¿DISCRETOS O EXPANSIVOS?
HAY DISEÑADORES QUE ENTIENDEN LA MODA COMO UN ESPECTÁCULO AL QUE ELLOS MISMO APORTAN EL PUNTO DE EXCENTRICIDAD. AL OTRO LADO DEL ESPEJO SE SITÚAN LOS QUE HACEN DE LA TEMPLANZA Y EL SILENCIO SU RAZÓN DE SER. ESTA ES LA FINA LÍNEA QUE LOS SEPARA.
Las dos formas de ser diseñador hoy.
AAunque nadie fuera de la industria había oído hablar de Alessandro Michele cuando tomó las riendas de un Gucci tambaleante hace apenas tres años, está claro ahora que François-Henri Pinault eligió a la persona correcta. Michele ha convertido Gucci en un éxito sin precedentes. Pero ha conseguido algo más: ha recuperado el sentido de la excentricidad personal en la que alcanzaron cotas extraordinarias John Galliano, Marc Jacobs, Karl Lagerfeld o Vivienne Westwood.
Porque hay dos formas de conducirse en el universo de la moda: ser un talento apologéticamente invisible que se esconde tras el telón del escenario, como Martin Margiela o Rei Kawakubo, o crear un circo de tres pistas que te sigue allá donde vas. Michele, que al principio lucía uniforme de vaqueros y camiseta blanca, ha ido derivando hacia lo segundo, con trajes de chaqueta alocados y un look entre Jesucristo Superstar y rey de los elfos que lo convierten en un espectáculo en sí mismo. No es el único, por supuesto. Karl Lagerfeld seguirá siendo la estrella del “show” mientras el cuerpo aguante. Dame Vivienne Westwood no pasará jamás inadvertida y Jeremy Scott no perderá jamás ese sentido lúdico de la exsitencia que adoran Beyoncé y Katy Perry.
MODA CON SéQUITO
Pero también hay otras formas de ser ubicuo y omnipresente sin excentricidades que tiene el mismo peso específico y las mismas dosis de exhibicionismo. Hablamos del séquito de Kardashian-Jenners que parece acompañar cada paso de Riccardo Tisci (actualmente revolucionando Burberry) y Olivier Rousteing, creativo máximo de Balmain. O la fascinanción que persigue al multitarea Virgil Abloh, alma mater de Off-White y esencia creativa en la sombra de Kanye West. Abloh igual te ameniza una fiesta como Dj que te pinta unas camisetas, te crea unas sillas para Ikea o te produce un disco. Todo ello mientras establece la imagen del hombre del siglo XXI en Louis Vuitton y lleva su propia firma al Olimpo de la moda “millennial”.
Eso sí, nadie llegará nunca al nivel de parafernalia folclórica que alcanzó Marc Jacobs. No se puede esperar que Nicolas Ghesquière, su exitoso recambio en Louis Vuitton, acuda jamás a recoger un premio enfundado en un vestido de encaje transparente, ni que aparezca en la campaña de publicidad totalmente desnudo y en actitud provocativa, tapándose solo con un frasco de perfume. Porque, además de que Jacobs parece haberse pasado de frenada y ahora hace “flash mobs” en restaurantes de comida rápida, Ghesquiére pertenece a ese otro grupo de diseñadores que hacen del minimalismo vital su máxima de puertas afuera.
EL CLUB DE LA MESURA
El contrapunto al creador espectáculo lo pone la discreción suma con la que se plantean sus carreras nombres propios con el mismo éxito o incluso más que aquellos que viven permanentemente de cara a la galería. Hedi Slimane, que acaba de presentar su planteamiento visionario para Céline, no se prodiga en sus apariciones públicas, pero cada una de sus decisiones se convierte en ley “fashion”.
El belga Martin Margiela se escondió tras las cuatro puntadas blancas en sus prendas, que son sinónimo de su firma.
La sutileza de Raf Simons lo instituye como uno de los pilares creativos de nuestros tiempos. El prudene Jonathan Anderson le ha dado la mayor y más inteligente vuelta hacia el lujo moderno que nunca hubiera podido soñar Loewe. Phoebe Philo, que parece casi un ente imaginario, tiene hordas de seguidores que coleccionan sus antiguas creaciones en Chloé y Céline como si fuera obras de arte. Sarah Burton, en Alexander McQueen, y Clare Weight Keller, en Givenchy, demuestran que la templanza y la sensatez son muy rentables.
No llegan al punto de invisibilidad que impregnó la carrera del belga Martin Margiela, que no llegó jamás a mostrar su rostro y fundió los mimbres de su proceso creativo en un ente social indefinido, ejemplarizado en las batas blancas que siempre vestía su equipo y en una etiqueta reconocible solo para los iniciados: cuatro puntadas blancas oblicuas que se podían ver siempre desde el exterior de las prendas. Lo invisible hecho claramente visible. Margiela hizo de la desaparición consciente un arma de creación artística. Curiosamente, John Galliano, divo folclórico de los 90 a quien no es difícil recordar vestido de un cruce entre Jack Sparrow y Louis XIV, sigue ahora sus pasos de sobriedad monacal con una imagen austera que le sienta tan bien como los pañuelos de pirata.