína: unos días por razones médicas y terapéuticas («decidí consumir heroína a diario debido a una dolencia estomacal que llevaba sufriendo desde hacía cinco años y que me había llevado literalmente a pensar en el suicidio»), otros por cuestiones puramente escapistas («necesito estar ligeramente anestesiado para recuperar el entusiasmo que una vez tuve de niño»).
El 5 de abril de 1994, el líder de Nirvana se quitó la vida y quedó apresado por una leyenda que reconstruimos treinta años después utilizando sus propias palabras