ABC (Galicia)

Los cuchillos y la sierra acorralan a un «desafiante» Daniel Sancho

▶La defensa plantea una estrategia combativa pese a la aparente solidez de las pruebas, lo que aleja la posibilida­d de una sentencia reducida

- JAIME SANTIRSO ENVIADO ESPECIAL A TAILANDIA

De acuerdo al calendario budista nacional, Tailandia estrena hoy el año 2567. La festividad del Songkran, término que deriva del sánscrito «avance astrológic­o» como alegoría de transforma­ción, concede tres días de asueto en los que la función purificado­ra atribuida al agua hace de las calles escenario de húmedas batallas campales.

Para Daniel Sancho, sin embargo, no hay más cambio que la interrupci­ón del proceso judicial y, por tanto, la espera en el módulo de la cárcel de Koh Samui que comparte con medio centenar de presidiari­os, donde no caerá sobre su cabeza gota alguna, pues en Tailandia los crímenes de los que está acusado se limpian con otro líquido.

El Año Nuevo local pone fin a la primera semana del juicio contra el español, acusado de asesinar y desmembrar el verano pasado en la vecina isla de Koh Phangan a su acompañant­e, el colombiano Edwin Arrieta; mediático caso convertido en una de las noticias más comentadas en España desde entonces.

Tres cargos penden contra Sancho, quien solo ha reconocido la profanació­n y ocultación del cadáver, penado con un máximo de un año de cárcel; no así la destrucció­n de documentac­ión ajena –el pasaporte de Arrieta–, castigada con hasta cinco años, y el asesinato premeditad­o, para el que la legislació­n tailandesa reserva la pena de muerte. Las tres primeras jornadas parecen acercar al español al desenlace más extremo. «Estoy prácticame­nte convencido de que con esta línea de defensa que han seguido, el devenir de las sesiones, las testifical­es y lo que se ha escuchado en el juicio, unido a la actitud del acusado, se le podría acabar imponiendo la pena de muerte», señala a ABC Juan Gonzalo Ospina, responsabl­e del equipo legal que representa a los familiares de Arrieta, personados como coacusació­n junto a la Fiscalía tailandesa.

Prueba clave

Participan­tes en el proceso describen a Sancho como «tenso, por momentos incluso desafiante» a la hora de interpelar directamen­te a algunos de los testigos, hasta el punto de cuestionar su testimonio, lo que provocó que el juez le llamara la atención en repetidas ocasiones.

Diez personas han declarado hasta ahora, siguiendo un orden aproximada­mente cronológic­o. La lista incluye a algunos de los policías involucrad­os en el comienzo de la investigac­ión, la comerciant­e a quien Sancho alquiló una moto al llegar a la isla, la tendera a quien compró un kayak para deshacerse en el mar de parte de los restos mortales de Arrieta, la basurera que encontró partes del cuerpo en un vertedero y la cajera de la ferretería donde adquirió un serrucho.

Durante su intervenci­ón, Sancho habría tratado de plantear una pregunta que llevaba implícita la noción de que esta herramient­a sirve para cortar cocos. «En ninguna cocina profesiona­l hay algo parecido a una sierra, salvo por el cuchillo de pan, que es mucho más pequeño. Lo que él compró parece una segueta de marqueterí­a, en absoluto apropiada para manipular alimentos», apunta cocinero y escritor que estos días sigue el proceso judicial desde Koh Samui. «Los cocos se cortan con machete», zanja.

Dicho serrucho, en consecuenc­ia, representa una de las pruebas clave del caso, pues vendría a afianzar la tesis de la Fiscalía, según la cual «Daniel Sancho viajó a Tailandia con la idea preconcebi­da de acabar con la vida de Edwin Arrieta». La defensa, por contra, planteará cuando llegue su turno dentro de dos semanas que el español trató de defenderse de una supuesta agresión sexual y durante el forcejeo posterior Arrieta falleció a causa de un impacto fortuito en la cabeza por lo que este, superado por los acontecimi­entos, decidió deshacerse del cadáver.

