ABC - Mujer Hoy Moda

ESENCIA PARISINA.

LA FUNDADORA Y DISEÑADORA DE MAJE NACIÓ EN MARRUECOS, PERO SU FIRMA SINTETIZA COMO POCAS EL CHIC FRANCÉS. AUDAZ, FEMENINA Y “BOHO”, SUS FANS NO DEJAN DE CRECER. POR ABRAHAM DE AMÉZAGA

- FOTOS: PHILIPP MUELLER

Judith Milgrom y Maje, la firma del boho-chic francés.

Su historia podría inspirar el argumento de una película, la de una niña marroquí que se ve obligada a dejar su país natal en los años 70 y acaba convirtién­dose en una celebridad de la moda en París. Un relato donde el papel femenino y la sororidad entre mujeres es primordial. Y es que Judith Milgrom, como su abuela, su madre o su hermana Évelyne (fundadora y directora creativa de otra marca clave del “efortless” francés, Sandro), tiene la virtud de la perseveran­cia, sobre todo en lo que a sueños se refiere. “Desde niña he soñado mucho”, dice. Unos grandes sueños que nunca han sido incompatib­les con su proverbial timidez: de hecho, hasta hace alrededor de una década evitaba conceder entrevista­s, porque, dice, no se sentía “preparada”. Hoy, la firma que fundara a finales de los 90 y de la que es diseñadora, pertenece al Grupo SMCP, que engloba también Sandro y Claudie Pierlot, y que en 2016 logró una facturació­n de 787 millones de euros.

La filosofía de Maje gira entorno a la idea de crear un armario femenino fácil, relajado y de alta calidad, con tejidos como la seda, el cashmere o el cuero, pero con un punto “boho”. Un concepto que ha calado en nuestro país, donde su beneficio ha aumentado un 152,5% en los dos últimos años, convirtién­dose en una de las marcas francesas más conocidas y deseadas por las “fashionist­as”. Además, ocasionalm­ente, Maje lanza coleccione­s cápsula o colaboraci­ones con otras firmas, como la que acaban de poner a la venta: seis piezas inéditas (entre ellas, una nueva versión de la clásica “bomber”) junto a la firma americana Schott N.Y.C. Mientras se prepara para las fotos, me recomienda “Edmond”, una obra de teatro ganadora de cinco premios Molière –los Tony franceses–, “donde todo es posible”. Nuestra conversaci­ón tiene lugar frente a uno de los ventanales de su estudio del barrio del Sentier, en uno de esos escasos días luminosos del otoño parisino.

MODA Mujerhoy. Con esta luz se ve todo de otro modo, ¿no le parece? Judith Milgrom. Desde luego. La falta de luz suele hacer a menudo que el cuerpo entre en depresión, y luego la mente. Suele ocurrirle a gente que se traslada de un país con sol a otro donde este apenas brilla. De niña, al poco de llegar a París, mi abuela nos preguntaba si en esta ciudad salía el sol alguna vez...

¿Cómo fue aquella llegada?

Yo tenía 10 años y era la primera vez que salía de Marruecos. Para mi madre el futuro parecía estar en la entonces florecient­e Francia de los 70. Pero no me explicó nada, así que fue muy impactante.

Se percibe que la mujer era el pilar esencial en su entorno…

Mi madre quería que mis hermanos y yo pudiéramos acceder a buenos estudios. Mi abuela paterna, aunque no hablaba francés, la convenció, a pesar de que para ella fue una gran ruptura.

¿Cuál fue el primer contacto que recuerda con la moda?

Tenía 15 o 16 años. Me acerqué al armario de mi padre, un hombre con mucho gusto a la hora de vestir, y me puse una corbata suya, que me encantaba. Era de color negro. En cuanto me vio, se llevó un disgusto [Risas].

¿Le disgustó que invadiera su espacio?

No, lo que le molestó es que hubiera elegido una corbata negra, la del luto. Fue en esa época cuando comenzó mi exploració­n en el terreno de la moda, apostando por combinacio­nes que llamaban la atención. En la calle, en el metro... cuando la gente me miraba, era mi momento de gloria. Mi hermana decía que lo que yo hacía no era vestirme, sino disfrazarm­e cada día para ir al colegio.

Y siendo tan tímida, como dice que era, ¿no le incomodaba­n esas miradas de la gente?

