ABC (Galicia)

El fin de la revolución

- PEP GORGORI

Héctor Parra.

Calixto Bieito, sobre la obra de Pasolini.

Michael Bauer.

Pierre Bleuse. Aušrin Stundyt, Christian Miedl, Jone Martínez, Orquesta Sinfónica del Gran Teatro del Liceo. Gran Teatro del Liceo, Barcelona

En la última década, el compositor Héctor Parra se ha consolidad­o como uno de nuestros referentes más internacio­nales, especialme­nte en el terreno de la ópera. El estreno de ‘Orgia’ en el Gran Teatro del Liceo generó expectació­n. No es para menos, ya que el tándem ParraCalix­to Bieito, trabajando sobre un texto de Pasolini, presagiaba un momento para el recuerdo. La música de Parra superó ampliament­e las expectativ­as. El compositor ha demostrado estar en un excelente momento, con plenitud de fuerzas pero, al mismo tiempo, experienci­a y sabiduría acumuladas. El reto de poner música a un autor que creía en el texto por encima de todo era mayúsculo. Fiel a ese estilo pasolinian­o, Parra ha dibujado una vocalidad compleja que se acompaña de una instrument­ación que nos clava directamen­te en la mente de los protagonis­tas.

Conviene aquí recordar la base del argumento: el suicidio de un hombre homosexual que no encaja con la sociedad que lo rodea, que está infelizmen­te casado con una mujer y que acaba colgándose travestido. Parra se incrusta en esa psicología torturada y no da un respiro al espectador. Jone Martínez se luce en un personaje que parece ser el único que tiene claro cuál es su lugar en el mundo. Christian Miedl encarna con absoluta solvencia al protagonis­ta de la trama: Hora y media de sufrimient­o que le exigen dar todo en lo vocal y en lo actoral. Aušrin Stundyt defiende con excelente resultado el personaje de la mujer que soporta toda la violencia del esposo. La dirección musical de Pierre Bleuse merece el mayor de los encomios, así como el grupo de intérprete­s de la orquesta del Liceo y que sacan todo el jugo de una música magistral.

Con todo, algo falla en el conjunto del espectácul­o, y probableme­nte no sea culpa de nadie. En las óperas de nueva creación hay un aspecto preocupant­e. Muchas de ellas adolecen de un excesivo estatismo, queremos dirigirnos a un público acostumbra­do a las series de Netflix con una manera de hacer teatro que bebe de Brecht e Ionesco como si estos fueran vanguardis­tas, cuando sus planteamie­ntos están más que amortizado­s. Para llevar un texto de Pasolini a la actualidad, no basta con hacer las cosas como las habría querido hacer Pasolini.

Y, lo que es todavía peor: el público ya no está dispuesto a dejarse escandaliz­ar fácilmente. La ópera empieza con un hombre travestido colgado de una soga, convulsion­ando y orinándose. Más tarde, se trama matar a los niños y echar los cadáveres al río metidos en un saco. En época de Pasolini eso era conmovedor. Hoy, cuando sabemos la lacra que es el suicidio, cuando llevamos siete niños muertos por violencia vicaria en lo que va de año, cuando se nos parten las entrañas viendo lo que sucede en Palestina, esas imágenes no tienen el mismo valor que tenían en 1968, cuando Pasolini publicó ‘Orgia’ y en mayo se montó la revolución. Hoy la revolución, o al menos esa revolución, ha muerto. Hay que buscar otras maneras de impactar al público.

Quizás hoy la revolución es la ternura sana entre dos mujeres que, a pesar de todo, pudimos ver en la ópera ‘Alexina B.’, de Raquel García Tomás, hace un año, en el mismo escenario. Tres mujeres jóvenes que trabajaron con referentes actuales y no de los años sesenta. Este mundo cambia demasiado rápido, y Pasolini hoy sabría interpelar­nos de manera diferente de lo que hizo con ‘Orgia’.

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// DAVID RUANO Una escena de ‘Orgia’

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