Los novísimos de siempre
En todos puede antes el ánimo que los inviernos, antes la sabiduría que el achaque. Son activos, y prósperos, y prometedores
Ha muerto Jaime de Armiñán, con casi un siglo a cuestas, y así vemos que aún hay una órbita brillante de alta veteranía en nuestra escena. Ahí están Lola Herrera, María Galiana, María Luisa Merlo, José Sacristán y Julia o Emilio Gutiérrez Caba. Han brincado bien los 80 años, y componen un edén de vitalísimos que no van a jubilarse. Algo más jóvenes son Carmen Maura, Miguel Rellán o Charo López. En todos puede antes el ánimo que los inviernos, antes la sabiduría que el achaque. Son activos, y prósperos, y prometedores, a pesar de la biografía colmada, o precisamente por eso.
Lola Herrera es un personaje insustituible de Miguel Delibes que de pronto Miguel se encontró hecho, en la vida misma, y con deneí de Valladolid, como él. María Galiana es una trianera de todas partes, y una actriz de apacible solvencia, justo en la dirección contraria de las jóvenes del último momento, con aspaviento en Instagram y bocina de teleserie. Los Gutiérrez Caba son los Gutiérrez Caba. La Merlo es una zagala de ochenta tacos que ya va a todas partes como quien va al recreo, con entusiasmo en todo y en nada. Sacristán es un actor que todo lo hace bien, y un opinador que carga el prestigio de la tristeza. Es como si Fernán Gómez aún estuviera vivo, pero de otra manera.
Carmen Maura ha sido la primera mujer que obtuvo el premio Donostia, en el Festival de Cine de San Sebastián. Fue musa de Fernando García Tola, en la tele, y chica Almodóvar, y ahora funciona en el teatro. Charo López ha resultado algo así como una Ava Gardner de Salamanca, y no se comprenden sin ella algunas de las mejores series clásicas de televisión, desde ‘Fortunata y Jacinta’ a ‘Los Pazos de Ulloa’.
Estamos ante una generación de actores de prodigio que aún andan vitalísimos, prestigiosos y en el tajo. Los Goya y otros acontecimientos aúpan a veces a nuevos valores de la interpretación, que a veces hacen carrera, y otras van y se quedan en chavalería de anuncio. Mientras, los jóvenes de tantas décadas sostienen el oficio antiguo de ‘ser otro’, tan únicos, tan novísimos.