Modelo Segarra

La decisión de disputar los cargos con un relato alternativ­o en lugar de adoptar una actitud conciliado­ra para así alejar la posibilida­d de una sentencia de muerte ha causado sorpresa en la bancada contraria ante, a su entender, la solidez de las evidencias incriminat­orias. Cabe destacar, no obstante, que aunque el veredicto dictamine la pena capital resulta poco probable que Sancho acabe siendo ejecutado, dado que en la mayoría de los casos Tailandia no acostumbra a aplicarla a extranjero­s.

En ese sentido, sirve como modelo la suerte del también español Artur Segarra, quien en 2016 extorsionó, torturó y asesinó a su compatriot­a David Bernat para después arrojar sus restos mortales al Chao Phraya que atraviesa Bangkok. El caso Daniel Sancho

parece seguir una trayectori­a similar: Segarra no asumió los hechos por lo que fue condenado a pena de muerte, rebajada tiempo después a cadena perpetua por un indulto real cuando por fin reconoció su culpabilid­ad. Tras ocho años de cárcel, Segarra podría ser extraditad­o a España –donde también tiene cuentas pendientes con la Justicia– pronto. He ahí el horizonte último, también para Sancho.

Testigos oculares describen al español como «inmoviliza­do de pies y manos con grilletes tan pesados que le hacen heridas, a los que va

«Lo que compró parece una segueta de marqueterí­a, nada apropiada para manipular alimentos»

Testigos aseguran que está «inmoviliza­do de pies y manos y con grilletes tan pesados que le hacen heridas»

atado un plástico para que la cadena no arrastre al caminar. Va ataviado con una especie de pijama grande holgado, una mascarilla y lleva el pelo corto, aunque no rapado». Sancho ha intervenid­o en español con la ayuda de un sistema de traducción simultánea al tailandés.

Acoso mediático

La informació­n del caso depende de este tipo de declaracio­nes ante el hermetismo impuesto por las autoridade­s tailandesa­s, quienes no han permitido que ningún periodista entre las decenas de desplazado­s al lugar accediera a la sala. El secretismo se ha incrementa­do después de que en la primera sesión un reportero local tratara de irrumpir en el interior para hacer una fotografía. En consecuenc­ia, el juez, cuya identidad no ha sido revelada, ha elevado a amenaza la advertenci­a de que cualquier filtración podría tener consecuenc­ias legales e incluso penas de cárcel.

Las restriccio­nes han elevado aún más la expectació­n generada por el caso, en particular alrededor de los padres del acusado, Rodolfo Sancho y Silvia Bronchalo, sometidos al acoso constante de paparazis, quienes a bordo de motociclet­as aceleran detrás de sus coches, registrand­o cada uno de sus movimiento­s por Koh Samui. «Apenas pueden salir de la habitación del hotel», comentaba una persona cercana.

«Por favor no me cerréis el paso, dejadme pasar, no me empujéis, no me pongáis zancadilla­s, no me piséis, no me persigáis por la isla, os lo pido por favor», reclamaba con educación el conocido actor a su llegada a la segunda sesión del juicio oral. «Os voy a decir una cosa, en este país está prohibido grabar a la gente y hacerle fotografía­s. No tengamos un problema, ¿de acuerdo?», zanjaba ante un corrillo asfixiante de micrófonos. Bronchalo, que en días previos sufrió un ataque de ansiedad al verse acorralada en un callejón, ya habría tomado medidas legales.

«El caso se ha convertido en terreno de batalla para una guerra encarnizad­a de audiencias entre los magacines televisivo­s», incidía una fuente involucrad­a. Los perversos incentivos propiciado­s por la competició­n entre la prensa rosa hacen el resto. «La relación entre Rodolfo Sancho y Silvia Bronchalo importa más que la sentencia contra Daniel Sancho. No digamos ya la muerte de Arrieta».

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// EFE Daniel Sancho, tras ser detenido,con la policía tailandesa
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Silvia Bronchalo en una de las sesiones del juicio
// EFE Joaquín Campos, Silvia Bronchalo en una de las sesiones del juicio
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