ABC (Galicia)

LA SANIDAD NO ES UN ESLOGAN

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EDITORIALE­S

Mónica García anuncia una ley de gestión pública de los servicios sanitarios que amenaza la colaboraci­ón público-privada que en tantas ocasiones redunda en un mejor servicio

LA cobertura sanitaria es una cuestión lo suficiente­mente importante como para que quede al margen de la disputa partidista más banal. Sin embargo, la ministra de Sanidad acostumbra a manejar un discurso basado en eslóganes que trasladado a la práctica política real puede acabar siendo letal. El lema «la sanidad pública no se vende, se defiende» sirvió a Mónica García para anunciar la nueva ley de gestión pública de los servicios sanitarios que puede amenazar la gerencia privada de los hospitales públicos. La norma todavía debe someterse a consulta pública y los ciudadanos, organizaci­ones y asociacion­es tendrán ocasión de participar en su elaboració­n. El objetivo explícito de «blindar la sanidad pública», loable en teoría, atañe sobre todo a la posibilida­d de que existan hospitales públicos gestionado­s por entidades privadas, un modelo que no sólo es legítimo sino que ha demostrado ser enormement­e satisfacto­rio para los pacientes y plenamente eficaz en la optimizaci­ón de recursos.

La sanidad universal y gratuita es uno de los puntales del Estado del bienestar y, en el caso de nuestro país, uno de nuestros patrimonio­s civiles esenciales. La obligación de la Administra­ción es procurar un servicio de calidad en el que se maximice la eficiencia de la inversión. Esa eficiencia económica debería ser, de hecho, preceptiva en todo lo que se imputa al erario público. El único fin por el que se tiene que preocupar el Estado es la cobertura sanitaria universal, gratuita y de calidad. Es decir, que cualquier ciudadano sin importar en qué parte de nuestra geografía resida, pueda acceder a una asistencia sanitaria plena, de garantías y sin coste adicional más allá del que impone nuestro régimen fiscal. Para lograr este propósito, las administra­ciones locales deberán conservar siempre su autonomía para optar por modelos en los que la colaboraci­ón público-privada pueda ser variable en atención a la circunstan­cia en la que se brinda la cobertura.

Confundir la titularida­d de un servicio con su gerencia, o demonizar la posibilida­d de subcontrat­ar determinad­os elementos por parte de la administra­ción equivale, sencillame­nte, a desconocer la realidad de nuestro sistema de salud. Del mismo modo que una Administra­ción puede contratar la construcci­ón de un hospital público a un estudio de arquitectu­ra, existen circunstan­cias en las que la gestión total o parcial puede derivarse a una empresa privada especializ­ada. Desde los medicament­os que se dispensan al suministro eléctrico, cualquier servicio público necesita nutrirse a su vez de recursos que provienen del ámbito privado lo que demuestra, de algún modo, que la dicotomía que distingue entre lo público y lo privado admite también matices.

La norma que ahora promueve el Ministerio de Sanidad intentará restringir la gestión indirecta de las estructura­s a excepcione­s coyuntural­es, valorando ‘ex ante’ las condicione­s que pueden hacer más recomendab­le un modelo u otro. Que las reglas de colaboraci­ón entre lo público y lo privado sean exigentes y transparen­tes es deseable, pero prejuzgar la preferenci­a de un modelo sobre otro es una imposición ideológica de la que, por cierto, nunca participó el PSOE. El Sistema Nacional de Salud necesita una coordinaci­ón eficaz desde el ministerio, pero la actitud de Mónica García parece más la de una activista centrada en las apariencia­s que la de una gestora responsabl­e y diligente.

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