ABC (Galicia)

¿Matar a un ruiseñor?

Si algo caracteriz­a a este escritor de periódicos es su obstinació­n

- MARÍA JOSÉ SOLANO

Cuando el columnismo despertó, él ya estaba allí. Apenas era un chico de diez u once años, inquieto, observador, sensible, pero sobre todo cabezota, peleón, orgulloso y tenaz cuando descubrió que quería ser columnista de ABC. Por eso no paró hasta conseguirl­o. Y puede ocurrir que alguien crea que la vocación de columnista no es posible, pero lo es; existe como existe la de bombero, médico, torero o astronauta, y aquel niño obstinado era buena prueba de ello. Porque si algo caracteriz­a a este escritor de periódicos es su obstinació­n. Tal vez porque su nacimiento prematuro traía enredada la muerte en forma de gravísima enfermedad que mantuvo a sus jóvenes padres en un vilo y a su abuelo, prestigios­o periodista de provincias, rezando día y noche. Imagino que el milagro tuvo algo que ver, pero de lo que estoy segura es de que aquel bebé moribundo al que una enfermera bautizó de urgencia en el hospital, quería vivir a toda costa. Por supuesto, lo consiguió. Por lo tanto, comprender­án ustedes que, si venció a la muerte como un Hércules en miniatura, no le iban a detener las contraried­ades de la vida. Y así fue creciendo, a la sombra intelectua­l de aquel renombrado abuelo periodista que lo amamantó a base de Camba, Foxá, Ruano, Azorín o Valle-Inclán. El niño no sabía quiénes eran todos esos ni le importaba, pero le fascinaba el sonido de sus palabras, el misterio de la música del texto, la magia de las imágenes que eran capaces de construir para él. Por eso, al ritmo de las teclas de la Underwood del abuelo, aquel niño que aprendió a leer en columnas se fue haciendo mayor, alternando la literatura con la esgrima, la escalada, la natación, el surf. Y un buen día la muerte de su abuelo lo empujó, con dieciséis años, a cruzar la línea de sombra que otros cruzan con cuarenta, sesenta o nunca. Y él solo, con su tenacidad y su orgullo, emulando a sus admirados columnista­s de ABC, comenzó a construir un lenguaje complejo e invencible que sólo conocen los que han rozado la muerte, vivido en biblioteca­s, conquistad­o palacios en los páramos de Castilla y enamorado a mujeres hermosas en las orillas de Ítaca. O sea, los que poseen talento. Entiendo que, para muchos, todo esto sea demasiado. Dios dirá.

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