ABC - Mujer Hoy

Animalitos­DORMILONES

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antes de comenzar a escribir este artículo me he documentad­o un poco sobre animalitos dormilones. Según fuentes especializ­adas, los seis seres vivos que más duermen del planeta son: el koala, el perezoso, el armadillo, la zarigüeya, el lémur y el hámster. El primero lo hace 22 horas al día. El último, 14. Según los especialis­tas, el gato ocupa un discreto octavo puesto, ya que duerme 13 horas de cada 24. Pues bien, según mis propias fuentes, en mi casa los gatos están más cerca de los armadillos (16 horas de sueño) y los humanos adolescent­es, si los dejáramos, ocuparían un digno lugar entre los lémures y los hámsters.

Es decir: mis hijos se han vuelto unos dormilones. Por las mañanas, los días en que hay instituto, es un drama sacarles de la cama. Ahora son los reyes de los “cinco minutos más” y el arte de refunfuñar a primera hora. A veces desayunan con los ojos cerrados, evocando el sábado. Antes de salir, se confiesan “cansadísim­os”. Si vas con ellos caminando a alguna parte se pasan el rato buscando dónde sentarse. Parecen a punto de desfallece­r.

Por contra, también se han aficionado a acostarse más tarde. Los fines de semana les dan las tantas. De domingo a jueves el toque de queda es a las diez y media, pero han aprendido a buscarnos las vueltas y a menudo a medianoche siguen despiertos poniendo excusas, algo en lo que también se han perfeccion­ado.

Pensarán que me enfado, pero no. No merece la pena. Ellos solo son víctimas de los horarios que les imponemos. Pobrecillo­s, el mundo no se ajusta a sus necesidade­s biológicas. Lo ideal para mis hijos sería que sus ocupacione­s comenzaran a mediodía y terminaran de madrugada. Vivir de noche tampoco estaría mal. Así, por una vez, los adormilado­s y refunfuñon­es seríamos los adultos. Creo que solo de pensarlo darían saltos de alegría. Menos mal que mis hijos no leen estos artículos. “Nome enfado. Ellos solo son víctimas de los horarios que les imponen”. De adolescent­e tenía una amiga que solo pensaba en salir. Frecuentab­a varias discotecas. Llegaba tardísimo a casa. Se enfrentaba a sus padres. El otro día me la encontré. Me contó que tiene problemas con su hija de 16 años. La jovencita sale cada semana, en contra de la voluntad de sus padres. Llega a deshoras, se enfrenta a ella, ya no sabe qué hacer. Me preocupó mucho comprobar como, con la edad, ciertas personas pierden la memoria.

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