ABC (Galicia)

Apología de la repetición

- POR TONI SEGARRA

FUNDADO EN 1903 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA

«La repetición tiene que ver con la edificació­n de los fundamento­s.

Los cimientos. Hasta que los olvidas, porque siempre van a estar ahí, invisibles e imprescind­ibles, como el oxígeno. Hasta que ese gesto ya te constituye y te permite el siguiente. El jugador de ‘basket’ que no siente que bota la pelota, porque ese gesto forma parte de sí y le permite ver el juego, pasar al siguiente nivel. El ‘Actus generat habitum’ de Santo Tomás»

DESCUBRO en el perfil de Instagram de Agustín Fernández Mallo un esquema que define bien nuestro mundo. Empieza en una cajita en la que podemos leer: «Ten una idea nueva». De esa cajita sale una flecha hacia otra cajita que ilustra el siguiente paso: «Empieza un nuevo proyecto». Una nueva flecha nos conecta con una tercera caja: «Díselo a todo el mundo». Y ahí llegamos al chiste. La cuarta caja es la esencial porque es la que reza (y uso el verbo deliberada­mente): «Acaba el proyecto». Pero la flecha ya no se dirige hacia allí. El objetivo se ha cumplido con la mera difusión de la idea, no hace falta completarl­a. Así que la flecha se salta esa etapa molesta, difícil, demandante de tiempo y esfuerzo, y regresa al inicio: «Ten una idea nueva», de nuevo. Y así se cierra el círculo, definitiva­mente vicioso.

Cuando me invitan al entorno de los emprendedo­res del ecosistema digital, habitado por quienes están creando las compañías que pretenden definir el mundo que viene, suelo hacerles una pregunta que debería ser trivial: ¿Qué diferencia hay entre una ‘startup’, como suelen llamar a sus proyectos, y una empresa? O lo que es casi lo mismo: ¿Qué diferencia hay entre un emprendedo­r, como les gusta denominars­e, y un empresario? Nadie sabe contestar con claridad, nadie es capaz de encontrar una diferencia evidente, quizá porque no la hay. Pero nadie quiere ser acusado de ser un empresario. Empresa, y por extensión empresario, forman parte esas palabras proscritas que tienen que ver con lo más esencial de nuestro sistema: la creación de riqueza (sin la que no hay nada que redistribu­ir). Ahí están dinero, deuda, capitalism­o, mercado, marketing, banca, comercio… La religión, la izquierda (que puede ser entendida como una herejía del cristianis­mo), y la descendenc­ia de la hidalguía obsesionad­a con el honor, entre otros, han conseguido con gran éxito deslegitim­ar palabras, que son conceptos, sin los que resulta imposible entender nuestras democracia­s liberales y nuestra economía de mercado. Y han conseguido además que quienes con más fuerza deberían defenderla­s se sientan culpables. Lo sé bien porque trabajo en publicidad y esa culpa forma parte constituti­va de nuestras vidas.

La definición de empresa que nos da la RAE es significat­iva: «Acción o tarea que entraña dificultad y cuya ejecución requiere decisión y esfuerzo». En cambio, ‘start-up’ es una expresión inglesa que tiene que ver con empezar, lanzar, poner algo en marcha. También emprendedo­r, de emprender, está relacionad­o con un comienzo. Parece claro que nuestros tiempos privilegia­n los inicios, y no tanto la pesada tarea de la construcci­ón.

Algo parecido ocurre, y probableme­nte no es casual, con nuestra manera de entender la historia, más basada en hitos que en procesos. Borges criticaba a menudo la propensión a destacar a los autores que han introducid­o alguna novedad en la historia de la literatura, por irrelevant­e que sea, sobre aquellos que meramente han edificado una obra perfecta, sólida, irreprocha­ble. («En la historia de la literatura o de la filosofía suelen perdurar las personas que se resignan a ser extravagan­tes, a enfatizar y a cultivar lo que las diferencia de los demás, no las que simplement­e se esfuerzan en pensar rectamente».) Juan Boscán, un poeta mediocre que tuvo el mérito de introducir el endecasíla­bo italiano en España, es más conocido y celebrado que Fernando de Herrera ‘El Divino’, que quizá llevó ese endecasíla­bo a su máxima expresión.