No, porque mi vestimenta era como mi armadura, algo que me protegía de los demás. Por aquel entonces, quería ser estrella de rock o actriz, algo relacionad­o con el mundo del espectácul­o. Su hermana Évelyne, fundadora y diseñadora de Sandro, está muy unida a usted. Me lleva cinco años y fue la primera que vino a Europa. De niñas, no teníamos mucha relación, pero a partir de mi adolescenc­ia se creó una unión entre nosotras. Antes que hermanas, nos sentimos grandes amigas. Con ella y con su marido me adentré en el mundo de la moda.

¿Seguía queriendo ser rockera entonces?

Por esa época, lo que me atraía era el mundo de la fotografía. Lo que empezó como un trabajo de verano, acabaría siendo mi profesión. Pasé cinco años trabajando en ósmosis con Évelyne y aprendí mucho del negocio de las prendas, pero sentía que me faltaba algo...

¿Qué era ese algo?

Mi marca, la que ya había imaginado en mi cabeza. A pesar de ciertas reticencia­s al principio, tanto Évelyne como nuestro hermano pequeño me ayudaron a la hora de crear el concepto de Maje.

Al parecer, la primera oportunida­d de abrir sus propias tiendas le llegó casi de casualidad…

De alguna manera, sí. Alguien que tenía tres locales en París, me dio vía libre para hacer el concepto, poner en pie la colección y formar un equipo. Lo hice en dos meses, entusiasma­da. Resultó un éxito. Algunos sábados había que hacer cola para entrar en una de aquellas boutiques, la del barrio de Saint Germain. Era realmente increíble. Lo que Zara había puesto en pie, ese consumo impulsivo y a la vez la educación de la consumidor­a para comprar moda de manera fácil, lo quise llevar más allá, con prendas que cuidaran el detalle y que desprendie­ran un estilo propio, más creativo. Mi intención era crear una firma intermedia, entre “fast fashion” y la alta gama... Era a finales de los años 90, el minimalism­o estaba en boga, con nombres como Helmut Lang o Ann Demeulemee­ster. Aposté por una identidad fuerte, reconocibl­e, que no la gente no estaba acostumbra­da a ver.

Y casi dos décadas después, sus diseños están en tres centenares de boutiques y puntos de venta en el mundo. ¡Menudo salto!

Lo cierto es que estamos muy orgullosos de comprobar que hay mercados donde la firma está muy bien implantada, como Francia o Estados Unidos, por ejemplo. Me emociona mucho y me enorgullec­e ver a mujeres vestidas con nuestras prendas.

¿Cómo funciona la firma en España?

Es uno de nuestros mercados con mayor crecimient­o, un país que además me gusta mucho. El otro día, precisamen­te le decía a mi marido que, si un día nos mudamos de país, iríamos a España. He recorrido ciudades como Barcelona, Ibiza y Madrid. Recuerdo que, siendo adolescent­e, lo atravesé en coche varias veces para llegar a Marruecos. Era eso o no ir.

¿Cuáles son los ingredient­es que se perciben en cada una de sus coleccione­s?

Una combinació­n del chic parisino, la fuerza del color, mis viajes y por supuesto mis orígenes, con toques bohemios. Es fruto de mi doble cultura.

Del bolso M, lanzado el pasado año, se han vendido miles de ejemplares.

Somos una firma de “prêtà-porter” y ver cómo un complement­o supera las expectativ­as iniciales es sorprenden­te. Ahora hemos lanzado una línea de gafas.

¿El hecho de ser mujer ha jugado alguna vez en su contra? En absoluto, pienso más bien que ha jugado a mi favor.

¿Qué queda de la timidez de la que hablábamos antes?

Mi trabajo, que me ha ayudado mucho en este terreno, ha sido mi gran terapia. Con el tiempo y con la práctica he conseguido controlar mis miedos.

¿Habrá en un futuro un relevo familiar en Maje?

Puede que mi hijo Samuel, que ahora tiene 16 años, se una algún día a la firma y acabe lanzando Maje Homme, porque siempre me ha preguntado a por qué no diseño para los hombres. Mi hija no creo que se embarque en esta aventura, porque desde que era muy pequeña me ha visto inmersa en la marca casi de lleno. Pero la verdad es que nunca se sabe...

“Creo que el hecho de ser mujer ha jugado en mi favor en el mundo de la moda”.

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