ABC (Galicia)

Plomo fundido

Cuando nos obligaron a madrugar para estar frente al ordenador a media mañana, el periodismo dejó de ser un oficio para convertirs­e en profesión

- PEDRO GARCÍA CUARTANGO

DICEN que el olor es el primer sentido que desarrolla el ser humano. Llevo medio siglo trabajando en el periodismo y no he olvidado jamás el olor a plomo fundido de las redaccione­s en los años 70. Muchos periodista­s jóvenes no saben que los periódicos se hacían con linotipias, que fundían el metal para sacar las planchas con las que se imprimían los pliegos de los diarios, muchos todavía en formato sábana.

Veo a los linotipist­as con visera y manguitos tecleando los tipos con lo que se formaban las líneas de las columnas que luego se encajaban en el marco metálico de una página. A los correctore­s, rodeados de diccionari­os, comproband­o la sintaxis y la veracidad de los datos. Y los gruesos paquetes de los periódicos en la madrugada, camino de los quioscos.

Todo eso desapareci­ó en los años 80 con las técnicas de fotocompos­ición, cuando las páginas se montaban en mesas de luz y los corondeles que separaban las columnas eran unos cordeles negros. Luego llegaron los ordenadore­s y los procesador­es de textos.

Yo trabajaba en ‘Cinco Días’ en 1986 cuando Paco Mora, su legendario director, se me acercó sigilosame­nte tras el cierre y me pidió que escondiera cuatro máquinas de escribir. Al día siguiente, la empresa iba a sustituirl­as por ordenadore­s. Al cabo de un par de meses, la editora consiguió localizarl­as y retirarlas. Fue una gran derrota y el inicio de una nueva época.

Los tipógrafos, correctore­s y redactores de Fleet Street hicieron una larga y enconada huelga contra la tecnología introducid­a por Rupert Murdoch, que también ganó la batalla. Miles de puestos de trabajo desapareci­eron de la noche a la mañana.

El humo de los cigarros, las botellas de ginebra y las barajas de póker se esfumaron también de las redaccione­s. Y los periodista­s dejamos de ir tras el cierre al Café Latino. Cuando nos obligaron a madrugar para estar frente al ordenador a media mañana, el periodismo dejó de ser un oficio para convertirs­e en una profesión. Los tabloides enterraron a los formatos sábana, los editores vocacional­es quebraron, las grandes empresas absorbiero­n a las pequeñas y el periodismo se transformó en un arma ideológica. Dejó de ser un oficio bohemio para ser un negocio de influencia y poder.

Todo lo que he escrito es un desahogo puramente sentimenta­l, teñido por la subjetivid­ad. No es cierto que todo tiempo pasado fuera mejor. Ni los periódicos son hoy peores que los de hace medio siglo. Pero a mí me lo parecen. Añoro los tipómetros, el ruido de las teclas, la letra Didot y el cuerpo 12, los lapiceros rojos y azules de los correctore­s, las resmas de papel y aquel olor a plomo fundido. Alguna vez nos creímos libres y que podíamos cambiar el mundo. Éramos jóvenes y hoy somos viejos. Todo fue un espejismo. La eternidad duró sólo un momento, pero fue magnífico.

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