Manuel Escribano agiganta su leyenda
▶ Se sobrepone a una cornada y corta dos orejas en una plaza hostil con Roca Rey
A las seis y veinticinco de la tarde, al límite del clarinazo, subía Roca Rey por la calle Iris. Entre la marabunta, escoltado por su cuadrilla. Las caras lo decían todo. No estaba Hugo, su guardaespaldas, el Koldo del toreo. El caldero y plata resplandecía antes del gran gesto de su carrera. Dos minutos le esperaron los alguacilillos en el tercio, y diez más tardó Fernández Rey en lanzar el pañuelo blanco. Seguían colapsadas las escalerillas, los vomitorios. El público ocasional, como la gran estrella del momento, vive al límite. No dio tregua Manuel Escribano, como tampoco se la dio Disparate. De la herida a la heroicidad, en dos horas. Salió desentendido el primer victorino, que buscaba el burladero. Y Escribano sobre el reclinatorio de la Maestranza. Hasta que lo vio el toro, que se tragó la larga, y tres lances más, antes de tumbar a la leyenda. Estremecedora la voltereta, como la saña contra el ruedo.
La dureza del arranque avisaba de la tarde que se venía, sin tregua contra la gran figura peruana. Una Maestranza hostil, vengativa, inhumana. Se volvían en su contra los tendidos, irreconocibles tras la indulgente semana. Del arrope a Luque a las cuchilladas a Roca. De Estepa de San Juan a Bilbao, en veinticuatro horas. Lo medían como máxima figura; lo señalaban como culpable del gran agravio de la temporada. Sevilla volcada con su paisano, criminal con su verdugo. Culpa de su mala gestión, o de quien le haya gestionado la crisis. Ya lo dijimos este invierno; aunque, como es habitual en este mundo de mediocridad, quisieron matar al mensajero quienes no tendrán la honestidad de asumir la responsabilidad. Y le plantearon este envite ‘avictorinado’ como remiendo. Un desagravio en forma de ruleta rusa. Y salió el balín, llamado Minueto.
Pero vayamos a la épica final. Eran las nueve menos veinte de la noche, dos horas exactas después de haber entrado hecho jirones, salía aún más desvestido Escribano. En vaqueros, con chalequillo y montera. Poco torero, para qué nos vamos a engañar. Aunque aquello no restó méritos a la gran verdad de Manuel Escribano, leyenda en la Maestranza, una plaza que rugía al grito de «¡torero, torero, torero!». Como rugía la gente de la Banda Tejera, en un gesto más de su sensibilidad. De esa sensibilidad que siempre tuvo Sevilla, esa ciudad y esa plaza a la que a veces, sólo a veces, cuesta reconocer. Sonaba Amparito Roca cuando el héroe fue camino, una vez más, de la puerta de chiqueros.
REAL MAESTRANZA
PLAZA DE TOROS DE SEVILLA. Sábado, 13 de abril de 2024. Séptima del abono. Lleno de ‘no hay billetes’. Se lidiaron toros de Victorino Martín, cinqueños menos el segundo, exigentes en su conjunto.
MANUEL ESCRIBANO, de chocolate y oro. Cogido en el primero. En el sexto, estocada (dos orejas).
BORJA JIMÉNEZ, de lila y oro: estocada (fuerte ovación), estocada larga tendida y trasera (oreja); estocada (ovación).
ROCA REY, de caldero y plata: estocada casi entera (silencio); estocada caída (ovación). ¡Qué agallas! Y seguía la música, que casi termina el pasodoble de lo que tardó en salir ese Fisgador, el más ‘sevillano’ de la corrida, que tampoco rompió.
Lanceaba Manuel Héroe Escribano hasta los medios. Destrozado su cuerpo, agigantada su alma. Con la plaza volcada. Bordadas sus verónicas, como la puesta en escena. Caían los sombreros desde el tendido, desde el callejón. Un manicomio. Y le pedían más: las banderillas. Que quiso aguantar hasta el momento final, con su cuadrilla ya frente al toro. Fue duro y violento este sexto, que debió haberse lidiado en cuarto lugar. No acompañó a la épica, pero la acrecentó. Exigiendo un sobreesfuerzo al torero, que lo hizo. Inmenso y largo, como sus muletazos. Y rubricó con honores su gran gesta maestrante. El acero en la cima; como el torero, coronado en una tarde para la historia.