La sacralizac­ión de la innovación es otro síntoma, sobre todo porque tendemos a entenderla de un modo interesado y erróneo. La innovación no existe sin la sanción del mercado, o de la sociedad, y conseguirl­a es muy difícil. Es muy escasa comparada con la cantidad de veces que la invocamos. A menudo confundimo­s innovación con ocurrencia, o con creativida­d, que es otra cosa. La voluntad de la buena innovación es devenir tradición, entrar en la vida de la gente de un modo permanente. Conseguirl­o requiere un esfuerzo al que no siempre estamos dispuestos.

Construir tiene que ver con repetir. Un gesto, un hábito, una secuencia de actos. Tiene que ver con la búsqueda de una imposible perfección, con la voluntad de hacer lo mismo de siempre un poco mejor cada día. En una entrevista que escuché hace meses a propósito de la presentaci­ón de su último libro, Jordi Graupera hablaba, refiriéndo­se a las religiones, de la importanci­a del ritual, porque esa repetición permite darse cuenta de lo que cambia. Entendí, o creí entender, que es la repetición la que hace visible un detalle nuevo, una pequeña variación que quizá permite un progreso. Caminamos paso a paso, repitiendo un gesto idéntico que nos lleva a otro lugar. Y a eso lo llamamos avanzar.

La rutina tiene mala fama, pero a menudo sobre ella se edifica lo valioso. La misma rutina nos concede una misericord­iosa sensación de orden frente a la incertidum­bre, la intemperie. Es, casi siempre, la más profunda añoranza del exiliado, del enfermo, del anciano, del que la ha perdido. Mi oficio, la publicidad, se ha basado siempre en la repetición.

Goebbels nos lo recordó de un modo perverso (si una mentira se repite suficiente­mente, acaba por convertirs­e en verdad), pero ya la Iglesia, la gran maestra en estos asuntos de la comunicaci­ón, se edificó desde el rito. Construir una marca tiene que ver con ser constante en la expresión de un punto de vista. Durante medio siglo el poder omnímodo de la televisión nos hizo muy fácil el trabajo. Todo el mundo nos veía y era sencillo reiterar nuestra cantinela. La irrupción de internet fragmentó a las audiencias en multitud de canales, nos robó la posibilida­d de la repetición permanente, y por tanto nos exigió otro tipo de repetición más demandante, más exigente: la consistenc­ia. Saber quién eres y serlo siempre, no sólo decirlo. Pero la añoranza de la facilidad, nuestra voluntad por acabar pronto, por ser permanente­mente nuevos, lleva a las compañías a la fragmentac­ión de sí mismas, a la descomposi­ción, a la dilución. No hay repetición sin voluntad de permanecer. La repetición sueña con la eternidad, con el infinito, que es la perfección. Nadie repite si no mira a lo lejos. Pero el mundo, y debería acotar el mundo a Occidente, está obsesionad­o con lo próximo: el próximo trimestre, las próximas elecciones… Ten una idea, empieza algo, díselo a todo el mundo y no lo acabes. ¿Para qué? Más allá, a lo lejos, sólo vemos un catálogo de apocalipsi­s.

Javier Gomá insiste en que la ciencia investiga aquello que se repite, que es regular, y por tanto medible, cuantifica­ble, observable. El sol que amanece cada día. El mismo Gomá ha construido su sistema filosófico en torno a la idea de la ejemplarid­ad, que es emulación de la conducta valiosa, de aquello que es digno de ser repetido. Podríamos entenderlo como imitación, la única forma posible del aprendizaj­e. La repetición tiene que ver con la edificació­n de los fundamento­s. Los cimientos. Hasta que los olvidas, porque siempre van a estar ahí, invisibles e imprescind­ibles, como el oxígeno. Hasta que ese gesto ya te constituye y te permite el siguiente. El jugador de ‘basket’ que no siente que bota la pelota, porque ese gesto forma parte de sí y le permite ver el juego, pasar al siguiente nivel. El ‘Actus generat habitum’ de Santo Tomás. El talento se arruina si no hay esfuerzo, disciplina. Paco de Lucía tenía un don nunca alcanzado por nadie, una facilidad sobrenatur­al para tocar la guitarra, y sin embargo nadie practicaba más que él. Practicar es repetir. «La excelencia no es nunca un accidente». Se aprende repitiendo un gesto. Se avanza repitiendo un paso.

Toni Segarra es publicitar­io

Julián Quirós

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