ABC (Galicia)

Menos asesores y más veedores

- ROSARIO PÉREZ

Doblaba la tarde de Juan Pedro Domecq y la memoria reciente volaba cada vez más hasta la bravura de Santiago Domecq y su armónico trapío. Y en medio de la decepción una pregunta se repetía: ¿por qué la corrida jerezana no fue la elegida por las figuras? Si indigna había sido la de Resurrecci­ón, tampoco se entendía la que el ganadero de Lo Álvaro envió a la Maestranza tras un año en el banquillo. Nada que ver con las alegrías cinqueñas de Fallas. No era ya sólo por desbravada, sino por desigualda­d, con cuatreños que de tan bonitos que los pintaban eran impropios del templo sevillano. ¿Cómo serían los rechazados? Tanta asesoría que gastan ahora los toreros para luego pegar un petardo en el primer ‘No hay billetes’ del ciclo continuado. Más veedores y menos conductore­s. Porque en el ruedo de la tradición ha brotado una tendencia, de vanguardis­ta barniz, que está revolucion­ando el patio de cuadrillas: el asesor artístico. ¡Toma ya! Un concepto que para algunos es tan extravagan­te como ponerle volantes y lunares a un capote de paseo, pero que para otros debería tener hasta su epígrafe entre los profesiona­les taurinos y llevarse el boletín. Ay, si levantase la cabeza don José Flores Camará... ¿Dónde están los mentores de verdad?

El apoderado, ese viejo lobo de mar, observa con recelo cómo su papel se ve adornado, o enturbiado, por consejos que van más allá del oficio y la estrategia. En la nueva Fiesta de la imagen, donde hay espejos en cada burladero y los focos deslumbran como soles del mediodía, lo clásico ya lo es menos. El torero, ese escultor de embestidas, ahora cuenta con un crítico de arte a su lado, dispuesto a convertir cada lance en una obra digna de exposición. ¿Evolución hacia la modernidad? Quizás sencillame­nte sea una forma de mejorar la técnica y de perder improvisac­ión, de que el Espíritu Santo se esconda tras la barrera. Quiera Dios que a Morante, la torería más completa del escalafón –suya fue la pieza de más poso, aunque, cómo no, también el animal más vacío–, no le dé por contratar a uno. ¿Alguien se imagina a Picasso con un ‘catedrátic­o’ detrás indicando cómo debía colocar el pincel mientras pintaba el ‘Guernica’? Los asesores artísticos están listos para agregar color a la faena, aunque una pregunta baila en el aire, como esa verónica de Aguado –a un toro con su ritmo– que nunca termina: ¿moda pasajera o revolución? Sólo el tiempo, ese picador incansable, lo dirá.

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