Las rudas patrias
Al México de López Obrador llegan los presidentes que han violentado los límites constitucionales para perpetuarse en el poder
MÉXICO ha sido siempre un país de fronteras abiertas para los perseguidos de cualquier dictadura o régimen de dudoso compromiso democrático. Se debía, según el historiador Cosío Villegas, a que su nacionalismo era sano. Vehemente y antiyanqui, pero nunca esencialista o xenófobo. Al contrario, integrador. O suave, como decía el poeta López Velarde: «Suave patria: te amo no cual mito/ sino por tu verdad de pan bendito». De esa suavidad darían cuenta los exiliados españoles que se convirtieron en mexicanos.
Pero hoy ese pan bendito se ha endurecido. Al México de López Obrador ya no llegan los perseguidos por las dictaduras, sino los presidentes que han violentado los límites constitucionales para perpetuarse en el poder. Allá está Evo Morales y allá quiso fugarse Pedro Castillo, el frustrado golpista peruano; allá se instalaron altos funcionarios del gobierno de Rafael Correa, y allá quiso unírseles Jorge Glas, vicepresidente de Ecuador condenado por casos de corrupción. La noble tradición del asilo, fundamental en un continente plagado de autoritarismos, se ha visto ensombrecida por la locura ideológica y la polarización. La afinidad política se impone hoy sobre los criterios de justicia.
Todo esto, siendo terrible, palidece ante lo que hizo el nuevo presidente de Ecuador, Daniel Noboa. Temiendo que Glas se sumara a la larga lista de políticos señalados que han encontrado feliz refugio en México, cruzó una línea roja que por ningún motivo podía traspasar. Ni Bukele se ha atrevido a tanto. En los últimos cincuenta años, sólo dos dictadores, uno guatemalteco y el otro cubano (Fidel Castro, por supuesto), habían tomado por asalto ese territorio extranjero que por definición es una embajada.
Noboa lo ha hecho con un desparpajo que alarma y que deja a su Gobierno en ‘terra’ incógnita. No lleva ni seis meses en el cargo y ya demostró que es capaz de violar los convenios internacionales y sacrificar su reputación internacional con tal de lograr resultados. Se nota que tiene prisa por crearse una imagen de líder implacable, algo que se explica porque su mandato es corto. Noboa entró a completar el período que Guillermo Lasso, con su renuncia, dejó inacabado, y todo lo que hace ahora es parte inevitable de su campaña a la reelección. Y ha venido a jugar duro, eso es evidente.
Lo más grave es que este acto, aunque extremo, aunque indefendible, encaja en la espiral de insultos que tiene embelesados a los presidentes latinoamericanos. Petro comparó a Milei con Hitler; Milei llamó a Petro «asesino terrorista». López Obrador se refirió al argentino como «facho conservador»; Milei le devolvió el golpe llamándolo «ignorante». Lula desprecia a Boric por su postura frente a Ucrania; Petro y Bukele se pelean por cualquier motivo en redes; Maduro los insulta a todos. América Latina está gobernada por patanes, y ya empezamos a ver las consecuencias. Contemplando este paisaje, estragado y con mal sabor de boca, a las rudas patrias tendría que cantarles hoy López Velarde.