ABC (Galicia)

Pablo Heras-Casado

▶El músico granadino vuelve al Teatro Real para dirigir, nuevamente, una obra de Wagner: ‘Los maestros cantores de Núremberg’

- JULIO BRAVO MADRID

Director de orquesta

Pablo Heras-Casado (Granada, 1977) centra sus esfuerzos estos días en dos personas: su hijo Nico, por quien es, lógicament­e, capaz de ir a jugar al fútbol después de un larguísimo ensayo; y Richard Wagner, el autor de la ópera ‘Los maestros cantores de Núremberg’, que dirigirá en el Teatro Real entre el 24 de abril y el 25 de mayo. Es la primera vez que se enfrenta a este auténtico monumento musical –también por su duración, cuatro horas y media–, que se estrenó en Múnich el 21 de junio de 1868 se ofrecerá en una producción dirigida por Laurent Pelly. En el reparto, nombres como los de Gerald Finley, Jong Min Park, Leigh Melrose, Tomislav Muzek, Nicole Chevalier o Anna Laprovskaj­a. Llega este título, sin embargo, después de haber afrontado en los últimos años, pandemia incluida, la exigente Tetralogía wagneriana, y de haber dirigido ‘Parsifal’, con gran éxito, en el ‘santuario’ de Bayreuth. Por ahí empezamos.

—¿Bayreuth significa un antes y un después en su carrera y en su manera de entender a Wagner? —Absolutame­nte. Es un lugar de muchísima importanci­a relevancia y visibilida­d, y probableme­nte tenga repercusió­n en mi carrera, pero eso me interesa menos de lo que supuso para mí la experienci­a; no hablo solamente de mi estreno en Bayreuth, sino del proceso de llegar hasta allí, de sumergirme en la partitura, de los dos meses de ensayos, de vivir allí, día a día y de una manera muy intensa, la creación de una nueva producción de una ópera que es la obra esencial de ese teatro y de ese festival. Ha supuesto para mí un crecimient­o enorme y claro que hay un antes y un después. Y personalme­nte, ha sido un espaldaraz­o a mi manera de entender la música wagneriana y de seguir ciertos preceptos que ya seguía antes de Bayreuth.

—¿Se alegra de dirigir los ‘Maestros cantores’ después de esta experienci­a?

—Joan Matabosch y yo teníamos esta ópera en el horizonte desde hace tiempo, pero sin plantear una fecha concreta. Y me alegro mucho de que haya llegado después de Bayreuth, que ha sido un revulsivo enorme para mí, tanto a nivel personal como artístico; tengo una relación mucho más profunda, y mejor, con la música de Wagner. ‘Maestros cantores’ es una de las cumbres de la literatura operística y musical, incluso diría que, como creación artística, es una de las cumbres de la historia de la humanidad. Después de la experienci­a vivida en Bayreuth me siento con algo más de poso para afrontar este título y lo que viene después. —¿Y lo que viene es...?

—A partir de la temporada que viene dirigiré una nueva producción del ‘Anillo’ en la Ópera de París, con dirección escénica de Calixto Bieito; es para mí un acontecimi­ento y un regalo, como lo fue, y muy relevante, hacer mi primera Tetralogía en Madrid. Además, este verano y el siguiente volveré a Bayreuth con ‘Parsifal’.

—Dirigir a Wagner en el Teatro Real, o en cualquier otro teatro –sin querer desmerecer­lo, ni tampoco a su orquesta–, después de haberlo hecho en Bayreuth, ¿es como cambiar un Ferrari por otro coche?

—Para nada. Se lo digo con la sinceridad más absoluta. No, no, no es así. ‘Maestros cantores’ es, en abstracto, uno de los proyectos artísticos más demandante­s y exigentes que un teatro o una institució­n puede acometer. Y aquí hay un nivel de dedicación, de devoción, de rigor, de excelencia, a la altura de ese reto; tanto en el reparto, excelente, como en la orquesta... Sin desmerecer nada de lo que hemos hecho antes, hay una curva de progreso en la orquesta evidente. Yo tampoco soy el mismo director que hace siete años. También el coro, tan importante en una obra como esta, es formidable, y tiene un director muy experiment­ado, con el que es un verdadero placer trabajar con él. De verdad, creo que el Teatro Real es el mejor sitio posible para un proyecto así.

—¿Qué le falta al Teatro Real para estar a la altura de otros teatros legendario­s?

—Tiempo. Nada más. Teatros como el Metropolit­an de Nueva York, La Scala de Milán, la Staatsoper de Berlín o la Ópera de Viena son teatros que tienen muchísimos años y muchísimas historias. No hay ningún caso, creo, como el del Teatro Real, que en menos de treinta años –su historia se remonta más allá, sí, pero eso es otra cosa– se haya labrado un prestigio y haya alcanzado un papel tan importante y una relevancia internacio­nal como la que tiene. Le ha ayudado mucho, igualmente haber sido el primero en abrir sus puertas tras el confinamie­nto y en desarrolla­r su actividad en aquellos tiempos difíciles; demostró una fortaleza que otros teatros no tuvieron en ese momento. Y yo fui testigo directo, y protagonis­ta también, cuando pudimos sacar adelante un ‘Anillo’ de nivel mundial... De todos modos, competir –entre comillas; esto no es una competició­n– con las Óperas de Viena, de París, o con la Scala de Milán es solo cuestión de tiempo.

—¿Qué tiene ‘Maestros cantores’ de especial? ¿Qué le hace ser un monumento, además de su duración?

—Es una pregunta casi imposible de responder. Definir cuál es la grandeza de una obra como ésta... Wagner, creo, quería honrar la tradición musical y la cultura musical europea de la manera más esencial. Hay pocas obras de arte que hablen de una manera tan profunda, pero a la vez tan sincera, del papel del arte en la sociedad. Wagner, por primera vez, dejó de escribir sobre mitos y leyendas, para hacerlo de gente de a pie, con preocupaci­ones muy sencillas: sus talleres, una fiesta, un baile, un aprendiz que quiere entrar a formar parte del grupo de los maestros, un grupo de artesanos que les gusta reunirse para cantar sus canciones. El tema es el ser humano, y en sus cinco horas no hay ninguna tragedia, ningún momento triste, nadie muere ni a nadie le ocurre nada malo. Se habla, sim

Ser humano

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