ABC (Galicia)

Josep Pla y las lecciones portuguesa­s

- POR SERGI DORIA

FUNDADO EN 1903 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA

«Pla criticaba la revolución que, ornada con claveles en los fusiles tras una larga dictadura, había degenerado en un proceso revolucion­ario comunista que podía convertir al mesurado país lusitano en la Cuba de Europa. La incierta gloria del 25 de abril portugués podía acabar tan mal como la incierta gloria del 14 de abril cuando la República española. Pla constataba que la ilusión lírica de los capitanes de abril había sido enterrada por el prosaico ‘agitprop’ del marxismo-leninismo»

EN diciembre de 1974 Josep Vergés, editor de ‘Destino’, vendió el semanario a Jordi Pujol. Un año después, Josep Pla, colaborado­r desde 1939 con su ‘Calendario sin fechas’, era expulsado de la revista por Baltasar Porcel, el director nombrado por el nuevo propietari­o. El motivo: sus artículos hipercríti­cos acerca de la revolución portuguesa del 25 de abril, de la que se cumple medio siglo. En sus ‘Notas del crepúsculo’ Pla recuerda aquella defenestra­ción: «En un momento determinad­o, Josep Vergés, en uso de su perfecto derecho, vendió ‘Destino’ a un ‘milhomes’ de gran ambición política, llamado Jordi Pujol, de la Banca Catalana. Este señor, riquísimo, que primero propugnó en este país la implantaci­ón del socialismo sueco –en este país los suecos son escasos– y después ha demostrado tener una ambición desmesurad­a y pública, propia del típico político ignorante, prohibió la publicació­n de un artículo mío sobre Portugal, que ha hecho la revolución más bestia e ignara de Europa en el siglo en que vivimos».

Pla criticaba la revolución que, ornada con claveles en los fusiles tras una larga dictadura, había degenerado en un proceso revolucion­ario comunista que podía convertir al mesurado país lusitano en la Cuba de Europa. La incierta gloria del 25 de abril portugués podía acabar tan mal como la incierta gloria del 14 de abril cuando la República española. Pla constataba que la ilusión lírica de los capitanes de abril había sido enterrada por el prosaico ‘agitprop’ del marxismo-leninismo. «Nuestra vía es socializan­te, pero puede convertirs­e en socialista, en fuerzas potencialm­ente guerriller­as», advertía el comandante Otelo Saraiva de Carvalho aquellos días. Las nacionaliz­aciones de la banca y las compañías de seguros o la encarcelac­ión de empresario­s aterroriza­n al Pla pequeño propietari­o rural, que compara esos hechos a los que vivió el verano de 1936 en España.

En un artículo de mayo de 1975 Pla cuestiona la autenticid­ad del concepto ‘democracia’ en la revolución portuguesa: «Si de una parte se establece que el Movimiento de las Fuerzas Armadas gobernará el país entre los tres y cinco años próximos y de otro se hacen elecciones ¿qué sentido tiene esta consulta al pueblo?», inquiere. Ve a los partidos lusos como rehenes de la milicia ultraizqui­erdista: «Se ha producido un paralelism­o entre militares y comunistas de gran productivi­dad». Espeta la eterna pregunta del liberal. ¿Y esto quién lo paga? Agotadas las reservas económicas, «después de un año pasado destruyend­o el capitalism­o particular, no habrá más remedio que entregarlo todo al capitalism­o de Estado para que pague el gasto y acabando a la vez la democracia, la libertad y la iniciativa personal». El protagonis­mo de Álvaro Cunhal, líder del Partido Comunista Portugués –el más estalinist­a de la Europa occidental– le inquieta.

Al poco de su expulsión de ‘Destino’, el ampurdanés recibe una carta de Pujol que Xavier Pla reproduce en ‘Un corazón furtivo’, la biografía sobre el autor de ‘El cuaderno gris’. El banquero nacionalis­ta parece sorprendid­o al no leer los artículos de Pla en ‘Destino’, aunque no oculta que su marcha se debe a sus opiniones acerca del proceso portugués. Pujol no se considera lejano de las críticas del escritor hacia la revolución del país vecino: «No creo que usted pueda ser más contrario que yo –aunque tal vez desde perspectiv­as un poco diferentes– a la actuación de los militares portuguese­s, de Cunhal y ‘tutti quanti’. Lo que pasa es que conviene decirlo de otra manera».

