ABC (Galicia)

La sangre invisible de Basilio: «Lo mataron ahí»

- CHAPU APAOLAZA ERENTXUN (ÁLAVA)

sí vista, tan plana, sin cuestas, ni montes, ni peñas altas en las que se enredan las nubes, la tierra que se llama Cuadrilla de Agurain en los alrededore­s de Vitoria podría no pertenecer a esa Euskadi de imaginario con repechos y bosques impenetrab­les, zarzas y limacos en la que siempre está lloviendo. Es domingo, hace sol, el trigo ha prendido en las llanuras en un verde decidido y a lo largo de la carretera se suceden unos pueblos tan pequeños y con unas iglesias tan grandes. La primavera extiende sobre el paisaje su manto de flores pequeñas, alegres, inocentes, ajenas a cualquier noción de dolor, de muerte y de miedo. Flores tan distintas a las de las coronas de los cementerio­s. En esta Álava, que para entenderno­s es orográfica­mente castellana, se van a decidir las autonómica­s vascas y el posible ‘sorpaso’ de Bildu al PNV, no digo ya a los partidos constituci­onalistas. Por primera vez, no se habla del terrorismo y la posible victoria de Bildu se construye sobre la promoción del olvido de los muertos y la conclusión de un blanqueami­ento amnésico de sus verdugos y los partidos que los representa­n. Aquí, donde parece que nada hubiera ocurrido, arranca este viaje a la memoria.

Sobre la mancha de sangre, oscura y grande, que extendió sobre el frontón de Erentxun el cadáver de Basilio Altuna juegan dos niños mellizos con raquetas y camisetas de Lewandoski. El 6 de septiembre de 1980, mientras disfruta con su familia de la verbena de las fiestas de Erentxun –suena la canción de ‘Carrero voló’–, un terrorista

Acon camisa verde se le acerca por detrás y –pum– lo mata de un tiro en la nuca. La sangre ya no está, claro, porque la limpiaron con esfuerzo aquella noche de hace 44 años, o es que aún permanece de alguna manera. Porque Ángel, el hijo de Basilio, la sigue viendo allí extendida en la parte de la cancha que da a la plaza, como si estuviera aún allí, casi negra en la noche en que ETA mató a su padre y que recuerda en un desconcier­to balbuceant­e... «Estoy bloqueado».

En 40 años, es la segunda vez que vuelve a Erentxun. «La otra vez vine por un funeral, pasé sin mirar». Hoy se ha quedado al otro lado de la plaza, sentado en un pretil junto a la iglesia, a 25 metros de donde mataron a su padre. «No puedo acercarme más. Lo siento», se justifica en un gesto a mitad de camino entre el terror y la sonrisa como esos tipos que sufren vértigo y quince metros antes de llegar al acantilado ya se tiran al suelo, aterrados como si estuvieran al borde. Como si fueran a caer. El vacío es allí mismo y sigue su abismo intacto por mucho que en la tarde del domingo paseen en bici niñas lindísimas que se llaman todas Naroa y en los campos de ahí atrás rebuzne un burro, ruidoso, salvaje y ajeno a nuestra congoja.

Todo se le aparece fuera de contexto: el propio frontón, la casa de la familia, el callejón por el que escapó el terrorista. También la calle por la que fue con su tío a buscar el único teléfono del pueblo, haciéndose adulto de repente, para llamar a Radio Nacional de España a que dieran un aviso de socorro. «Buscamos a Lourdes Altuna, que debe andar en un camping en Málaga… Qué desastre. Todo era patético». Él se enteró por la tarde noche, cuando recibió algunas llamadas extrañas de un amigo de su padre, también policía. Cuando llegó a comisaría, le dijo que había tenido un accidente. «No tenía cojones de decírmelo». Delante de él, le vio agarrar el teléfono y soltar: «Basilio Altuna, asesinado por ETA».

Unos años antes, la banda terrorista había comenzado a trazar un círculo que él pensaba no se cerraría: el secuestro de Abaitua, el asesinato de Hergueta… En ambas acciones estaba relacionad­o Arnaldo Otegi. Cuando llegaron las fiestas de Erentxun, el pueblo de Angelita Urcelay, su madre, el padre fue allí como cada año, aunque sospechaba algo y era reticente a salir de la casa. «Cuentan que un tío estuvo todo el día vigilando metido en un coche aparcado aquí mismo», explica un vecino del pueblo. «Hoy le hubieran hecho una foto, pero no había móviles».

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