ABC (Galicia)

William Graves

▶ El hijo del autor de ‘Yo, Claudio’ revisa su legado y presenta una nueva traducción de ‘Adiós a todo aquello’

- BRUNO PARDO PORTO MADRID

Escritor

William Graves (1940) tiene los ojos azules del Mediterrán­eo y la risa de quien habita el verano como lugar, tiempo y ánimo. Es un mallorquín con acento británico, o viceversa («no soy extranjero ni aquí ni allí»), y ha dedicado su vida a cuidar del legado de su padre, Robert Graves, escritor, mitólogo, poeta, soldado y hombre intrépido y libre que descubrió que el paraíso estaba en Deyá (Mallorca). «Yo soy un facilitado­r, el encargado de dar acceso a las cosas que la gente pide. Si no me muevo, él se muere», dice el hijo desde una azotea de Madrid, en una conversaci­ón llena de anécdotas y proyectos en marcha o en el deseo. «Mi padre murió en 1985, pero al final de su vida ya estaba senil. Durante veinte años nadie hizo nada por él. Lo que le salvó del olvido fue ‘Yo, Claudio’, que se estrenó en 1976. La gente aún sigue hablando de ella», continúa. —¿Le gustaba la serie?

—Fue a un estreno, pero ya no se enteraba de nada... Aunque un día estaba en casa con mi madre al lado, viendo la televisión, porque mi madre al final tuvo una televisión, y dijo: «Oye, esto está bien». Estaba completame­nte ido, no sabía que era suya.

William viene con una nueva traducción ‘Adiós a todo aquello’ (Alianza) bajo el brazo. ¿Por qué ya no es ‘Adiós a todo esto’? «Porque aquello está más lejos que esto, y en inglés es ‘that’... Este libro fue una forma de hacer borrón y cuenta nueva para él, así que tiene sentido», afirma. La primera edición de estas memorias de la Primera Guerra Mundial es de 1929. Las escribió en tres meses. Una parte la escribió él, otra la dictó y la última estaba formada por cosas que encontraba. «Era un collage, pero muy bien hecho».

A pesar de las prisas fue un éxito, y le permitió a Robert Graves saldar sus deudas e irse a vivir a Mallorca y entregarse a la literatura. «[Este libro] Fue mi amarga despedida de Inglaterra, donde recienteme­nte había quebrantad­o un buen número de convencion­es; me había peleado con la mayoría de mis amigos, o ellos habían renegado de mí; la policía me había interrogad­o por considerar­me sospechoso de un intento de asesinato, y había dejado de importarme lo que pensaran de mí», confesó él mismo en 1957, en el prólogo de una edición revisada del libro, en el que cambió varios pasajes y eliminó las partes «aburridas».

¿Puede considerar­se una autobiogra­fía? «Es una autobiogra­fía, pero tiene trampa porque deja fuera lo más importante, no cuenta por qué termina su vida en Inglaterra, y fue por el intento de suicidio de Laura Riding [poeta y amante de Graves]. Ella se tiró por la ventana. Él dice que bajó un piso y también saltó, pero yo creo que bajó dos [ríe]. Se hizo daño, claro, y ella se rompió una vértebra», recuerda William. Y luego matiza: «Hay un momento en el que él escribe: “Me equivoqué, empecé un libro de ficción y he intentado remediarlo”. Obviamente queda algo de ficción, pero esto es casi un documental sobre las trincheras».

En su opinión, el éxito del libro estaba en el punto de vista: «Le hablaba a los soldados de igual a igual». ¿Qué le contaba él de la guerra? «Ah, no, él no hablaba de la guerra, nunca me contó nada de las trincheras». La experienci­a fue traumática, pero cuando estalló la Segunda Guerra Mundial se volvió a presentar como voluntario. «Cuando me informaron de que Su Majestad no podía emplearme salvo en un cargo sedentario, volví a mi trabajo», contó él mismo. En el epílogo a la edición revisada de 1957 Graves dio una explicació­n tangencial: «Si me condenaran a volver a vivir aquellos años perdidos, probableme­nte volvería a comportarm­e de un modo muy parecido; un condiciona­nte de la moral protestant­e de las clases gobernante­s inglesas, aunque matizado por la mezcla de sangres, una naturaleza rebelde, y una obsesión poética primordial, no se deja atrás fácilmente».

Ahora William Graves está inmerso en la recopilaci­ón y digitaliza­ción de las cartas de su padre. Lleva localizada­s más de nueve mil, pero asegura que hay diez mil. También escucha ofertas para volver a adaptar ‘Yo, Claudio’, aunque no puede contar nada. ¿Es el libro que más se vende? «No, el que más se vende es ‘Los mitos griegos’», remata.

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