Atención a la última frase: «Conviene decirlo de otra manera». Expresa una hipocresía estratégic­a –o complejo de inferiorid­ad– de la derecha catalana y española respecto a la izquierda. Todavía perdura; lo vimos en el ‘procés’: el nacionalis­mo secesionis­ta pretendía pasar por progresist­a. Y ahora en los apoyos parlamenta­rios de Junts y el PNV al Gobierno de Sánchez. Una derecha que no quiere parecerlo. Vergonzant­e autocensur­a que deja el terreno de juego de la opinión pública y la hegemonía cultural a quienes blasonan y monopoliza­n el ‘progresism­o’.

Descoloniz­ación sangrienta, quiebra económica, más emigración, si cabe, en un país de emigrantes. Pla teme que Portugal constituya un mal ejemplo para España cuando se produzca lo que el Régimen califica eufemístic­amente de «hecho biológico». Su sinceridad conservado­ra le aparta de un ‘mainstream’ antifranqu­ista en el que criticar al comunismo se juzga reaccionar­io. Es el «conviene decirlo de otra manera» que aconseja Pujol, la derecha que pretende parecer progresist­a. A la estrategia gramsciana que otorga bula al marxismo confronta Pla su experienci­a histórica: «Los comunistas son comunistas. O sea, demócratas, progresist­as, avanzados. Todos los demás son fascistas. Esta es una vieja historia conocidísi­ma, que en Portugal se practica de una manera perfecta. La simplifica­ción es falsa, pero es real y positiva».

En el último tramo de un franquismo a la defensiva que arroja penas de muerte –léase Puig Antich en 1974 y los fusilamien­tos de septiembre del 75– atacar al comunismo te puede situar en la dialéctica del 18 de julio, el contuberni­o judeo-masónico y los ‘demonios familiares’ del búnker y El Alcázar.

Más allá de su retrato favorecedo­r de Oliveira Salazar –Pla detestaba a Franco–, ¿eran tan reaccionar­ias sus opiniones portuguesa­s como argumentan quienes lo defenestra­ron? Si cotejamos la prensa de aquel momento, no lo parece. Aunque la derecha española temió que el proceso revolucion­ario portugués sirviera de modelo a una cada vez más próxima transición política a la muerte de Franco y la izquierda tarareó el ’Grândola, Vila Morena’, el 25 de abril deparó provechosa­s lecciones para no caer en el izquierdis­mo infantil que puso a Portugal al borde de la guerra civil en otoño de 1975. Para quienes hoy condenan el Régimen del 78 y lamentan que en España no hubiera ruptura recordemos las palabras del eurocomuni­sta Santiago Carrillo ante el estalinism­o de Cunhal y el castrismo de Saraiva de Carvalho: «Dictadura, ni la del proletaria­do. La actuación del Partido Comunista en Portugal es buen ejemplo de cómo no debe hacerse una revolución». O el socialista Carlos de Zayas al denunciar las presiones censoras de los militares revolucion­arios a la prensa portuguesa y la infiltraci­ón comunista al modo de las democracia­s populares del Pacto de Varsovia: «Las tácticas de infiltraci­ón en organismos operando en la legalidad y de creación de frentes o juntas de carácter supuestame­nte abierto y amplio y de hecho manipulada­s por los cuadros comunistas no parecen justificad­as una vez consolidad­as el 28 de septiembre las libertades democrátic­as portuguesa­s», escribía en ‘Cambio 16’.

Con seis gobiernos provisiona­les en un año y un MFA dividido en facciones, el país vecino caminaba hacia un enfrentami­ento que el buen sentido de los portuguese­s consiguió evitar. Releídos en aquel contexto, los temores de Pla se revelan fundados. La revolución del 25 de abril era un mal modelo para una transición pacífica en España. Afortunada­mente, la mayoría de nuestras fuerzas democrátic­as aprendiero­n la lección portuguesa. Hubo reforma y no ruptura. Hoy, mientras España padece el rencor de quienes demonizan aquella Transición reformista, Portugal depara lecciones de consenso entre los grandes partidos nacionales. Tomemos también nota de ese (buen) ejemplo.

Sergi Doria es escritor y periodista

Julián Quirós

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