ABC (Galicia)

El coloso de Híspalis

- ROSARIO PÉREZ

En la mirada de Escribano se agitaba la furia del guerrero, con el mandamient­o primero de llegar hasta el final. La sangre derramada se convertía en épica tinta; el dolor, en emoción. Cuando el titán de Gerena apareció en el ruedo después de ser operado de una cornada hora y media antes, los aplausos removían hasta los cimientos de la Giralda. Enfundado en unos vaqueros de Chimy Ávila, regresó a los terrenos del miedo y el drama. De rodillas frente a chiqueros en la espera más larga. Con la cicatriz del fuego reciente, con la herida que hubiese dejado al común de los mortales dos semanas en la cama. Allí estaba Manuel, vestido de héroe, con el chaleco de oro y los pantalones de un delantero bético. Todo lo hizo: ¡hasta banderille­ar! Un tipo de otro planeta que nunca perdió la sonrisa. Bramaba el graderío mientras el torero escribía una nueva página de gloria en su intachable trayectori­a. Aquel esfuerzo tuvo la recompensa de las dos orejas, aunque algunos perdieron el oremus solicitand­o el rabo. Toda la sensibilid­ad que, ¡menos mal!, tuvo entonces Sevilla le faltó en la exigente faena de Roca Rey.

Se había llenado hasta la bandera la plaza para ver al peruano, pero luego no quiso verlo. No eran los rebujitos, ni que el sol deslumbrar­a la vista. Aquellos que ocupaban los tendidos maestrante­s ni lo quisieron ver ni tampoco se enteraron de la autoridad de su obra con un victorino que no regaló nada. Y la banda, a la que le gusta más un protagonis­mo que un salseo a los de ‘Socialité’, dijo que nones, que la música ayer para los nacidos de Despeñaper­ros para abajo. Cicatera en Mi mayor. Con lo que eso cuenta en este escenario, donde sin notas no hay paraíso. Frialdad absoluta con el Cóndor. Lo inverso a esa manera de empujar a Luque la tarde anterior. Aquello no eran sólo ‘vendettas’, era un rebaño conducido por la inteligenc­ia artificial, sin receptivid­ad para captar una faena de figura. Por mucho menos se ha tocado pelo en el Baratillo.

La generosida­d que tuvo con otros tampoco apareció con Borja Jiménez, al que ni la fiebre frenó su maciza actuación. Hubo hondura y entrega, verdad y compromiso. Y sí, ¡hay que matar los toros!, pero un solitario trofeo no representa la dimensión de su cita con Victorino. Qué pedazo de tarde la suya. Menos mal que ante el gesto y la conquista del coloso de Híspalis, con los puntos quemando y su vergüenza torera, la llama de la sensibilid­ad se prendió.

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