ABC (Galicia)

En el nombre del padre

- ROSARIO PÉREZ

Que viene Luque. ¡Y cómo viene! En el nombre del padre un capote que barrió con todos, sacando la escoba. En su nombre el brindis del dolor. En el nombre del padre una faena de ciencia, técnica y valor. En su nombre el momento de la verdad, el de esa hora final con la que Daniel Luque firmó la estocada de la tarde. Como esculpida por Benlliure floreaba la empuñadura en el mismísimo hoyo de las agujas. De tú a tú el encuentro, desafiando metáforas de vida y muerte. Un silencio se hizo entonces en una Maestranza que empujó y se volcó con el matador de Gerena, aunque la banda de música anduviese cicatera. Los oles de torero consentido lo delataban, los oles de una plaza que quería verlo triunfar. Como propia celebró la oreja a su primero. Ricardillo se llamaba. Y muy ‘illo’ fue el conjunto de Cuvillo, que sacó orejeras bondades. Pero vaya tela con la presencia de varios animales. Claro que, como luego ofrecieron embestidas, aquí paz y después gloria. Y más el lote de la suerte, el de la suerte de toparse con un hombre en plenitud, capaz de exprimir hasta el último aliento con una seguridad fulminante. Ojo, a ver qué compañero arrancaba a ese mediano lote tres orejas, que llevaban en la memoria del público el apellido de Roca. Con una diferencia: los tendidos anduvieron muy lejos del lleno que habrá hoy con el peruano frente a los victorinos, una cita que ahora se pone todavía más cara y con mayor morbo aún.

Pero el 12 de abril era el día de Luque, un torero en esplendor, un torero roto tras entregarlo todo. Se barnizó de lágrimas el rostro de aquel que cumplía su primer paseíllo de la temporada en España. Las injusticia­s del toreo, aunque frente al toro las reventó hasta auparse a hombros por la Puerta del Príncipe. No le dolieron prendas al torerista palco –más gentil con los diestros que con los ganaderos– para enseñar los dos pañuelos blancos en el sexto. En fin...

Daniel, que había pisado el ruedo con la sangre en los ojos, tapó bocas con lo que debe taparlas: con su muleta y su espada. Su amor propio se rebelaba contra el destino. Con una clara declaració­n de intencione­s, con recordator­io incluido: su derecho innegable a estar en todas las ferias importante­s, desafiando a todo y a todos. Tomen nota, señores empresario­s: Luque merece sitio en los mejores carteles, en los de Roca y en los de los demás. No nos engañemos: con los otros –aunque lo defiendan de boquilla– tampoco ha toreado.

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