Sevilla ‘enluquece’ por la Puerta del Príncipe
▶ El veto de Roca Rey le regala una tercera oreja a Daniel Luque, excelso en la Maestranza
REAL MAESTRANZA
PLAZA DE TOROS DE SEVILLA. Viernes, 12 de abril de 2024. Se lidiaron toros de Núñez del Cuvillo, de mejor estilo que presentación. 1º, con dulzura ; 2º, con ritmo aunque sin humillación; 3º vibrante y exigente; 4º, buen estilo y poco celo; 5º, con emoción; 6º, con empuje, aunque pegajoso.
DIEGO URDIALES, de catafalco y oro. Estocada (oreja); pinchazo y estocada (ovación).
ALEJANDRO TALAVANTE, de tabaco oro. Estocada (oreja); pinchazo y estocada (ovación).
DANIEL LUQUE, de nazareno y oro. Estocada (oreja); aviso antes de estocada (dos orejas).
La Maestranza enmudecida, sugestionada ante la verdad inquebrantable de un torero en sazón, entregado y furioso. Que lleva meses guardando silencio, masticando la rabia y cocinando su venganza. Que no quiso hablar hasta estar delante del toro. Y habló como el que canta seguiriyas, desde sus adentros, desde sus tripas. Las mismas que un toro le sacó en su verano sangriento. Nacían los muletazos de lo más profundo de su dolor, de su fatiga. Excluido de (casi) todas las ferias, aunque con la crítica y la afición a su favor, que no entienden ese veto que ha terminado regalándole una Puerta del Príncipe, que de otro modo jamás hubiera llegado.
Premiaba la Maestranza al torero del momento, a un torero en un pavoroso momento. Premiaban tanto como reprendían la injusticia con quien se tragó su exclusión del Domingo de Resurrección y que no quiso las migajas de Valencia o Castellón. Y este viernes demostró el porqué. Todos tragando saliva. Desde la máxima figura hasta el francés que ocupaba el último asiento de la grada. Rendidos ante un artista embalado que lograba el gran suceso de lo que llevamos de temporada.
Extraordinario desde el primer lance y hasta la estocada final. Una faena magistral a Ricardillo, el tercero. Sin perder las formas, sin dejarse llevar por su situación. Tenía tantas cosas buenas ese coloradito de Núñez del Cuvillo como escollos que librar. Un muletazo difícil de vaciar, de esquivar el derrote. Y lo consiguió, como consiguió entregar a la Maestranza, como consiguió que el resto de la tarde quedase en algo puramente anecdótico. Rabió Sevilla con el recibo de Luque, inmóvil en la primera raya, aguardando el momento de caer el capote y hacerse con este Ricardillo al que llevó a la boca del riego. Primero a pies juntos, después abriendo el compás. ‘Enluquecía’ la plaza. Como el torero, que arañaba el oro de su terno en cada lance. A milímetros de su piel. Fuera complejos. Como en la suerte de varas: de lejos, emocionante lo de El Patilla. Se paraba el reloj de la Maestranza en una cordobina previa a la segunda vara, como en la réplica a Urdiales. Profundas y largas. Ya nadie tenía dudas del compromiso del torero, convencido de que había llegado el día ‘d’ y la hora ‘h’. Por lo civil o por lo criminal. Que fue por lo civil con Ricardillo, y por lo criminal con Contento. Protestaba este coloradito, que soltaba la cara en sus salidas. No perdía el pulso Luque, que caía la muleta y que daba tiempo hasta afianzarlo. Un momento de introspección, de intimidad. Hasta soplar una tanda soberbia al natural. Una verdad absoluta, como la suerte de matar.
Contento se llamaba el sexto, con más presencia y empuje; sin clase ni estilo. Y la plaza concedía la venia a Luque para elaborar una faena tan larga como bragada. Pegajoso el toro, duro. No era faena de dos orejas, pero las pedían los tendidos, desbordados ante el apabullante momento de un torero al que Roca Rey no podrá evitar mucho más.