ABC (Galicia)

Diez epitafios para la muerte de Kurt Cobain

- DAVID MORÁN BARCELONA

rdió rápido Kurt Cobain (1967-1994), quemó el grunge todas sus naves y las cenizas del mesías del descontent­o, del profeta del ardor de estómago, acabaron desparrama­das aquí y allá. Unas pocas bajo un sauce frente a la casa familiar; un puñado para que los monjes del monasterio budista de Namgyal en Ithaca, Nueva York, construyer­an una pequeña escultura conmemorat­iva; y el resto en una urna que custodió Courtney Love hasta que, en 1999, su hija Frances esparció el contenido en el riachuelo McLane, en la ciudad de Olympia. Así que no hay lápida ni nicho que recuerde al último gran ¿héroe? del siglo XX, pero sí un puñado de frases lapidarias en entrevista­s y diarios que, treinta años después de su muerte, ayudan a grabar en piedra unos cuantos epitafios.

Ael 3 de marzo en una hoja con membrete del hotel Excelsior. La CNN interrumpi­ó su programaci­ón para anunciar su traspaso. Su madre le dio por muerto. Pero no lo estaba. No aún.

Inestable y contradict­orio, Cobain siempre intentó relativiza­r y justificar su adicción a la heroína: unos días por razones médicas y terapéutic­as («decidí consumir heroína a diario debido a una dolencia estomacal que llevaba sufriendo desde hacía cinco años y que me había llevado literalmen­te a pensar en el suicidio»), otros por cuestiones puramente escapistas («necesito estar ligerament­e anestesiad­o para recuperar el entusiasmo que una vez tuve de niño»).

El 5 de abril de 1994, el líder de Nirvana se quitó la vida y quedó apresado por una leyenda que reconstrui­mos treinta años después utilizando sus propias palabras

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// EFE Kurt Cobain, en una imagen promociona­l de ‘Nevermind’

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