ABC (Galicia)

¡Cómo no lo van a temer!

- ROSARIO PÉREZ

Forjado en la fragua de la pasión y el sacrificio, Ventura peleaba contra el toro de la adversidad, que no escarbaba en el ruedo, sino detrás de las tablas. Los grandes siempre dan miedo y al número 1 lo temen. Flaco por la jindama de la responsabi­lidad, el caballero de La Puebla no rivalizaba contra sus compañeros de cartel: lo hacía contra sí mismo. Porque ninguno hay como él, ni nadie que se le acerque. Y el precio a pagar es alto: el coloso a caballo sufre las injusticia­s de un sistema con olor a manzana podrida y su ausencia en ferias señeras clama al cielo por caprichos de terceros. Cuánta torpeza: tanto abuso no es sólo un golpe a su carrera, es un puñetazo a la yema del toreo ecuestre, a la afición y a la taquilla, empequeñec­ida sin su presencia.

Ironías del destino, Diego sorteó en primer lugar un toro de nombre Valenciano, que es lo más cerca de la tierra fallera que ha viajado esta temporada. El caso Ventura guarda un tratado de desplantes, que se expanden por el norte. Ay, tanto señorío y tanta injusticia.

El lujo de Ventura alumbró Sevilla, que lo vio y lo gozó hasta renovar ilusiones a lomos de Nivaldo. Tan joven y tan majestuoso, con una quietud que apabullaba. Ole por los caballos toreros. Ole por la cuadra más maciza, agigantada frente al bravo quinto de San Pelayo. No se vería en toda la tarde tan mágica conexión, una simbiosis que desafiaba los límites de lo imposible. Guadalquiv­ir, Nómada, Lío, Bronce y Guadiana eran una extensión de su propio ser. Con una inquebrant­able lealtad. Y ahí radicaba la pureza del hombre cuyos sueños cabalgan a caballo. Así se paran los toros, así se ofrecen los pechos, así se cita al pitón contrario, así se torea a caballo. A corazón abierto. Sobre la montura galopaban versos escritos con el mando de sus espuelas y el temple de sus riendas. Purasangre Ventura mientras esculpía monumentos ecuestres con la precisión del relojero y la emoción de su espíritu de centauro. Cuando dobló Sardinero, el agua mojaba sus ojos. Sentado en el estribo, lloraba el torero: sólo él conocía su sufrimient­o antes de una cita crucial para quien ha pulverizad­o hasta sus propios récords. No hubo esta vez Puerta del Príncipe, pero reinó el valor de la verdad. Todo el que falta en los despachos, todo el que falta tras la barrera. Den el sitio que merece al número 1, pongan en su sitio el rejoneo.

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